"Muchos rezamos pensando en esas personas.

En un lugar donde hubo tanta tristeza y muerte, 

hoy le dimos una alegría a Chile"

Jean Beausejour Coliqueo (Campeón de América)

Las declaraciones de Jean Beausejour, un jugador de fútbol hijo de padre haitiano y madre mapuche, parecen insistir en las muchas cuestiones no siempre concluidas de las transiciones políticas que no son otra cosa que el paso de un régimen político a otro.

Entre los aspectos simbólicos de la transición chilena que es importante destacar está el hecho de que cuando se llevó a cabo la remodelación del Estadio Nacional de Santiago de Chile se tomó la decisión de mantener un espacio con las antiguas bancas de maderos que utilizaron los detenidos en 1973 cuando este fue campo de concentración. A ese sencillo monumento se ingresa por la escotilla Nº 8 que permaneció cerrada hasta la inauguración en el año 2010 de ese lugar para la memoria. Lamentablemente las trasmisiones de televisión de los partidos de Copa América, tan generosas en detalles inocuos o en errores escolares de geografía, no mostraron las velas encendidas que simbolizaban la presencia de quienes allí sufrieron y de tantos y tantas que desde allí desaparecieron.

La sorpresiva alusión a los hechos, evocados por un jugador de fútbol nacido en 1984, me hizo recordar unas declaraciones que formuló el ex presidente Sebastián Piñera con motivo de los cincuenta años del golpe militar: “Hubo muchos que fueron cómplices pasivos: que sabían y no hicieron nada o no quisieron saber y tampoco hicieron nada. También hubo jueces que se dejaron someter y que negaron recursos de amparo que habrían permitido salvar tantas vidas. También periodistas, que titularon sabiendo que lo publicado no correspondía a la verdad”.

En esa cita del ex presidente que por culpa de Beausejour volví a releer se identifica a jueces y periodistas, pero es fácil deducir que los tiros también le caen a políticos, a funcionarios y a otros y sin dudarlo mucho creo que pueden ser un interesante punto de partida para revisar los comportamientos políticos, administrativos y éticos frente a situaciones en extremo graves.

Estudiar el concepto de “cómplice pasivo” debería ser un trabajo cuidadoso, especialmente para que no se favorezcan de él los autores y los cómplices no tan pasivos en procesos de transición inconclusos o engañosos. Sería un piropo llamar “cómplice pasivo” al que compra o al que se vende para cambiar su voto o su opinión. Tampoco lo es el que pone el dinero o el que acaba con quienes denuncian.

¿Serán “cómplices pasivos” los intelectuales que sabiendo lo que es la democracia y sus reglas han optado por la nauseabunda técnica de la “página en blanco”?

¿Serán “cómplices pasivos” quienes con soberbia discuten sobre los ‘quorum’ y nada dicen acerca de cómo se consiguen?

¿Serán “cómplices pasivos” los opositores que cobran como asesores de los autores?

¿Serán “cómplices pasivos” los periodistas que debieran saber lo que significa mensaje pero que insisten en matar al mensajero?

¿Serán “cómplices pasivos” los jueces paralizados por el temor a ser manipulados?

No se puede discutir que la democracia requiere algo de “dignidad en los actos y en las palabras, conforme al estado o calidad de las personas”.  Mucho menos puede negarse que la presencia protagónica de tantos “cómplices pasivos” abra las puertas a los autores y obligue a reflexionar sobre el concepto de democracia, “medida” en sentido “sartoriano”.