Si de hurgar bien profundo se tratara podríamos llegar hasta el latín que, con todo y ser lengua muerta, nos recordaría que “politĭcus”, conocido hoy como político, fue heredado del griego “politikós”, relacionado con la “politeia", como llamaban los helenos a la "teoría de las polis" (ciudades), para que hoy describamos con ello, como adjetivo, lo perteneciente o relativo a la doctrina política; y en su expresión femenina, a la actividad de quienes rigen o aspiran a regir los asuntos públicos. Aunque quizás porque nunca faltan esas cosas raras, el diccionario de la RAE incluye una acepción en la que se define política como: “cortesía y buen modo de portarse”. Me pareció muy extraño, pero de eso podemos hablar después.

De la comunicación, de su lado, se plantea que sirve para “compartir referentes” de modo tal que logremos entendernos. Confieso que, personalmente me identifico con John Dewey, destacado filósofo, pedagogo y psicólogo estadounidense. Él dice que “la sociedad no solo existe por la comunicación, sino que existe en ella”. Basándose en eso añade que “de esta manera, la comunicación es dialéctica y reconstruye la experiencia”.

Pero, en atención a que no pretendo hurgar, ahora realmente lo que quiero es aprovechar que mucha gente ha olvidado Covid-19, “desescalada”, “covidianidad”, cuarentena, mascarillas, guantes, “sanitizantes”, contagio, rueda de prensa diaria, cambios en las estadísticas y otros de esos temas de moda, para “entrar en ambiente” con temas relacionados a la campaña de cara al 5 de julio. Aprovechando ese desvío de tema es que asumo escribir sobre comunicación y política, disciplinas con muchas áreas en común. A lo mejor son sus fronteras difusas las que han provocado que tanta gente salte de un lado y vuelva a saltar, sintiéndose como “pez en su agua”, en uno y otro campo, en cualquier corriente, pero también en aguas estancadas, en ciertas lagunas y hasta en el fango, a decir de algunos, “sin enlodarse”.

Hace falta recordar que la pandemia Covid-19 no tuvo nada que ver con el hecho de tener que suspender las elecciones municipales previstas para el pasado 16 de febrero, pero sí ha provocado, entre otras de esas rarezas que han caracterizado lo que va del 2020, que en la República Dominicana celebremos las Elecciones Extraordinarias Generales Presidenciales, Senatoriales y de Diputaciones el 5 julio de 2020.

La comunicación política

Retomando las relaciones, con amor y desamor, entre comunicación y política, ha de entenderse que, como parte de las complejidades en su relación, el mensaje político suele contar con una especia de “tres en uno”. En situaciones regulares, el político habla para tres destinatarios principales: sus seguidores, sus adversarios y los indecisos.

Pero ahí no se detiene el grado de complejidad. Muchas veces el mensaje, el contramensaje y el metamensaje necesitan estar integrados en un único paquete. De lo contrario, el político corre el riesgo de ver muy mermada su credibilidad (y confianza) cuando se le descubre con mensaje variopinto, y peor todavía, cuando se contradice a sí mismo.

Eso suele provocar que muchos políticos, asumiéndose escasamente dotados para manejar esa complejidad, prefieren evadir el decir, y hasta se acogen -sin confesarlo- a lo planteado por José Martí, con aquello de “la mejor manera de decir es hacer”.

Por eso muchos extrañan aquellos discursos que convertían al país en “un solo radio” para sintonizar a “Tribuna Democrática” o “La Voz del PLD”. Otros extrañarán aquellas concentraciones multitudinarias en las que hasta lemas inventaron para cuando, “en el país donde el día más claro llueve”, llegaba un aguacero repentino.

Pero no todas son añoranzas porque también se suele encontrar desde quien opta por la mudez, hasta quienes siempre tienen algo que decir, sin faltar quien se haya autoproclamado como “sordo, ciego y mudo” ante ciertas situaciones.

Ni siquiera ese socorrido “caerle atrás” al modelo estadunidense ha valido para que avancemos en términos comunicacionales en las formas de “hacer política” en la República Dominicana. Es memorable aquel 26 de septiembre de 1960, cuando a decir de muchos, la política cambió para siempre porque se marcó un antes y un después con el debate entre Nixon y Kennedy. Pero parece que en la República Dominicana nos empecinamos en no avanzar.

El plátano power

Como aquí se prefiere “aplatanar” las cosas, los debates entre aspirantes ocurren “a sigún”. Pues, aunque, como hemos dicho, la comunicación sirve para que nos entendamos, y en el caso de un debate en público para que la ciudadanía votante se edifique y tome decisiones con adecuado nivel de información, la lógica criolla plantea que el debate es para restar votos a quien más tenga. Y aunque entre los nuestros es muy común que “hoy digan digo donde ayer dijeron Diego”, la cercanía de una (casi segura) segunda vuelta electoral sirve como refreno ante la posibilidad de molestar hasta “con el pétalo de una rosa” a quienes en brevísimo tiempo podrían ser aliados.

En una sociedad-red como la actual, casi todos solemos ser arrastrados a involucrarnos en los asuntos públicos. Esto se evidencia con la integración de personas de renombre que no habían tomado partido en los temas electorales. Pero también ha de tomarse en cuenta que mayoritariamente se considera como precaria la calidad de la participación e insuficientes las vías para lograr verdaderos roles activos. A eso debiera atenderse con reales estrategias de comunicación.

Pero, en definitiva, en la actividad política criolla se hace muy difícil diferenciar entre mensaje y metamensaje.  Con altísima regularidad los esfuerzos que implica procesar mensajes vinculados a los silencios, a los significados no verbales, al paralenguaje, y a otros recursos de alto valor provocan que optemos por el facilismo para conectar más rápido y directo con las emociones, aunque las razones sigan de vacaciones por ahí (hasta después de la campaña).

Por eso en nuestro entorno, aunque cada vez se cuenta con mayor diversidad de medios y recursos para la comunicación, lo más abundante es que se sucumba ante esa mezcla de discurso publicitario con discurso político. Recordemos que cada vez hay menos diferencia entre los mensajes para invitarte a beber o fumar y los usados para invitarte a votar por un determinado candidato.

Con una frontera tan difusa, cada dispositivo pensado para la comunicación es usado a la luz de una lógica para manipular (hacer-creer y hacer-hacer) a sus destinatarios. Tales dispositivos no son exclusivos del discurso publicitario, pues los encontramos con frecuencia en la interacción cotidiana, además de que es un componente constante en el discurso político, donde se privilegia el hacer-creer.

En semejante panorama, salvo alguna muy grata sorpresa (en un año de muchas no gratas), los renombrados “cien días” de las autoridades municipales discurrirán entre una que otra excusa por Covid-19, acciones de apoyo a sus correligionarios, y sin propuestas claras (mucho menos debatidas). Así se “prepara el terreno” para que las emociones vuelvan a condicionar acciones que (por definir quiénes y cómo conducirán lo público) debieran ser muy bien ponderadas. Así se escogerá a cualquiera, menos a personas creíbles que se comprometan a bien conducir los destinos del país y a desempeñarse de manera realmente honorable desde el Congreso Nacional.   

A todo esto, cabe preguntarse: Sin real comunicación, ¿cómo se logrará adecuado soporte para esta sociedad? Si no se escoge a las personas idóneas para conducir a la sociedad, ¿qué futuro le espera (con nuestros hijos incluidos)? A juzgar por lo demostrado hasta el momento, ¿aplicará quien gane aquello de que “gobernar es comunicar”? ¿O será que alguien viene con la fórmula (todavía muy bien guardada) de “cómo hacer para entendernos” y avanzar?