Parafraseando el título del afamado sermón de adviento, que pronunciara en nombre de la comunidad Dominica, Fray Antonio de Montesinos, un domingo de adviento de 1511, en favor de los indígenas (aborígenes) de la isla de Quisqueya, quiero escribir los siguientes párrafos.
Se ha hablado mucho sobre la dignidad humana, autores, activistas, cristianos, ateos, intelectuales y personas de sencillo accionar, coinciden que la dignidad de una persona le viene dada desde su nacimiento. En ese sentido, el término dignidad se deriva del vocablo latín dignitas, del adjetivo digno, que significa valioso, merecedor, con honor.
Siendo así, que la dignidad se basa en el respeto y la estima que una persona tiene de sí misma, también en el respeto que recibe de los otros, y todo ello le lleva a contar con merecimientos que le confieren una vida digna, buena, completa, con todo. Esta definición aplica para todos los seres humanos.
Hace unos meses, veo en la calle a muchas más personas en la práctica de la mendicidad, y una se pregunta, ¿cuándo una persona llega a estos grados se puede decir que goza de dignidad? También veo cada vez más personas enfermas mentales, además de las que no mendigan, pero que actúan como si padecieran patologías serias a nivel mental y conductual.
La copa rebosó con el siguiente cuadro: un señor como de unos 69 años, apoyado en dos muletas, con una pierna ulcerada, acompañado de dos niños de unos 3 ó 4 años, frente a un supermercado. Este cuadro se repite día a día, y unos de estos días, uno de ellos tenía fiebre alta, vino una unidad de socorro en las calles, pero no pudo hacer nada más que observarlo, pues el protocolo le impedía moverlo hacia un hospital o algo parecido.
Mi pregunta radica en lo siguiente: si desde el inicio de nuestra sociedad estamos diciendo que vamos en vía de desarrollo, hasta cuándo seguiremos en esta vía? El aumento de pobreza concretizada en en las calles y fuera de ellas indica que estamos en esta vía? La diferencia marcada de clase social no nos están generando mayores niveles de injusticia y violencia? En un país con grandes riquezas, qué está sucediendo que se muestran asimetrías tan marcadas? Los impuestos que pagamos “todos” no se supone, que también han de ayudar a que situaciones como estas tengan respuestas y existan estrategias que nivelen la dignidad de todas las personas?
Y me respondo que es un asunto de derechos humanos, entra la equidad, la justicia, la convivencia armónica, niveles de desarrollo equilibrados, por tanto, apelamos y merecemos una vida en paz. Pero como no lo que vivimos creo necesario hacernos todas estas preguntas:
Con qué derecho vamos dejando una sociedad con un presente incierto, donde niños y envejecientes enfermos tengan deambular por las calles para mal comer? Con qué derecho seguimos mostrando una sociedad tan injusta, donde unos pocos viven con todo, mientras otros no tienen nada? Quién nos faculta para crear cordones de miseria atravesados por la diferencia de clase social, mientras otros amasan grandes riquezas? Con qué derecho justificamos que seres humanos merodean hambrientos, acogidos a su “destino” de nacer, vivir y morir sin dignidad? Cuál es la enseñanza que estamos dejando a las nuevas generaciones? No nos parece un acto de gran injusticia todo esto? A caso, no nos duelen nuestros cuerpos al ver tanta miseria y dolor en los más desprotegidos?
Todas esta preguntas reflejan el grito por la dignidad que sale constantemente, y así, en el siglo primero de nuestra era, un tal Jesús de Nazaret y su grupo, en 1511 y en 1948 se ha hablado sobre la declaración universal de los derechos humanos como derechos inalienables de las personas, en la actualidad y en el futuro seguiremos retomando este grito sobre la DIGNIDAD humana y decimos entonces ¿Con qué derecho coartamos la dignidad de nuestros hermanos, quién nos faculta para esto?
Apelamos a nuestras propias conciencias, a los dignatarios (que así se hacen llamar, pero que no tienen mayor dignidad que otros hermanos), a los grupos sociales, a las comunidades creyentes o no, a cada persona en particular a entender que ya es tiempo de hacer otro mundo posible, empecemos ahora, el tiempo apremia.