No me sorprendió mucho ellevantamiento zapatista encabezado por el grupo armado Ejército Zapatista de Liberación Nacional, ocurrido el 1º de enero de 1994 en el estado mexicano de Chiapas, y que tuvo un impacto de alcance mundial debido a sus demandas de justicia y reivindicación de los derechos de los pueblos indígenas de México y de los pobres en general.Porque, sucede que yo había estado allí en una breve visita a mediados de 1977 y constatado las condiciones de extrema subordinación en que vivían los pueblos originarios en aquella zona.
El 22de mayo de 1977, tras concluir el I Encuentro sobre la Realidad Campesina de México, Centroamérica y el Caribe, que había tenido lugar en Panajachel, Guatemala y en el que participé junto a una de sus organizadoras, Argelia Tejada, partí de la capital guatemalteca con rumbo norte hacia México. Me habían invitado algunos activistas sociales de aquel país para que observara sus trabajos y los ambientes en que se desenvolvían. Abordé un autobús que me conduciría hasta la Frontera Comalapa. Ascendimos hacia las montañas centrales, pasando por Chichicastenango, La Mesilla, Huehuetenango, entre otras localidades. La frontera de México con Guatemala y Belice, de mil 200 kilómetros de largo, era en ese tiempo una de las más peligrosas del mundo. Operaciones guerrilleras en plena guerra civil de Guatemala, intenso contrabando de personas y mercancías, droga, y otras operaciones ilegales. El autobús dejaba a los pasajeros del lado guatemalteco y estos debían cruzar un puente sobre un profundo cañón hacia el lado mexicano a su cuenta y riesgo. Yo tenía tres visas en mi pasaporte: dos de Guatemala y una de México.
Abordé un segundo autobús que me llevaría a Comitán de Domínguez, ya en el estado mexicano de Chiapas. Nos detuvimos en Ciudad Cuauhtémoc. En vista de que yo tenía una semana sin comer arroz y vi arroz y ¡habichuelas!, me apresuré a pedir esa comida. Resultó que lo que aparentaba ser arroz no lo era y la habichuela era chili, de modo que me resigné a seguir comiendo tortillas una semana más.

En Comitán me recibió el sacerdote Joel Padrón, un colaborador del obispo de Chiapas, Samuel Ruiz (1924-2011), defensor de los derechos de los pueblos indígenas de México y de América Latina. Con el padre Joel fui a las montañas a visitar algunas comunidades indígenas, aunque fue una visita de un día me permitió ver directamente las condiciones de vida de esta gente. Un dato estremecedor fue el de que compañías extranjeras les pagaban el equivalente de un dólar por derribar un árbol de sus propias tierras ancestrales del que las empresas sacarían cientos, tal vez miles de dólares. Por la noche asistí a una boda oficiada por el padre Joel.
Al día siguiente continúe mi viaje hacia el norte. Tapachula, Tuxtla Gutiérrez; San Cristóbal de las Casas, donde estaba la sede del obispo Ruiz, el istmo de Tehuantepec, Veracruz, Puebla de Los Ángeles y, finalmente, el Distrito Federal, donde arribé tras un total de 28 horas en autobús. Una anécdota curiosa de este viaje fue que en una parada entré en conversación con los dos choferes de la guagua. Al responderles que yo era de la República Dominicana cuando me preguntaron mi procedencia, uno no sabía nada de que existiera tal país mientras el otro lo más que sabía era que estaba cerca de Haití.
Al llegar al Distrito Federal viajamos todolo largo de la avenida Francisco I. Madero, pasando por el aeropuerto, hasta la central de autobuses del sur, muy lejos del centro de la capital. Contacté a mis anfitriones, quienes me indicaron que tomara el metro porque no podían ir a recogerme. Tomé el metro hasta la última estación, que en esa línea era la Tasqueña. Allí me reuní con el compañero que había ido a recogerme y partimos hacia el centro ecuménico donde me alojaría. Estaba situado en el barrio San Ángel Inn, donde ese encontraban, entre otros puntos notables de la ciudad las instalaciones de Televisa y la residencia del escritor Gabriel García Márquez.
Aquel centro aconfesional, realizaba estudios y apoyaba los movimientos populares. En los pocos días que duré en la capital acompañé a los compañeros a una marcha popular que filmarían en Toluca, estado de México, fronterizo con el DF.Sin embargo, no pude conocer el emblemático centro de la capital mexicana, donde se hallan la catedral, la plaza de las tres culturas, el zócalo y otros puntos de interés.
Regresé a Guatemala por la misma ruta, ingresando a aquel país con mi segunda visa. De ahí a la residencia de los amables sacerdotes misioneros (Congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y de María) que nos habían alojado a Argelia y a mi cuando llegamos y, al día siguiente el vuelo de regreso a Santo Domingo, con escala en el aeropuerto Las Mercedes de Managua, entonces bajo la férrea dictadura de los Somoza.

La mujer de la foto que está hilando algodón en una antigua rueca es una indígena maya de los alrededores del lago Atitlán. Ella no hablaba español y solamente les decía a los turistas que intentaban fotografiarla ¡Pagar, pagar!, ¡cincuenta!, refiriéndose a 50 centavos de quetzal, equivalente al dólar. Creo que fue Argelia quien me hizo la observación de que tenía el justo derecho a pedir que le pagaran por dejarse fotografiar ya que su imagen era lo único que poseía. Tan pronto se percató de que ninguno de los turistas hiciera ademán de darle algo, la mujer se retiró rápidamente a su choza, cuya puerta se nota al fondo.