Según la ONU, en Latinoamérica más de un 18% de jóvenes entre los 15 y 18 años, un porcentaje poblacional de 9,4 millones, no estudia ni trabaja. Los llamados generación “NINIs”. En República Dominicana acaparan un 21%, una cifra que supera el promedio de la región.

Pese al ávido crecimiento del PIB nacional con tasas de 7% y los esfuerzos públicos y privados para mejorar las políticas de empleo, este colectivo con dificultades de autoconstrucción se aleja del desarrollo democrático, anestesiado con una apatía política y desairado de su compromiso personal de percibirse como sujeto histórico, capaz de transformar la realidad del país.

En medio de la globalización, como si tratara de parte de la generación  perdida de Orwell o Camus, extraviados en una realidad histórica incomprensible, para ellos, la democracia se dibuja como una discurso recitado de memoria, alejada de prácticas enraizadas con el tejido social y centrada en exclusiva, con problemas de gobernabilidad y eficacia administrativa.

No cabe duda que desde cada acción que ejerce, el individuo se presenta como sujeto político, como ciudadano. Sin embargo, los procesos educativos formales y no formales distanciados de una profuda aprehensión y comprensión del pasado, marcan una dificultad en lo que respecta al avance de la construcción democrática.

Este escenario señala un compromiso ético de inaugurar otra sociedad, en la que se hace incuestionable recrear los procesos de socialización, estimulando relaciones  que abran camino hacia una nueva praxis, en los tres aspectos que propone el filósofo Louis Althusser: sustancial, representativo y participativo.

La nueva clase política debe aprovechar los microespacios y think tanks, para buscar una transformación estructural que empodere a los jóvenes en su participación política. Una estructura que ha de estar vinculada con la honestidad de los gobernantes y con principios fundamentales como el artículo 21 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Como diría Lasswell,  la gestión política debe ser encomiable pero sobre todo, participativa. El paso orgánico,  consustancial, de la acción gubernativa es una sociedad plural, flexible, donde se requiere de un espacio y de una forma de discusión abierta de los problemas a solucionar, de las opciones a escoger y de los recursos a emplear.

El hastío de parte de los jóvenes se puede contrarrestar con un acercamiento y una exposición clara de los intereses compartidos. La innovación y el emprendimiento son mecanismos que pueden facilitar el cambio.

En  este devenir, el Gobierno debe actuar de forma colaborativa y consensuada a través de políticas públicas que promuevan, como instrumentos de gobernanza, la participación de los diferentes grupos de la sociedad en la identificación, acompañamiento y evaluación permanente de la labor gubernamental en todos sus niveles.

En una ruptura de paradigma, la relación entre juventud y participación ha de tener visibilidad suficiente para empoderar el liderazgo que asumieron las generaciones anteriores y lograr conectar el pasado con el futuro. Un nuevo papel del Estado, en el sentido de hacerlo más ágil y organizado, y en donde el sector privado, como aliado y cogestor, asume un rol  protagónico indiscutible.