El dia 4 de enero del recién inaugurado año 2021, estuve como casi lo hago semanalmente en casa de mi madre, Doña Celeste, en Bani. Ella banileja, siembra hielo, revolucionaria, brava como ninguna, se rehúsa a dejar su Bani, donde afirma se siente más bien que en ninguna parte del mundo a la cual ha tenido el privilegio de ir. Luego de comer pan con café, y pasar una tarde viendo a mi hijo más pequeño, Fabio, no dejarnos hablar con una bocina y micrófono, que su abuela le compró, para su propia agonía, nos dispusimos a partir raudos y veloces, hacia nuestra casa en Santo Domingo.
Llegando al puente Lucas Díaz, sobre el rio Nizao en Bani, tipo tres y treinta de la tarde, no sé si había un accidente, o algo había pasado, pero ya se estaban formando los inefables tapones, inacabables en estas fechas, por lo que le dije a mi esposa, Magnolia, que tomaríamos un atajo, sobre la base de que, ese litoral costero del país, no había sido prácticamente visto por ella, a quien una vez prometí, sin poderlo aun cumplir, enseñarle todo el país.
Así las cosas, tomé el atajo anunciado, dando inicio a mi travesía sobre el sur cercano, con un mar verde azul hermoso, atravesando pueblos, campos, barrios y callejuelas, uno tras otro. Nizao, Palenque, Najayo, Boca de Nigua, Nigua, Haina entre otros, pasaban, no sé si en ese orden, lo que si nos sorprendió de manera muy desagradable fue que, en ninguno de los pueblos que pasamos, había distanciamiento social o cosa que se le pareciera, y las mascarillas, parecían que brillaban, pero por su ausencia absoluta, salvo muy limitadas excepciones.
En efecto, no hubo un pueblo o barrio de las zonas por donde pasábamos, que no existiera un colmadón lleno, con música incluida, una juntadera junto a la carretera, una aglomeración de personas entrando a un almacén de provisiones y juguetes, y en definitiva, una vida totalmente diferenciada y alejada de la existencia del coronavirus, despreocupada de la situación por la que hoy atraviesa nuestro país y el mundo.
Al salir a la carretera de Haina, y retomar camino hacia la capital, me sorprendió la cantidad de camionetas y agentes de la policía en la indicada Carretera Sánchez, los cuales, eran totalmente inexistentes en estos pueblitos y campos que pasamos en nuestra aventura de nuevo año, y me llegó como de golpe el temor de saber, que, aparentemente en ellos no llega el coronavirus, por lo cual no es necesario ni la supervisión ni el cuidado que, constantemente se tienen en las principales vías de la ciudad capital, donde si, aparentemente, hay pandemia.
Todo este relato se hace necesario, porque las autoridades nacionales, de Salud Pública, Policía Nacional, y todas las demás instituciones participantes en este delicado y espinoso tema, mantienen un discurso que creía coherente con el celo que presentan en los medios de comunicación y redes sociales, sin embargo, en los sectores populares del país, barrios, campos, pueblos y demás villorrios, las autoridades olvidan o dejan de lado, la necesidad del distanciamiento físico, del uso de las mascarillas, y del necesario cuidado contra esta peste maldita, y enfermedad que mata.
Sugiero, siendo un lego en el tema, que parte de los vehículos, recursos humanos, oficiales, y personal de ayuda, se divida, y vigile no solo las zonas céntricas de los sectores principales de las ciudades, sino también, los barrios, campos, y sectores populares, que necesitan mas auxilio y ayuda para enfrentar este tema, a pesar de su propia inconciencia.
Es un real compromiso de todos.