El constructo teórico que erige Andrés Pérez Cabral en su Comunidad Mulata (1967) tendrá al despotismo o a la acción despótica como el concepto político por excelencia para explicar el desgaste y descomposición de los elementos humanos que conforman la nación dominicana; pero también se aunarán a este las concepciones biologicistas en torno al hibridismo racial en vista de que la comunidad política dominicana es un caso único de predominio de la mezcla racial en el archipiélago antillano.

La conjugación de estos conceptos políticos-raciales con una visión biologicista de la sociedad, en la que se ve al conglomerado social como un organismo vivo y en relación obligada a otros tantos semejantes, conformará la teoría sociológica de este libro en su esfuerzo por explicar el pasado y el presente sociopolítico del país hasta 1964. Para ello será importante centrarse en la noción de deterioro moral del ente social donde la acción despótica es la causa principal de los estragos de la comunidad política.

A partir de estas premisas, nos convencemos desde el primer capítulo de que el texto de Pérez Cabral es una actualización más del discurso colonial en el país y en el que se sostiene, como una continuidad, la tesis del fracaso de la nación dominicana o la inviabilidad de la nación.

El capítulo primero, titulado “La negociación de los valores” remonta a la idea decimonónica de la “degeneración” moral del pueblo dominicano sostenido por nuestra comunidad letrada y repetido con mucha frecuencia por el aparato ideológico del trujillismo y la intelligentsia de la primera mitad del siglo XX.  Transcribo la tesis que sostiene el capítulo:

“Circundada por el mar, cada vez más empobrecida, liquidándose ya en la segunda etapa de la disolución, tras haber erigido la inmoralidad en institución, la única comunidad mulata del planeta representa un ejemplo sin precedentes del desgaste y descomposición de los elementales atributos humanos”.

Para Pérez Cabral el problema es la “acción disolvente” del despotismo en la dinámica social de las comunidades políticas. Para mostrarlo, el autor se dirige en el primer capítulo a una serie de argumentaciones sobre las interacciones entre las comunidades humanas. Lo importante para el ensayista es mostrar el impacto de una nación sobre otras y cómo, en la dinámica social, las naciones impactadas responden a un proceso de transculturación que se profundiza cuando las comunidades son resultado de un doble trasplante migratorio en tierra ajena. Desde el primer capítulo se entiende hacia dónde va la flecha, cuál es el blanco.

La singularidad de las islas antillanas está en la desaparición total de las poblaciones autóctonas lo que permitió en la práctica, según Pérez Cabral, la “variedad de colisión en una transculturación a distancia”. Así es como se forma el hibridismo a partir de dos grupos étnicamente distintos con la particularidad de que uno es de migración voluntaria y el otro involuntaria. Ya podemos imaginarnos hacia dónde nos dirige el autor; lo que se refuerza con la inclusión de una segunda condición determinante que expresa de este modo: “la condición insular del nuevo hábitat”.

Volvemos a encontrarnos con los determinismos geográficos, en nuestro caso el insularismo, y el determinismo biologicista; este último expresado a través del hibridismo étnico ocurrido en estas tierras. Si bien Pérez Cabral todavía no los menciona sigue muy de cerca a Federico García Godoy y a Francisco Moscoso Puello en sus concepciones raciales sobre el pueblo dominicano. Si bien estamos frente a un sociólogo multidisciplinar con un discurso bien estructurado y argumentado, no se escapa de la visión negativa sobre la condición insular y sobre la variedad étnica que conformaron el pueblo dominicano.

Así que, si unimos las condiciones determinantes ligadas a la geografía, esto es, ser una isla y el hecho histórico de provenir de una mezcla o híbrido entre grupos invasores que no realizaron “discriminación étnica” y grupos de “migración forzada”, obtendremos un compuesto de no muy dignas cualidades subjetivas ni objetivas.

De cualquier manera que lo veamos e imaginando que pretendemos salvar la proposición del prójimo expuesta en esta obra, no podemos dejar de darle la razón a Homi Bhabha cuando plantea que el pensamiento colonial no desaparece, solo se transforma y adquiere nuevos matices adaptativos a los tiempos.