Si algo ha crecido de manera exponencial, sin pausa, durante décadas, en República Dominicana, es el irrespeto a la vida humana y a la de los animales irracionales, principalmente los perros. El valor de la vida ha sufrido aquí una gran devaluación ante la indiferencia del Estado y de una caterva de empresarios socialmente irresponsables.
Reflejos tenebrosos de esta tacha social son las altas velocidades en calles, avenidas y carreteras; los vehículos sin el mínimo de seguridad; irrespeto a las señales de tránsito; la tiradera de basura a la vía pública; el creciente consumo de alcohol; los ruidos ensordecedores; los vecinos abusadores; el semillero de motoristas sin cascos protectores que zigzaguean por doquier, hasta por túneles y elevados; el porte, exhibicionismo y uso alegre de armas de fuego o el puñal para dirimir hasta las más simples diferencias; el comportamiento violento de los chóferes y ayudantes del transporte urbano frente a los pasajeros; la venta de alimentos y medicamentos vencidos o sin cumplir las normas de calidad; la irresponsabilidad paterna y materna; atropello contra los perros callejeros, a los cuales chocan o envenenan como si fuese un deporte emocionante…
Nuestros espacios públicos están repletos de homicidas y suicidas con vestimenta de ciudadanos que hacen naufragar la vida en convivencia. Poco les importa su vida; menos la de los demás.
Y eso configura un grave problema de salud pública que crece geométricamente mientras la autoridad aplica antipiréticos y analgésicos solo para aliviar los síntomas del mal social.
No ha de extrañar entonces la epidemia de accidentes de tránsito con su secuela de muertos y heridos que nos impacta todo el año (no solo en Semana Santa). Tampoco el nada envidiable primer lugar que ocupamos en ese renglón en América Latina, conforme el Informe Mundial sobre la Seguridad Vial, 2013, de la Organización Mundial de la Salud.
Este país registra la tasa de fallecimientos más alta del mundo (41.7 por 100,000), solo superado por la isla neozelandesa de Niue, en el Pacífico sur (68.3), y supera la media para América Latina, que es de 16.1 por 100,000. Cada año, 1.3 MM de seres humanos mueren por la referida razón; 50 MM sufren traumatismos. Las principales víctimas son jóvenes entre 19 y 29 años. En los primeros 11 meses de 2012 murieron en República Dominicana 1,435 personas por la causa señalada, según la Autoridad Metropolitana de Transporte.
La violencia le ha ganado, hasta ahora, a la razón.
La comunicación puede ayudar mucho a salvarnos de esa rémora, si es bien pensada y administrada. Pero el enfoque comunicacional predominante está lejos de ello. Le queda chiquito a las demandas actuales en tanto asume la comunicación en planes, programas y proyectos como un elemento cosmético, accesorio, de relleno, y a los públicos como puras marionetas. No como fundamento vital de todos los procesos. Un ejemplo es el afán de las autoridades por querer cambiar de un día para otro, durante el asueto de la Semana Mayor, actitudes potentes paridas por valores, comportamientos, creencias y estereotipos entronizados en la cultura a través de las décadas.
Y ahí está el detalle. Se trata de un excelente ejercicio para perder el tiempo… y mucho dinero, a cambio de resultados mediocres.
Los planificadores de políticas gubernamentales tienen que refundar sus paradigmas para contemplar la comunicación como un eje transversal ineludible, tan importante como los demás. Pues éste de ninguna manera se agota con un salir de emergencia para, desde la obsoleta Teoría de la Aguja Hipodérmica, tratar de tapar déficits comunicacionales matusalénicos o salvar crisis institucionales. Su visión acientífica, extemporánea y tubular es la causa de que muchas de las políticas estatales aborten temprano y provoquen un derroche de gastos.
Para construir una nación educada, saludable, consciente de sus deberes y derechos, apoderada de una cultura de prevención y del valor de la vida, la comunicación es vital. Pero no como operativo de uno o dos días, sino planificada y con una inversión sostenida en el tiempo y en el espacio. Inversión que siempre será menor a los grandes gastos de hoy día para poner parches a las consecuencias de los males sociales.
Una persona no deja el fumar porque un día alguien se lo pida en un medio de comunicación; como un ser humano no deja de ahogarse en alcohol ni de conducir a alta velocidad ni de sacar su pistola para matar ni de cruzar un semáforo en rojo ni de cometer cuantas travesuras de su menú aprendido de pequeño entienda, solo porque un opinante público, quizás bien intencionado, se lo recomiende un día.
La toma de conciencia no es hija del capricho aunque el caprichoso lo crea así. Y eso debe de tenerlo claro este Gobierno, que ha prometido “corregir lo que está mal”.
¿Se entiende?
Y YO ESPERANDO
El 20 de diciembre de 2012 plantee en esta columna:
“Si el presidente venezolano Hugo Chávez, operado por cuarta vez de cáncer, fallece hoy o queda discapacitado para ejercer sus funciones, la constitución de aquel país suramericano manda a celebrar elecciones. Y ante esa eventualidad, Nicolás Maduro, vicepresidente actual y señalado por su superior para ser candidato, ganaría de calle si los votantes siguieran un comportamiento similar al electorado dominicano. Los resultados de las elecciones regionales de este domingo 16 de diciembre (20 de 23 gobernaciones) serían un pre-aviso de esa crónica.
He sostenido que, aquí, las congresuales y municipales del 16 de mayo de 1998 y las presidenciales de 2000 no las ganaron esos legisladores, alcaldes y el Presidente Hipólito Mejía, sino el líder muerto del Partido Revolucionario Dominicano, José Francisco Peña Gómez. Y no es porque los candidatos carecieran de posibilidades. En el caso de Hipólito, aunque errático, es carismático, sabichoso y contó con el respaldo de un partido fuerte. Pero hay veces cuando las circunstancias especiales inclinan la balanza.
El deceso del prominente dirigente, el 10 de mayo de 1998, cuatro días antes de las elecciones para el elegir diputados, senadores y alcaldes, habría generado una avalancha de votos de todas las parcelas políticas y de apartidistas que ni soñaban hacerlo, tal vez como un acto de resarcimiento y de solidaridad con alguien a quien considerarían víctima.
El político había nacido en 1937 en condiciones de extrema pobreza en la loma El Flaco, cruce de Guayacanes del municipio Mao, provincia Valverde, al noroeste del país. Su crecimiento en vista de la perseverancia y sobradas dotes, no aplacaron nunca los demonios de un segmento de la sociedad que jamás le perdonó su negritud de origen haitiano. Ese fue quizás el principal freno para que no alcanzara la Presidencia.
El vuelco masivo de votantes a favor del PRD durante el proceso posterior a su fallecimiento, hace pensar una vez más en la tendencia del dominicano y la dominicana a identificarse con la víctima, el maltratado. Quienes en un momento son mordaces y calumniadores, luego devienen religiosamente indulgentes y arrepentidos.
Dado el parecido cultural entre venezolanos y dominicanos, serían muchas las probabilidades de que la reciente arenga de Chávez a favor de Maduro, termine con un resonante éxito en las urnas. Fue categórico al señalar que, ante su ausencia del Palacio de Miraflores y, como consecuencia, la convocatoria de elecciones, Maduro era su candidato y debía ser apoyado”.
Chávez murió el 5 de marzo de 2013 y el Consejo Electoral ha convocado elecciones para el 14 de abril. Hoy, las encuestas sitúan a Maduro hasta con 18 puntos porcentuales por encima del representante de la Mesa de Oposición, Henrique Capriles, quien ha puesto sus esperanzas en la abstención de los chavistas y en Dios, pese a que obtuvo un 44 por ciento de respaldo (6.5 MM de votos) en su última confrontación con el líder de la República Bolivariana de Venezuela.
En la cuenta regresiva hacia el certamen, sostengo lo mismo que en diciembre: Muerto Chávez, Maduro ganaría, si no ocurriese algún evento que altere la coyuntura.