La comuna es la utopía humana, ha de ser la célula principal de la gran confraternidad humana, es la semilla originaria del comunismo cristiano, sin unidad integral entre los habitantes de un mismo vecindario, demarcación territorial, municipio, provincia, naciones, jamás existirá comunismo. El socialismo es la revolución de la burguesía, el comunismo es la revolución de la conciencia en procura de la justicia, la hermandad y la igualdad de oportunidades de todos los seres humanos.

Los pueblos estamos compelidos a la creación de una sociedad cimentada en los más pequeños núcleos comunitarios, estas células manejando sus propios proyectos económicos, culturales y sociales reproduciéndose en miles de millones de células más, irán gestando la nueva anatomía política y geopolítica de la humanidad.

Las primeras comunidades de los seguidores de Jesús eran exactamente eso, grupos de familias que conformaban un solo organismo, donde se apoyaban mutuamente, unos con otros compartían todos sus bienes, riquezas y talentos,  utilizándolas en función de las necesidades de sus miembros.

Es la concepción del Reino de Dios en la Tierra de la que nos habló Jesús, donde el fin jamás será la acumulación de la riqueza de unos pocos en detrimento de los restantes miembros de la comunidad, sino más bien la distribución de las riquezas todas para los proyectos comunes de carácter político, económico, cultural y social.

Este hermoso sueño acariciado con esmero por el Comandante Chávez, debe de superar  a las ideologías para producirlo, no se puede basar en la dominación de una clase social sobre otra; debe pues superar las diferencias de clases. Es un desafío a nosotros mismos, a nuestros condicionamientos y programaciones inculcadas por los que nos han dominado en función de la división que nos han creado.

La conciencia es determinante para su realización, pero ¿qué fuerza sería capaz de producir un movimiento social con tendencia revolucionaria hacia el logro de este fin superior? Para los que tenemos Fe sabemos que solo nuestra sumisión a Dios haría posible la estructuración inteligente de un nuevo organismo espiritual que proyecte a la sociedad como una comunidad articulada armónicamente de acuerdo a la conciencia que la produce.

La revolución ha de llevarnos a la conquista de la suprema felicidad, sigue siendo revolucionario el llamado de Jesús de mostrar la otra mejilla, tenemos que superar el alter ego en el que se ha basado el modelo social dominicano influenciado por los sectores que ejercen dominios sobre todos los factores culturales, económicos, religiosos, intelectuales y políticos. En el actual sistema que nos han impuesto a fuerza de adoctrinamiento y programación social nos niegan toda la emanación sublime de nuestra real naturaleza espiritual.

Solo la fuerza de un mensaje con categoría de evangelio divino podrá enfrentarse al conjunto de ideas con las que nos han infectados para dividirnos y reducirnos en muchos grupos separados, y por supuesto tendrá la autoridad y el poder  de alcanzar la utopía de la confraternidad de los pueblos de la humanidad.

La unidad ha de ser en base al amor que inspira Dios, solo así haremos la gran mancomunidad de la humanidad que nos hará vivir libres, felices y en paz en oposición al nuevo orden mundial que nos esclavizara haciéndonos desdichados e infelices. Marchemos a la Gran Mancomunidad de la Humanidad, el verdadero Reino de Dios en la Tierra.