¡No hay que  desesperar de ningún pueblo mientras haya  en él diez (10) hombres justos  que busquen el bien!” (Pedro H. Ureña, Patria de la Justicia)

Hoy, con la  inseguridad ciudadana hasta el cuello, la desgarradora situación económica, la amenaza de enfermedades globales como el ébola, el incremento de la desconfianza y falta de credibilidad en el liderazgo político, es imposible que pueda un candidato/a convencer con utopías a la ciudadanía. El camino está bien abierto para nuevos liderazgos emergentes o la conversión profunda de los anteriores líderes, pero con modelos  comunicativos diferentes.

¿Cuál ha sido el destino de las utopías?

En el renacimiento, el canciller y mártir inglés -Tomás  Moro- soñó con una utopía humanista y disciplinada. Describió una  ciudad ecológica  perfecta, presidida por magistrados y senadores que sería castigados si se sospechaba de que quieren ser tiranos.  Se quedó en un mundo imaginario y pronto el lobo feroz que describe Thomas Hobbes en el Leviatán, no le permitió ni siquiera asomar su cabeza.

Carlos Marx, el sociólogo que tuvo mayor impacto en las ideas políticas en  el siglo XX, fue un destructor de las  utopías humanistas y del incipiente capitalismo.   Pero el brillante y audaz pensador, atrapado en un maniqueísmo,  erró en dos aspectos: primero, Marx pensaba que el ser humano es bueno por naturaleza y segundo, que la base del mal  reside en la propiedad que está en manos de los que producen los modos de producción. Por eso propuso una transformación en las estructuras de la sociedad, que sólo se alcanzaría,  ni con huelgas ni oraciones, sino con plomo: derribar el capitalismo para dar paso a una sociedad igualitaria: el paraíso socialista.  Pero otra cosa ocurrió en el terreno cuando esas ideas se encarnaron en los corazones dominados por los vicios del poder totalitario. No obstante, valoro como una hazaña los grandes cambios alcanzados a favor de las colectividades. Además sigue siendo inspirador la  tesis  no. 11 del Manifiesto Comunista. Hay que generar cambios estructurales profundos para lograr mayor equidad y libertad perennes.

Considero que Marx debió prestarle atención a Thomas  Hobbes  y a Schopenhauer que observaron al hombre en sus intereses, vicios  y  pasiones, independiente de los regímenes políticos. Decía Hobbes: “Si los hombres desean las mismas cosas y en algún modo disfrutarla se vuelven enemigos”. Schopenhauer describió, aunque se le fue la mano, la esencia del impulso de la voluntad  natural de los seres humanos y se encontró con el  lado  monstruoso de las personas en su afán cotidiano.

En tierra latinoamericana, Don Pedro H. Ureña, el más universal de los dominicanos, forjó una  utopía para emancipar a América y evitar caer en las garras del imperialismo americano, empezando  primero en el espíritu y luego en la materia. ¡Tremendo acierto de nuestro humanista! Lanzó un dardo contra la utopía materialista reduccionista. Que quería evitar que la materia  devorara al espíritu. Proclamó: “Hoy, en medio del formidable desconcierto en que se agita la humanidad, sólo una luz unifica a muchos espíritus: la luz de una utopía, reducida, es verdad, a simples soluciones  económicas por el momento, pero utopía al fin, donde se vislumbra la única esperanza de paz entre el infierno social que atravesamos todos”. 

Pero con el mayor respeto a Don Pedro, un liderazgo político de este tiempo tiene que cambiar de paradigma y reducir la utopía  en plantear soluciones creíbles y con las suficientes  agallas tanto en él como  en su equipo para hacerla realidad. Ya  las preocupaciones materiales, no sólo económicas, hace rato que devoraron el espíritu de muchos, pero quedan.

La postmodernidad  se encargò de barrer con lo poco que quedaba de las grandes utopías. Vivimos tiempos de contrautopías. Los meta relatos que se urdieron en el siglo XX, para mover a  las multitudes   hacia cambios  radicales se esfumaron. Es apenas un recuerdo romàtico, aunque pululan en mentes que se aferraron a ellas y no fueron capaces de escuchar el latino de nuestra gente, especialmente, de los jóvenes. No se dan cuenta de que nuevos imaginarios pueblan las mentes y el corazón de nuestra juventud. Son  la mayoría, que inclinarán la balanza en los certámenes electorales. Quieren más oportunidades, más seguridad, más  empleos y más diversión. También los más adultos andan por esa onda.

El carismático cantante boricua pregonó por todo el mundo ese imperativo categórico de este tiempo:

Voy a reír, voy a gozar
Vivir mi vida/Voy a vivir el momento
para entender el destino
Voy a escuchar el silencio
para encontrar el camino

 

Por ahora concluyo con la inscripción que encabeza este artículo: “¡No hay   que  desesperar de ningún pueblo mientras haya en  él diez  hombres justos  que busquen el bien!”.  Si así fuera y estuvieran en posiciones de poder, de seguro,  tuvieron un país por un derrotero diferente.