El discurso político de hoy debe ir encaminado a generar empatía, incrementar las simpatías, y ganar la confianza de un electorado ansioso, aislado, con miedo, con tiempo para analizar los contenidos y las intenciones, para decidir en las elecciones próximas.
Al analizar la gestión comunicacional de los lideres políticos en esta crisis sanitaria me pregunto: ¿qué mensajes guardaremos las y los ciudadanos? ¿tomaremos en cuenta a quienes muestren sensibilidad al dolor de las personas? ¿a quienes gestionen soluciones con profesionalidad? ¿daremos “me gusta” a un discurso basado en evidenciar la transparencia y la solidaridad, o seguiremos apostando a los discursos de odio y criticas ausentes de fórmulas?
El mundo cambia y la política también cambiará. Comunicar ahora, en medio de estos cambios, es un nuevo desafío que enfrenta la clase política, sobre todo la dominicana, porque cada día nos demuestran falta de empatía, pobreza de formación política y carencia de ofertas ideológicas.
Aquí el pragmatismo ha ganado la batalla y el oportunismo se sienta triunfante a observar a los liderazgos emergentes, carentes de propuestas y sobrados de diatribas personales que desnudan la ausencia de argumentos realistas, incapaces de presentar un proyecto de nación que se adecue a estos nuevos tiempos y recobre la nostalgia, perdida en las cenizas del tiempo.
Esta crisis nos desnuda, nos desenmascara y despertamos con nuevos roles que asumir en el teatro de la vida. Hemos vuelto a lo sencillo, a valorar lo sincero, lo natural. Nos hemos dado cuenta que no nos sirve de nada lo banal ni superficial, que nos sobran los zapatos, las carteras, los carros en las marquesinas. Que el dinero no nos ayuda más que a abastecernos de alimentos y medicina y que nada nos quita el miedo ante la incertidumbre.
Vamos revalorizando lo honesto, a través del espejo vemos cómo ayer los “fake news” eran la nueva tendencia de la comunicación y hoy, desde el encierro, desde el confinamiento para sobrevivir, de repente nos hablamos desde el corazón y pensamos en buscar soluciones en conjunto, descartando el individualismo, caminando para llevar certidumbre a nuestra gente.
Literalmente, como dice mi hijo, nos quedamos sin filtros, sin mascarillas que oculten la hipocresía. El dolor y la muerte nos persiguen. La gente necesita y quiere creer que esta crisis pasará y sueña con esperanza que habrá un nuevo día, con un mañana en el que florezca de nuevo la alegría.
Dicen que Buda dijo: “Aferrarse al odio es como tomar veneno y sentarse a esperar que la otra persona muera”. Ante esa frase tan rotunda, pienso que gestionar esta crisis requiere gente política que comunique desde la claridad y la empatía, con amor, desapareciendo de sus discursos esas frases de resentimiento, odio, envidia y rencor. Mujeres y hombres políticos que nos digan cómo gestionar el duelo ante la pérdida de la salud, ante el fallecimiento de seres queridos, voces que nos traigan esperanza.
Políticos y políticas que reconozcan sin demagogia el trabajo de la gente que está en primera fila, codo a codo luchando para salvar vidas, que miren de tú a tú a la gente común que está en casa compartiendo tiempo, miedos, sueños y anhelos con quienes convive dentro de paredes rígidas y frías que, mudas al fin, nunca nos develarán las risas, lágrimas y suspiros de los que han sido testigo.
Me sorprendo al ver cómo, de camino hacia las elecciones próximas, aún persisten en comunicar como ayer. No se dan cuenta que nadie fuera de su círculo de interés le dará valor a lo que no lo tiene. Me parece que no se dan cuenta que cada ofensa, critica destructiva y perversa, amenaza inoportuna y sin criterio ante esta contingencia, se convierte en un bumerán.
Todo un pueblo quiere sentirse querido y protegido, quiere recibir mensajes de amor, de esperanza, de soluciones y se fija en quienes les brinda palabras de aliento, de vida, humanizados y solidarios, donde ver reflejadas sus necesidades y añoranzas. Pero las crisis desnudan nuestro ser, sin darnos cuenta aflora nuestro verdadero yo y, esos y esas que hablan desde fuera de sus roles reales, lo único que hacen es acrecentar el sentimiento de impotencia que nubla los corazones de la gente.
Comunicar, para las y los políticos, es hoy un gran desafío. Descubrir qué comunicar para sembrar empatía, entender cómo hacerlo para incrementar la simpatía, saber cuándo hacerlo para ganar la confianza de un electorado que está en casa, ansioso, aislado en soledad, lo que les deja bastante tiempo y oportunidad para analizar los mensajes que llegan, no solo los contenidos, sino, las intenciones.
Esos votantes, que son ese pueblo ávido de comunicación positiva, buenas nuevas y palabras de esperanza, que necesita creer que todo pasará, es también un juez que sopesa y procederá de forma elocuente a manifestar su voluntad.