Faltaría una media hora para la media noche cuando llegamos al extremo del puente que los espías de ambos bandos conocíamos como Charlie, el cual separa a la vez que une la zona oriental en la que nos hallábamos con la occidental que se adivinaba por unas luces lejanas ya desdibujadas. En frente, a solo un centenar de metros, esperaban desde mucho antes los funcionarios de mi bando con el famoso Igor Chismosov esposado, la estrella de los agentes enemigos envuelto en una especie de jubón para no perecer congelado.

Al igual que yo, había fracasado en su trabajo e iba a ser devuelto a su patria para ser juzgado y condenado. Nadie podía ser perdonado. Proyectaba una tristísima figura. Al igual que yo. Al igual que yo, me repetía a mí mismo cuando lo pude ver de manera personal por primera vez y con mayor claridad.

Fueron pasando los minutos que me parecieron eternidades, ambas partes llamaban los funcionarios gubernamentales por teléfono a sus superiores para recibir instrucciones a veces claras y otras confusas. A las doce en punto, unos inmensos focos se encendieron en ambas cabeceras del puente y este quedó iluminado de punta a punta proyectando una figura espectral tan gélida, tan petrificada de vida, que nunca pude olvidar.

El frío era espantoso, caían gruesos copos de nieve que se congelaban casi al instante. Aún no se iniciaba el intercambio con la rapidez deseada, unos y otros avanzaban poco a poco parando y retrocediendo algunos pasos temiendo que en el último momento pudiera producirse alguna trampa o añagaza. Unos y otros eran desconfiados y tenían sus motivos, no sería la primera vez que un bando se quedara con ambos botines de costosa carne al salir corriendo y disparando sus ocultas metralletas en el último momento.

A cada paso la nieve se quebraba bajo las pesadas botas haciendo el clásico sonido fofo de plof, plof, plof. Los pocos metros que aún faltaban para intercambiar vidas y desgracias me parecían cientos de interminables kilómetros sobre un fango espeso. Por fin, nos soltaron y pudimos cruzarnos solos, Igor y Físgon y Físgon e Igor. Durante unos instantes nos miramos casi de reojo, comprendiéndonos mutuamente porque a pesar de estar en bandos contrarios fuimos elaborados de la misma pasta básica de la pasión de los espías.

Al pasar adiviné lo que él me decía en su interior, Físgon tienes suerte porque en lugar de morir en mi dura y desagradecida tierra te colgarán en la dulce tuya. Y él debió adivinar también que yo lamentaba su suerte porque lo iban a liquidar a puros tiros en la nuca o lo matarían de trabajo, hielo y hambre en algún espantoso gulag perdido de una estepa ignorada en los mapas de prisioneros. Ambos recibiríamos lo que habíamos cosechado, el precio del fracaso.

Por fin llegamos al final del puente y que también sería el de mi aventura de mí existencia. Los grandes focos cansados ya de ver el triste espectáculo de intercambio de prisioneros cerraron sus grandes ojos, el mundo volvió a ser aquel pedazo inmenso de agua congelada y los centinelas de las torretas de vigilancia del puente volvieron a las rutinas diarias de la amenaza velada y la desconfianza mutua.

Me subieron a un carro y al día siguiente, después de un vuelo de muchas horas, estaba en la sede central de mi organización sentado ante un tribunal que ya se había formado para ventilar sin más dilaciones ni formalidades mi caso. No habían fiscales acusadores ni abogados de la defensa, no eran precisos para unos hechos tan claros.

El presidente, un hombre toralmente calvo, de ojos fundidos en durísimo diamante, inescrutables, voz tan imperativa y contundente que no permite dudas ni respuestas, inició la sesión de esta manera abreviada: Físgon, has fracasado en la misión que se te encargó. Los éxitos que hayas podido tener en tu carrera ya no existen, tú mismo los borraste de un plumazo. Hablaste y por tu culpa han muerto muchos de los nuestros y otros están siendo capturados. Tuvimos ataques con grandes pérdidas en las bases que señalaste al enemigo.

Nos ha costado mucho tiempo y enormes cantidades de dinero rehacer las instalaciones y volver a formar la red de espionaje adecuada. Este tribunal te ha condenado a morir en la horca colgado de una cuerda de piano que es la forma más dolorosa de perecer, al igual que Hitler lo hizo con los militares implicados en su complot para asesinarlo. Una muerte más infame, ignominiosa, la que realmente mereces.

Un silencio grueso y espeso como una capa de cemento se extendió por la sala. Los miembros del jurado me observaban a hurtadillas y silenciosos. Por mi parte recibí la sentencia sin la menor reacción interior o exterior. La esperaba y sobre todo la deseaba y que fuera pronto. Morir era la mejor y única forma de redimirme a mí mismo. En esos momentos un coronel ayudante del jurado le pasó al presidente unos informes con la inscripción top secret en la cubierta llegados en el último momento.

Al cabo de unos minutos, al concluir su lectura, el presidente con aspecto sorprendido expresó: Estoy recibiendo informaciones de carácter extraordinario, comprobadas por nuestros servicios especiales que podrían considerarse poderosos atenuantes de la sentencia. Como medida excepcional se aplaza hasta mañana la presente vista para tener un mayor conocimiento de los hechos. Se levantó con energía y salió directamente por la puerta principal seguidos de los componentes del jurado.

A la mañana siguiente el proceso continuó. El presidente después de una brevísima intervención inicial retomó inmediato la palabra diciendo: Hemos leído los informes recibidos y estamos sobrecogidos por sus alcances. Físgon, fuiste azotado hasta dejarte las espaladas en carne viva y resististe. Te quemaron el pecho con hierros al rojo vivo y resististe. Te metieron la cabeza en cubos de agua hasta quedar ahogado, pero te revivieron para volver a hacerlo una y otra vez, y resististe. Te aplicaron bestiales corrientes eléctricas por el cuerpo y doblaron su intensidad al llegar a los testículos, y resististe. Te arrancaron salvajemente una a una las uñas de las manos, y resististe.

Te sacaron y  destrozaron los dientes con filosos tornos y barrenas de dentistas. Y lo resististe. Te amputaron todos los dedos de los pies con unas tenazas afiladas y resististe. Te cortaron lentamente las orejas con oxidadas cuchillas de afeitar, y resististe. Ante estas muestras de tenacidad, desistieron de los castigos físicos para pasar otros infinitamente peores. Hasta aquí lo esperábamos de ti por tus dotes de resistencia personal y amor incondicional de espía hacia nuestra nación.

Después pasaron a las torturas psicológicas nunca antes imaginadas, jamás aplicadas, las últimas teorías y prácticas abyectas elaboradas por los más perversos psiquiatras enemigos. Señores del jurado, pongan gran atención a lo que Físgon hubo de soportar. Tuvo que ver entero de principio a fin tres veces ¡sí, tres veces! El programa de televisión española de Masterchef infantil que lo dejó en una lenta agonía a dos cortos pasos de la muerte. Pero lo resistió.

A continuación sin pausa alguna tuvo que oír otras tres veces veinte canciones de Julio Iglesias padre y otras veinte de Julio Iglesias hijo. Esto lo dejó al paso más cercano que le quedaba de morir, pero lo resistió. Por último, le aplicaron lo peor de todos los peores habidos y por haber, lo que a ningún espía en el mundo le habían sometido antes, ni posiblemente se haga en un futuro por su bárbara crueldad sin límites, le hicieron escuchar ¡Cinco veces! un long play del cantante Rafael, pero en el segundo disco, el de Yo soy aquel, Físgon se derrumbó, no pudo resistir, y sin estar consciente de si estaba vivo o de lo que decía pudieron sacarle la información que necesitaban.

El presidente levantó la vista sobre los tan sorprendidos como maravillados miembros del jurado que permanecían absortos y con lágrimas en los ojos ante semejantes descripciones de torturas y añadió con voz emocionada: Como presidente del jurado, por las atribuciones absolutas que me son concedidas por la República, después de comprobar los hechos relatados, de manera extraordinaria y por vez única en la historia de esta institución, se suspende de manera definitiva la sentencia. Se absuelve a Físgon de todos los cargos y además se le reconocen sus servicios con la nueva y mayor distinción otorgada hasta el momento de las cinco Estrellas de Platino al Mérito de Espía, con banda roja, si bien quedará dado de baja definitiva de nuestra institución.

Asimismo, Físgon será enviado a una isla perdida  por el Caribe donde no hay redes de espionaje de ninguna potencia, llamada República Dominicana y permanecerá en ella hasta el resto de sus días. La sesión ha concluido.

Eran los tiempos en que para ubicar el país había primero que citar a Haití, y después añadir cosas como ¨está a la derecha del mapa¨, ¨hacemos frontera con ese país¨, ¨no estamos unidos a los haitianos¨ y éramos todavía aquel maravilloso secreto mejor escondido del Caribe. Así que llegue a Santo Domingo, me encantó la espontaneidad amable de su gente, su vegetación, su clima eternamente cálido, sus increíbles playas, sus comidas criollas, sus piñas coladas, sus bellas y simpáticas mujeres, su alegre música y me establecí en esa plaza como publicista.

Me cambié el nombre de Físgon por el de Sergio, mucho menos comprometido, y el apellido Vitillero por uno catalán que me atraía mucho, Forcadell y de paso me inscribí nacido en Barcelona, esa maravillosa ciudad mediterránea capital de Catalunya tan llena de arte y cultura.

De inmediato me sometí a una serie de cirugías reconstructivas, me injertaron piel en las heridas profundas, unos chinos de un centro comercial se encargaron ponerme unas uñas nuevas, unos hábiles dentistas me implantaron dientes bien torneados y muy blancos de materiales indestructibles, una fina plataforma de madera en los pies disimula casi al ciento por ciento la cojera causada por la falta de los dedos amputados, las orejas son de un plástico tan especial que no las hace notar su ausencia, y de paso me hice alargar un poco la nariz por si alguien con quien me hubiera cruzado anteriormente me viera no pudiera reconocerme de ninguna manera. He logrado ser una persona más o menos normal con una maravillosa mujer y cuatro hijos de una cosecha fructífera y agradecida.

El tiempo sin duda pasa y los países progresan no obstante, y a pesar de sus políticos y dirigentes, la República Dominicana ya no es aquel pedazo de tierra barata por descubrir y comprar sino que por sus grandes logros de los gobiernos habidos en las últimas épocas, es hoy en día la venerada, reconocida y temida República del Mundo. Envidia de alemanes, modelo a copiar de japoneses, frustración y a la vez esperanza de rusos, codicia esperada de los norteamericanos y niña mimada de Europa.

Todos los intelectuales del mundo miran a República Dominicana, los premios Nobel la alaban sin cesar, el Vaticano se arrodilla con solo oír nuestro nombre. Los mandatarios más importantes de la historia reciente nos han visitado como peregrinación obligada para conocer de cerca el fenómeno de transformación nunca antes visto en ningún lugar del planeta.

Con tanto progreso a veces tengo cierto temor de que las potencias comiencen a tejer sus redes de inteligencia  y envien sus agentes secretos a espiar nuestras plataformas de lanzamiento de cohetes impulsados a velocidades casi siderales por el revolucionario combustible de Triculíno Adulterado MGBP, el Mata Gentes de Barrios Pobres, de fórmula solo conocida en este país y preservada a vida o muerte. O que descubran las nuevas bases de innovadores submarinos fabricados con piel de caña brava cibaeña, ligeros, ágiles como peces chiquitos, totalmente invisibles e indestructibles. O las nuevas bombas a base de gases hechos de plátanos verdes amemantes barahoneros que permiten capturar ejércitos enteros medio atontados sin causar muertos o heridos como anteriormente sucedía con el gas mostaza.

Un temor también a que sus agentes me reconozcan no obstante el tiempo pasado y mis cambios físicos naturales producidos con el paso de los años, pues son como los espías hueveros aquellos que, aunque les quemen el hocico siguen robando planos y haciendo fotografías, pudieran llevarme a sus países con fines de volver a las andadas mediante amenazas u otros métodos . Pero si hay algo que me tranquiliza es saber que soy un ciudadano horado, productivo y orgulloso de la República del Mundo, y ¿Qué países o naciones, por potentes, enajenadas o desesperadas que estuviesen se atreverían a secuestrarme? ¡¡Ni locos o suicidas que fueren!!

Bien, esta es mi la historia, tal vez si él o la lector-a ha llegado hasta este dilatado final puede que la crea producto de uno de esos virus covid19 que trastorna vidas o cerebros y que está ahora mismo alojado pelando contra la razón en mí debilitado cuerpo. Pero todo es más real que la vida misma, la mía. Y si aún siguen dudando de todo lo escrito es porque continuo, muy dentro de mí, siendo el excelente espía que siempre quise y fui. Y crear dudas es otro de nuestros privilegios de clase y casta. No lo olviden ni siquiera un segundo