Que el gobierno del PLD hace agua por todos lados, y que representa un peligro para el débil sistema democrático en que estamos viviendo lo dicen múltiples informaciones que tienen a República ranqueada en los límites de país fallido.
Bajo la sombrilla de un crecimiento económico que no genera inclusión, equidad ni bienestar social (sólo un 33% ve que en el país hay progreso), el balance es de pésima calidad de los servicios públicos, vulnerabilidad económica provocada por el endeudamiento irresponsable y la larga cadena de déficits públicos acumulados para cubrir los excesos del PLD, que ha hecho de su nómina política parte esencial del mal gasto público.
Ni qué decir del descalabro institucional que se expresa en que el país no dispone de un Congreso Nacional ni de un sistema judicial que sirva de contrapeso a desafueros del Poder Ejecutivo, como el endeudamiento desbordado y la caricatura politiquera en que el gobierno morado ha convertido la descomunal estafa cometida en contra del país, con los robos de Odebrecht.
Está además el grave parámetro de ingobernabilidad que representa el desastroso estado de los servicios públicos, que no garantizan seguridad a los ciudadanos, educación, salud y seguridad social de calidad, control migratorio, y ni siquiera provisión de agua potable en la cantidad y la calidad que necesitan el pueblo consumidor, la industria y la agropecuaria, como demostró recientemente, y de manera responsable, el economista y líder político Luis Abinader.
Que están dadas las condiciones objetivas para un cambio radical de la forma en que el PLD ha estado gobernando el país, es una realidad que evidencia el crítico panorama enunciado, lo reflejan las encuestas y lo grita la calle donde quiera que se juntan dos criollos.
Lo que debe preguntarse todo el que tenga algo que perder, que represente a algún sector o le duela el destino de este pueblo es ¿En qué condiciones se producirá el cambio que el pueblo necesita y demanda?
Eso depende.
Puede ser un cambio tranquilo, mediante los procesos institucionales que establece la democracia, aún sea tan imperfecta como la dominicana.
Puede ser un cambio con algunos sobresaltos y tensiones, propios de países en los que el partido de gobierno se resiste a aceptar que perdió el apoyo de las mayorías, y el pueblo tiene que “convencerlo” de que ya pasó su carnaval, y es pa`bajo que va.
O puede ser un cambio bien traumático, como los que se daban en el país cuando a los alcahuetes de los gobiernos había que advertirles que debían estarse tranquilos porque no cabrían en el avión, cuando los jefes del gobierno tuvieran que poner en pies en polvorosa.
Al gobierno del PLD lo tiene en pie la permisividad contemplativa que le dan de sectores fácticos que no alcanzan a ver el costo que tendrá para el país, y para ellos mismos, no cumplir su responsabilidad social en el derrotero que deba seguir el país.
Ojalá lo entiendan sectores de la prensa, del empresariado, de las jerarquías eclesiásticas y de otros grupos fácticos que se están haciendo los desentendidos mientras el gobierno del PLD incumple todo tipo de norma y lleva al país a déficits institucionales no menos delicados que los fiscales.
De esos sectores depende, en gran medida, en las condiciones que se producirá el cambio que viene.