La lucha de clases se manifiesta en todos los actos de los seres humanos. La ideología en sus múltiples escenarios se expresa en forma terrible, muchas veces de manera descarada y otras muy sutil e imperceptible.

Aunque confiar y la lealtad están íntimamente ligadas a la formación del individuo, desde que nace, la ideología influye en forma determinante. De ahí que una familia decente y trabajadora lo hace bajo las normas y rigor de las reglas del sistema imperante, en este caso, el capitalismo.

Confiar es depositar toda la confianza, con seguridad, en un proyecto y en alguien. Lealtad es ser fiel a los principios, propósitos, y en aquel ser social que ha confiado en usted. No traicionar por pendejadas ni engaño son cualidades  humanas que se manifiestan en formas voluntarias e involuntarias que revelan la bondad y el desprendimiento de un agente que desean construir un mundo mejor.

En el sistema capitalista los códigos están claramente definidos. Luchar contra ellos implica tener una sólida formación ideológica y política que puede distinguirlos para no caer en sus redes de dominación social y cultural. En esa terrible lucha, muchos caen, sin darse cuenta, pisando arena movediza y caminando en un pasillo enjabonado.

Esto viene a colación al observar el panorama, ambiente, de las organizaciones de la izquierda, de la revolucionaria también. Es increíble cómo se mueven en el escenario: su desconfianza, el culebreo en sus relaciones, su celo enfermizo, su rivalidad estúpida y, sobre todo, su interés para que el otro fracase.

Manifestaciones dañinas que se proyectan al exterior del litoral revolucionario, impactando en forma negativa en la sociedad. Quizás la población no entiende la conceptualización de su discurso, pero observa con preocupación su accionar en la vida pública

El origen social del movimiento revolucionario dominicano está en las entrañas del mismo capitalismo, en la pequeña burguesía, desde su nacimiento. Un sector inestable, muy voluble y emocional. Y no es un pecado capital, para que no confundan mi texto. Lo que quiero establecer es que su génesis de clase es una antítesis de lo que deseamos cambiar.

La pequeña burguesía se hace revolucionaria en la medida que acepta en forma consciente, sin dogmas, las ideas ideológicas y políticas, socialistas y comunistas, y su aplicación a la realidad concreta, sin inventos. Y aquí es que la pintura es dura. Lo más difícil. Porque la condición de clase pesa más que la Cordillera Central.

En esa lucha, silente e indirecta, por definir la táctica e interpretación de coyuntura, se bate, desgarrándose, el movimiento revolucionario. Por eso, se dividen por cualquier “picada de ojos”. El chantaje y las descalificaciones están al pecho. No han comprendido el rol a jugar en esta etapa democrática de la revolución.

Y por eso no se unen.

Rehúyen, como el diablo a la cruz, al debate de las ideas para comprender la situación nacional e internacional; primera condición indispensable para un proyecto unitario que determine los objetivos a alcanzar. La confianza y la lealtad se solidifican hablando claro y de frente, ponerse de acuerdo, y no seguir empantanando el camino.