Mucho se ha dicho que lo único permanente es precisamente el cambio.

Aunque persista esa oposición de mucha gente a los cambios y aunque existan ciertos matices ante ellos, lo real es que permanentemente estamos en un entorno cambiante.

Uno de esos matices fue abordado en la que se considera una de las grandes obras de la historia del cine, “El Gatopardo”, que se basa en la novela del mismo nombre, del escritor siciliano Giuseppe Tomasi, príncipe de Lampedusa, de inicios de la segunda mitad del siglo pasado. De ahí que se conozca como gatopardismo esa actitud de “cambiar todo para que las cosas sigan iguales".

De manera general tenemos un mundo que está siendo acelerado, entre otros temas, por la gestión de una pandemia con repercusiones que no dejan de sorprender, además de las que todavía estamos por ver. De manera más particular, los estrategas que acompañaron desde antes de la campaña al actual gobierno, con su propuesta de cambio, repararon muy oportunamente en que eso conectaba con el sentimiento de las mayorías en la República Dominicana.

Es por ello que, atendiendo que la comunicación es omnipresente en toda actividad humana y que, principalmente en esta etapa, “todos comunicamos para todos”, resulta sumamente útil plantearnos la pregunta de si estamos comunicando para cambiar. Aquí vale recordar que comunicar es mucho más que simplemente decir o escribir. Recordemos que toda acción humana sirve para comunicar. 

Lógicamente, es muy útil reparar en niveles de responsabilidad. Que todos comuniquemos no ha de ser justificación para “meternos en el mismo saco”. Hay quienes, formando inmensa mayoría, replican mensajes. Y también hay quien, meticulosamente, con plena conciencia de la repercusión que ha de lograr, gestiona contenidos.

Aun así, como modo de alertar y para que realmente podamos aportar, parece muy oportuno concentrarnos en tres aspectos que pueden resultar esclarecedores. Así mantendremos esa dimensión de la comunicación que viabiliza el entendimiento y nos ayuda a mantenernos humanos.

Un primer tópico que propongo es relacionar la comunicación con los cambios. Y eso genera preguntas: ¿Estamos comunicando para cambiar? De ser positiva la respuesta, ¿se trata de cambios para mejor o para peor? ¿O acaso se trata de cambios para generar el denominado efecto Lampedusa?

Un segundo aspecto, que también resulta oportuno, es referir cierta evolución de la comunicación. Para no irnos muy atrás, esa etapa definida por Toffler como “Segunda ola” puede servirnos para conectar con lo que impide que realmente cambie ese modo amañado de gestionar la comunicación.

Ocurre que, pasada la Segunda Guerra Mundial, el modelo de comunicación conductista, caracterizado por la aparentemente simple transmisión y recepción de información, se convirtió en el paradigma hegemónico. Estamos hablando de un modelo unidireccional, referido a provocar un estímulo para obtener una respuesta. Estamos hablando de un carácter estrictamente instrumental de la comunicación.

A todas luces, ese modelo le ha resultado muy cómodo a quien “tiene la sartén por el mango”. ¿Será lo mismo para quien “agarra el tizón por lo prendío”? Eso explica que a mucha gente se le haga tan difícil, y a alguna imposible, asimilar y adaptarse a los cambios que ha vivido y sigue experimentando la comunicación. Por eso es que mucha gente hace hasta lo indecible para impedir reales cambios. Y otros, más finos, logran disfrazar sus reales intenciones, y para ello se ayudan con el gatopardismo. 

Y el tercer tópico está orientado por lo que algunos estudiosos refieren a modo de “santo y seña” para asegurarnos de que estamos comunicando para el cambio.

Para ello, como Sócrates, algunas preguntas sirven de gran ayuda para avanzar. ¿Realmente tenemos participación comunitaria y apropiación de los contenidos? En los procesos comunicacionales que inciden en ti ¿eres sujeto o simple destinatario? En esos procesos, tu identidad, tus valores ¿son resaltados y mejorados, para promover tu real crecimiento, o simplemente usados para embaucarte?

Finalmente, con ese modelo conductista se asume que la gente carece de “conocimiento” y de “saber”. Así es como se reniega de la real oportunidad para el denominado diálogo de saberes. Esa es la base para mantener una relación de subyugación, disfrazada de libertad de opinión, pero no de pensamiento, con la gente.

Como es fácil apreciar, más que receta, procuro interacción como vía para encontrar reales respuestas. Busco respuestas que den sentido a esta etapa de redes, no para enredarnos sino para fortalecernos. Ahora es cuando adquiere más sentido de urgencia la comunicación para el cambio social.