A propósito del artículo anterior (Por la comunicación cercana y pequeña), un amigo me preguntaba si no estaba yo incurriendo en un cierto optimismo cándido en un tema tan reconocidamente complejo como el de la comunicación social.  Puede que sí. Debería no perderse de vista, sin embargo, que solo me refería a un reducido filón del amplio tema de la comunicación. He pretendido más que todo hacer un llamado de atención: la necesidad de asumir una modalidad de  comunicación que por la naturaleza y estado de los llamados sectores políticos alternativos es la que mejor le sienta y la que puede marcar la diferencia. La obligatoriedad de recurrir a los grandes medios no entra en discusión, como tampoco la necesidad, en general, de tomarse en serio, técnicamente, la cuestión comunicativa si es que nos tomamos en serio la acción política misma. La política es comunicación.

Reitero que la idea de comunicación cercana y pequeña a la que aludo supone habernos hecho socialmente cercanos a la gente y sus avatares diarios. Se trata de disponerse a estar allí donde la gente está, ver y palpar de cerca lo que le pasa, lo que siente, lo que quiere, lo que le impide el despliegue de sus vidas. Esta cercanía tiene sentido si la gente entiende que le servimos de algo, si, por ejemplo, ayudamos a crear los dispositivos, los instrumentos que correspondan a lo que se quiere enfrentar. La comunicación entre gente que convive es parte ya de la convivencia misma. Y viceversa. Ya no se trata de comunicación entre extraños. La escucha entonces no es solo posible sino automática; si los hechos hablan (la calidad y contundencia de nuestro acompañamiento), los discursos políticos se acortan y se tornan más convincentes, porque vienen endosados por un acompañamiento que ya hizo su parte: es comunicación entre gente que se tiene confianza, entre verdaderos interlocutores.

A la comunicación como simple, racional y generosa prédica puede que estemos –gustosamente– condenados por siempre; es esto a lo solemos llamar “llevar conciencia” a la gente. Me gustaría personalmente conocer los resultados: los resultados de una comunicación siempre muy escasa y que sobre todo las más de las veces se dirige a los más conscientes (concienciar a los concienciados), es decir a quienes menos la necesitan. Los menos conscientes carecen de tiempo, tino y actitud (su indiferencia corresponde a su escasa conciencia) para escuchar a sus salvadores: están demasiado ocupados –quizás sobre todo ocupadas—en sobrevivir este día de hoy.

La denominada concienciación a la que nos referimos es, en definitiva, concienciación política. Que nadie nace político o política es verdad de Perogrullo. Las ideas políticas, también se sabe, se refieren a cierta visión sobre cómo debería funcionar la sociedad como un todo. En la práctica, sin embargo, parecería ignorarse que esta visión es el resultado lógico de la acumulación de otros niveles de conciencia. Nacemos, claro está, a un mundo ya politizado, con instituciones establecidas y en medio de ideas políticas diversas; inevitablemente participamos de ese mundo y hasta hacemos nuestras determinadas ideas de esas: nos hacemos más o menos partidarios de una ideología política, preexistente. Aparentemente, éste, y solo éste, sería el curso “normal”: llegamos a lo político, es decir a la visión global del manejo de la sociedad, como quien dice, directamente, sin haber pasado por ninguna visión de lo particular e individual. Pero ¿es esta  toda la verdad?

En quedarnos atrapados solo en esta lógica consiste la política como alienación, como asunción de una híper-realidad inexplicada y extraña al sujeto, quien acaba viviendo y pensando la política existente como fatal condición prefabricada. Es la política como simple aceptación…

La verdadera conciencia política es en esencia resultado de un descubrimiento: la que expresa una cierta comprensión de que NO BASTAN LAS MEDIDAS PERSONALES, SECTORIALES O DE LA PEQUEÑA COMARCA: QUE SON NECESARIAS MEDIDAS MÁS GLOBALES, EL ESTABLECIMIENTO DE UN “CLIMA GLOBAL” de las relaciones sociales. Esta cierta comprensión, al menos intuición de lo global, es decir de lo político –inclinada en uno u otro sentido ideológico– se conecta con una práctica social que siempre será parcial, sectorial y personal. Es esta práctica la que nos lleva a la auténtica política, la que nos hace verdaderos políticos –en un proceso que nunca podrá ser lineal ni “puro”–. Así, nuestra visión y nuestro compromiso decantadamente políticos no son algo con lo que arrancamos sino un corolario al que llegamos en nuestro proceso formativo. Unos con más, otros con menos intensidad.

Uno quiere que mucha gente haga suya nuestra visión. ¿Cómo convencerlas de las bondades de esa visión y cómo hacer que la asuman como compromiso? Razones y palabras desde luego que participarán como ingredientes necesarios. Pero la historia registra infinitamente más éxitos en esta empresa como resultado de la experiencia viva de la gente que por las convincentes prédicas de quienes dicen tener la “razón”. Las convicciones, compromisos y prácticas políticas de la gran población SON EXTENSIONES CONCENTRADAS DEL MUNDO DE LA VIDA, DE LA LUCHA INCESANTE POR VIVIR.

La capacidad de vinculación entre experiencia social particular y lo político en general es la mejor escuela para apuntalar la capacidad de impugnación y crítica ante lo establecido. Así, el poder político (Estado, gobiernos, aparatos de coerción, ideologías) no será visto como realidad caída del cielo, Leviatán que todo lo puede con pleno derecho, de más o menos origen divino, sino como una creación humana que hay derecho a transformar.

¿Estamos dispuestos  en el país a hacer, una vez más pero mejor, la prueba?