Crecer y mantener la competitividad son los dos grandes retos de nuestra industria turística.  La feroz y globalizada competencia, amén de la intrínseca volatilidad de la industria, torna difícil el logro de tales metas.  Para enfrentar los respectivos desafíos debemos tener claros los roles de los actores para saber que le toca al país y que a los agentes internacionales.  Tal división de responsabilidades es muy importante porque más del 95% del inventario de habitaciones hoteleras, el pilar fundamental de la industria, es de propiedad extranjera.

La contribución extranjera es clave  para crecer en términos de volumen de visitantes. Son las grandes cadenas hoteleras y turoperadores internacionales las que ejercen un rol determinante en el crecimiento del flujo a través de la promoción de nuestro producto turístico.  La promoción oficial juega un papel secundario y debe ir dirigida principalmente al mantenimiento de la imagen del destino turístico y a la captura de nuevos mercados.  Por eso los reclamos de algunos líderes turísticos nacionales por mayores recursos para la promoción deben ser temperados.  Por ejemplo, tener 29 oficinas de promoción oficial en el exterior es una mayúscula exageración frente a las 22 de México y las 33 de España (mientras nosotros recibimos casi 6 millones de visitantes, México recibió 35 y España casi 75 en el 2016).

Con el crecimiento de la planta hotelera sucede algo similar.  De la inversión extranjera dependerá ese crecimiento en tanto la inversión nacional ha abandonado prácticamente la hotelería ante la imposibilidad de competir con la integración vertical de las cadenas y sus enormes maquinarias de mercadeo.  Al otear el futuro es casi imposible pensar en que sean inversionistas dominicanos los que emprendan las grandes inversiones que nos lleven a tener las 120,000 habitaciones que algunos dicen que necesitamos para llegar a los diez millones de turistas.  Cuba se ha propuesto tener 110,000 para el 2030 y, por efecto de la apertura, competirá fuertemente en la captación de la inversión extranjera necesaria.

Donde la inversión nacional podría contribuir al crecimiento es en lo relativo a la oferta complementaria.  De hecho son mayormente los nacionales los que arman las excursiones en tierra, a pesar de que su intervención está muy condicionada por los requisitos y exigencias de los turoperadores internacionales.  En el transporte hay alguna participación nacional, pero los grandes autobuses que transportan al grueso de los excursionistas son de propiedad extranjera. En lo que respecta a restaurantes y otras atracciones la participación está más mezclada y seguirá siendo así.

Existe, por supuesto, toda una ventana de oportunidad en materia de creación de nuevas atracciones que añadan rasgos deseables a nuestro producto turístico.  Un buen ejemplo sería una estación de ski de nieve en el Pico Duarte con el teleférico que suba la gente.  Pero también pueden visualizarse, entre otros, los trenes de la Costa Norte y del trayecto Haina-Puerto Plata, un autódromo para carreras de Fórmula 1, un estadio de béisbol de clase mundial y un gran desarrollo estilo Las Vegas.  La inversión nacional, tanto la privada como la pública, esta retada a buscar alternativas de inversión para diversificar nuestro producto turístico  y para hacernos más competitivos.

La diversificación es una tarea fundamental en la agenda sectorial.  No podemos seguir dependiendo del sol y la playa exclusivamente.  Esto así no solo porque la competencia regional y mundial está ofertando similares recursos en gran escala, sino también porque las tendencias de la demanda a nivel mundial así lo requieren.  A medida que los turistas se han vuelto más exigentes en sus expectativas y ahondan sus preferencias por las llamadas “experiencias auténticas” en el destino anfitrión, será necesario que el “todo incluido” evolucione hacia la incorporación de esas ofertas.

Al sector público se le pide que concentre sus esfuerzos en el desarrollo de la infraestructura física.  La red vial del país se ha ampliado y mejorado sustancialmente en años recientes, pero es necesario visualizar nuevas carreteras.  (La internacional y un trayecto que empalme la carretera Miches-Sabana de la Mar con la Autopista de Samaná serian prioritarias). También urge mejorar sustancialmente la señalización.  Por otro lado, el Gobierno estaría dispuesto a desarrollar algunas obras básicas de infraestructura en el área de Bahía de las Águilas para atraer la inversión hotelera y eso está bien.  Pero la agenda de inversión pública en infraestructura física es y siempre será infinita.

Cabe mencionar aquí algunos de otros grandes retos que claman por atención.  El problema del agotamiento del acuífero de la región Este es mayúsculo y puede tener consecuencias devastadoras de no atenderse pronto.  Es preciso que el Estado busque fórmulas de participación pública-privada para instalar las grandes plantas de desalinización necesarias y/o desarrollar un proyecto de generación de electricidad mediante la conversión térmica oceánica (OTEC, por sus siglas en ingles) que también produzca agua a borbotones y la misma tenga usos agrícolas.  Esa tecnología bajaría sustancialmente los costos operacionales de energía en los hoteles.

También se requiere con urgencia la selección de una docena de áreas protegidas para equiparlas para la actividad turística.  Este tipo de proyecto ha sido emprendido en otras naciones de América Latina con gran éxito y el financiamiento ha provenido del BID.  Y ahí está el reto del “turismo creativo” que reclama que innovemos mediante la invención de cosas.  Por ejemplo, el MITUR podría convertir a tres pequeños pueblos del interior (Miches, Sanchez, Pimentel) en atracciones turísticas con relativamente poca inversión.  Para ello se requiere imaginación guiada por el objetivo de proveer las “experiencias auténticas” que buscan los turistas.

Pero en materia de infraestructura no podemos quedarnos en lo físico. También hay que priorizar la infraestructura tecnológica.  Esto así porque el turista moderno esta ya “hiperconectado”, principalmente a través de computadoras, tabletas y smartphones, y no solo organiza su viaje usando el internet sino que también puede, durante su estadía: 1) transmitir en tiempo real sus experiencias a familiares y amigos, 2) crear nuevas experiencias al interactuar con la oferta del destino, y 3) seguir conectado al destino después de su estadía.  Es decir, la experiencia turística esta ahora intermediada principalmente por la tecnología y no solo los turoperadores o agentes de viajes.

En tal sentido, estamos retados a evolucionar hacia la conversión en un “destino turístico inteligente”.  Según la entidad española que regentea la innovación y la tecnología turística en ese país (Segittur), este tipo de destino se define como “un espacio turístico innovador, accesible para todos, consolidado sobre una infraestructura tecnológica de vanguardia que garantiza el desarrollo sostenible del territorio, facilita la interacción e integración del visitante con el entorno e incrementa la calidad de su experiencia en el destino y la calidad de vida de los residentes”.  Para lograrlo es necesario el uso masivo de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación para gestionar mejor las diferentes facetas del destino y asegurar su sostenibilidad (ver los detalles en www.agendadigital.gob.es/planes-actuaciones/Bibliotecaciudadesinteligentes/2.%20Material%20complementario/Informe-destinos-turisticos-inteligentes.pdf).

Se necesita que el país monte un proyecto de destino inteligente para lograr la transformación digital del destino.  Esa es una iniciativa que le compete al Ministerio de Turismo y podría auxiliarse en eso con la asistencia técnica de Segittur, la cual ya está siendo prestada a la Secretaria de Turismo de México para convertir a Cozumel en el primer destino turístico inteligente del continente.  La iniciativa pública en este sentido es todavía más urgente después que colapsó la consultoría que, bajo los auspicios del Programa de Fomento al Turismo de la Ciudad Colonial, estaba supuesta a elaborarnos una actualizada estrategia de desarrollo turístico sostenible.

Lo anterior deja claro que el crecimiento de la planta hotelera, la innovación en los modelos de negocio, el mejoramiento de los servicios hoteleros y la efectividad de la promoción turística estarán principalmente en manos de los extranjeros.  Al país le toca poner su casa en orden y mejorar los servicios y el entorno para complementar esos insumos foráneos.  Demás está decir entonces que la gestión pública del sector será, frente a esta división de responsabilidades, de crucial importancia para nuestra competitividad turística.