Recientes experiencias de la vida académica mexicana, me han dejado profundas reflexiones sobre un vínculo social que nos hace falta enlazar en República Dominicana.

Hablamos con frecuencia de un deseo de mejorar la competitividad país, asociándola a la excelencia académica. Sin embargo, es posible que nuestra concepción de esa relación carezca de cimientos concretos. Nuestros hijos acuden a la universidad, enriquecen sus conocimientos, pero en muchos casos, la academia privada les ofrece muy poco para sacarles de la burbuja en que por su juventud e inexperiencia habitan.

Salvo los destacados casos de las escuelas de medicina, odontología y sicología de las universidades nacionales, que llevan una destacada labor social a las comunidades hace décadas, así como, los valiosos servicios jurídicos sociales de UNIBE y la UNPHU, el resto de los estudiantes de las más reconocidas universidades dominicanas, precariamente entran en contacto con la realidad social del país donde viven, como resultado de su vida académica.

Para hacer esta afirmación, he encuestado durante una semana, a muchos padres dominicanos y a sus hijos, actualmente estudiando mercadeo, arquitectura, publicidad, ingeniería, entre otras, en distintas universidades privadas dominicanas.

En un país con tantos desafíos sociales e inequidades como la República Dominicana, no nos podemos dar el lujo de formar a profesionales en un contexto tan individualista. En México, la huella de la revolución social está presente en las instituciones y líderes académicos. Al alumno de universidades privadas, ni hablar de los de la UNAM, se le recuerda a cada paso, el país donde viven y las necesidades que su formación está llamada a atender.

En esta semana, mi hijastra Andrea Tejeda Pujols, se tituló de Lcda. en Comunicación y Mercadeo, concentración en Periodismo, de la Universidad Tecnológica de Monterrey. Al igual que un grupo de otros dominicanos, tuvo la oportunidad de estudiar en esa prestigiosa casa de estudios, gracias a sus excelentes calificaciones de bachillerato en la República Dominicana. En su caso, en el Colegio CEMEP y gracias también, al apoyo permanente recibido de sus padres, los señores Rosanna Pujols y Ricardo Tejeda.

La beca que el Tecnológico de Monterrey le otorgó a Andrea, fue de un 90%. El Ministerio de Educación Superior, Ciencia y Tecnología (MESCYT), facilitó recursos complementarios. Con la MESCYT hubo baches en el camino, pero las valientes denuncias realizadas por parte de los padres de los becados, lograron que finalmente se cumpliera el compromiso, todavía con oportunidades de mejoría por parte del proceso a cargo de la MESCYT.

Desde el inicio la universidad se interesó en conocer no solamente el promedio académico de Andrea, sino también otras facetas de su perfil. Las actividades extracurriculares en el orden cultural, social y deportivo, son muy importantes para la academia mexicana. En el caso del Tec, buscan potenciales líderes, que hayan demostrado interés en alguna de esas facetas, desde la adolescencia.

Similar política académica, se le impone a mi hijo, Simón Ramírez Noboa, quien actualmente estudia Diseño Multimedia en la Universidad Anáhuac México Norte, en la Ciudad de México. Para mantener la beca parcial que obtuvo gracias a su desempeño en el Colegio Nuestra Señora de La Altagracia (CONSA), debe cumplir una serie de obligaciones culturales y sociales, y mantener un determinado promedio mínimo de calificaciones.

Es emocionante ver a Simón asistir a eventos, tales como; ferias de arte contemporáneo mexicano, exhibiciones sobre la vanguardia rusa, y otros que forman parte de sus requisitos curriculares para graduarse en esa novedosa carrera.

La semana pasada viajamos a Querétaro, una de las sedes del Tecnológico de Monterrey donde estudió Andrea, para su investidura. Fueron tres días de eventos y festividades. Celebrar en familia y en grande, es también parte la idiosincrasia mexicana.

Junto a ella, cuatro dominicanas más, María del Pilar Lora Bueno, María Alejandra Montas Hernández, María José Borrell Cabreja y Carla María Canales Pichardo, también se graduaron en las carreras en Ingeniería Civil, Mercadeo, Mercadeo y Comunicación, y Comercio Internacional, respectivamente.

Todas estas jóvenes fueron becadas, y por ende, sujetas a un estricto observatorio concebido por la universidad, llamado Programa de Alto Rendimiento Académico (PARA). El PARA es un legado del Tec, para apoyar el desarrollo de países latinoamericanos vecinos de economía emergente. Las cinco jóvenes, cumplieron a cabalidad con las exigencias del PARA y se graduaron calificación sobre los 9.5

Ahora bien ¿Qué significa una mención honorífica para el Tecnológico de Monterrey? Implica mantener un promedio de 9.5 durante toda la carrera, de lo contrario, si el alumno(a) es becado, pierde ese beneficio económico. Luego además, es preciso quedar entre el 10% más alto de cada carrera. Es decir que, si más del 10% de los alumnos de la carrera logran promediar 9.5, solo el 10% de los que alcanzaron la calificaciones más altas, serán titulados como meritorios.

Los alumnos(as) sujetos al PARA como las dominicanas mencionadas, llevan por obligación dos deportes de alto rendimiento, uno de equipo, a su elección (Andrea escogió fútbol); y otro individual, que obligatoriamente es natación. Además, necesitan completar un mínimo de horas en actividades sociales y culturales de su elección. La gama de actividades que ofrece a su alumnado el Tec, es variada y atractiva.

La grata sorpresa para todos –Andrea incluida- es que el Tecnológico nos guardó la noticia, hasta el acto de entrega de honores, de que ella había sido la alumna merecedora del galardón “Borrego de Oro”. Andrea obtuvo una calificación de 96.67, que le valió esta distinción. Nuestra sorpresa y emoción fue inmensa.

Conviene destacar que el mexicano es muy competente en todo lo que emprende, razón por la cual se perfila México como la décima economía mundial para los próximos años. Además un país de muchos millones de habitantes. Los contendores de Andrea en este caso, eran fuertes. Muchos de los alumnos que se graduaron ese día, obtuvieron el premio CENEVAL de su carrera. El CENEVAL, es el examen federal que tiene que pasar todo profesional para ejercer. Hubo varios premios CENEVAL ese día de la investidura, entre los graduandos. Es un premio nacional donde se compite con egresados de todo México a la vez. Es decir, esos chicos eran los mejores graduándose en su carrera en todo el país.

Sin embargo, el “Borrego de Oro” de Andrea no se debió únicamente a esa calificación final. El Tecnológico de Monterrey ponderó también sus actividades extra-académicas; es decir, participación en talleres, seminarios, actividades sociales, culturales y deportivas, así como, programas de intercambio con otras universidades en el extranjero. En el caso de Andrea, para el intercambio, ella eligió cursar un semestre en la Universidad de Córdova, Argentina, su concentración en periodismo. El intercambio también fue cubierto por la beca.

El criterio de excelencia del Tecnológico de Monterrey, no se basa únicamente en competitividad, es decir, en puras calificaciones. Es una ecuación donde el desarrollo humano del alumno, es el resultado calculado. El Borrego de Oro representa una ponderación de ambos aspectos: desempeño académico por un lado, y desarrollo integral, por el otro lado.

El servicio social comunitario es requisito obligatorio para todos los alumnos del Tec. Deben agotar por lo menos 480 horas de servicio social a lo largo de toda su carrera. El programa de acción social es amplio. Los estudiantes pueden elegir desde dar clases a niños de escasos recursos, ir en verano a brigadas de apoyo a otros pueblos y comunidades, construir hogares a familias de bajos ingresos, entre otros.

Un departamento especial, orienta a los alumnos en la escogencia y ejecución de sus programas de acción social. Se organiza una atractiva feria de servicio social, donde el alumno elige su programa. Al término, el alumno debe elaborar un informe de resultados e incluir sus puntos de vista para mejoría del proceso de ayuda a la comunidad.

En el caso de la Universidad Anáhuac, la acción social es una actividad obligatoria a para todos los alumnos de pregrado y dura un semestre. Existe una Dirección de Pastoral Universitaria que orienta al alumno sobre programas sociales disponibles con características parecidas a las del Tec. En el caso de sus misiones, el alumno puede elegir realizarlas en el extranjero, en lugares tan remotos como los países asiáticos de economía emergente.

En ambas universidades el alumno puede ampliar su servicio social y dicho esfuerzo es tomado en consideración en la evaluación final de su desarrollo.

Pero la clave con la cual el Tec consolida su perfil de universidad de categoría mundial, es la familia. Así lo enfatizó su Rector Nacional, el Maestro David Noel Ramírez, en su discurso de cierre de la investidura. No fueron simples palabras para cerrar un acto. Noel Ramírez se hace presente en las familias Tec. El Rector escribe todos los semestres una carta de motivación a los padres que se distribuye vía correo electrónico. Durante las celebraciones de investidura, los padres de los alumnos fueron invitados de honor a un acto exclusivamente organizado por el cuerpo de maestros, para ellos. En el acto, los padres dieron sus testimonios sobre la experiencia vivida como “padres Tec”. En el acto de investidura, a los padres de alumnos meritorios, se les pedía ponerse de pie, al momento de que su hijo(a) recibía su diploma y se les asignaba un asiento preferencial en el salón de actos.

En su discurso, Noel Ramírez, rector magnífico y vibrante orador, nos dejó a todos los presentes con el espíritu latinoamericano en alto. Entre sus consejos a los graduandos, dijo que los líderes de hoy, deben ser líderes por credibilidad no por poder. También que ellos, los “millennials”, no pueden dejarse contagiar del Alzheimer de sus orígenes. Es decir, olvidarse de donde vienen y de los padres que los amaban y cuidaban desde antes de nacer.

Celebró el emprendurismo como el camino de esta generación para lograr el desarrollo inclusive de México y el resto de los países latinoamericanos cuyos pabellones figuraban en el podio central. La bandera dominicana, gracias a nuestras cinco brillantes representantes, ondeaba junto a la mexicana, la del Tec y la de los otros países del programa PARA.

Pero cuando Noel Ramírez me atrapó, fue al advertir a los graduandos no hacerse parte de una clase empresarial, que solo se preocupa de los camarotes del barco, pues si se hunde el barco todos perderemos como sociedad.

La vida del egresado del Tec no termina con la investidura. Ahora Andrea y sus amigas son miembros del programa EXACTEC, orientado a vincularlos en la sociedad, apoyarles en el mercado laboral y en el desarrollo de nuevas empresas.

En paralelo, mi propia experiencia personal en la academia mexicana, completa lecciones valiosas en mi calidad, ya no solo de alumna de posgrado, sino de maestra de alumnos dominicanos.

Al término de la parte cursiva de la maestría en Derecho de la Empresa, que estoy en proceso de completar, la Universidad de Anáhuac México Norte, me informó que mi promedio general había sido de 9.49. El décimo que me faltaba, me impedía graduarme con mención honorífica. El mínimo es 9.50, que equivale a un 95 en Rep. Dom. El estricto apego a la reglamentación vigente no mereció excepción.

Lo que al principio fue difícil, se ha convertido en una valiosa lección que he abrazado con dignidad. La excelencia académica debe ser estricta y accesible únicamente a alumnos excepcionales. Pensé en las muchas veces en que siendo alumna o maestra en Santo Domingo, tuve una concepción más relajada sobre la regulación académica. En algún momento pedí u otorgué, uno que otro punto para redondear una calificación.

Las nuevas generaciones no necesitan esa suerte de concesiones de nuestra parte. Necesitan hábito de auto-regulación para sobrevivir y destacarse en el mundo profesional que les espera. Nuestra idiosincrasia nos mueve con frecuencia a pensar erróneamente que la inflexibilidad es odiosa, cuando en realidad, es un preciado valor. La disciplina frente a la normativa forjará el carácter de nuestros queridos “millennials”. Es cierto que el mundo cambió mucho desde que ellos nacieron, pero hay verdades constantes.

Solo un pequeño promedio de estudiantes en México logra mención honorífica. En República Dominicana, basta con tener una calificación promedio de 85 y ya recibes un título con mención “Cum Laude”. Abundan los egresados dominicanos honoríficos. Nuestras expectativas de competitividad se mantendrán bajas, si al capital humano que lanzamos a los medios productivos les exigimos tan poco y le creamos un engañoso alto concepto de sí mismos.

Pero además, no hay notorias inquietudes de nuestros centros de educación superior sobre actividades extracurriculares de carácter social, deportivo o cultural en el modo antes descrito, pedidos por el Tec y Anáhuac, salvo las excepciones ya mencionadas. Y para colmo, la familia no parece interesarles mucho a las universidades dominicanas. Sin menoscabo de las obligaciones que competen al alumno, la familia como núcleo social primario, podría ser de más valorada por nuestras academias, en el propósito de impulsar profesionales al mercado, con valores de responsabilidad social.

La educación no es un promedio calificativo. Es una experiencia científica, cultural y humanística. En las palabras de Pedro Henríquez Ureña, “la educación no es sólo obra de la voluntad en calculado ejercicio frente al medio exterior, sino que en ella intervienen elementos psicológicos imprevisibles. Uno sobre todo: el amor. La vocación, en verdad, es forma de amor, y, como tal, imprevisible e imperiosa”.

Si queremos hacer nuestro país más competitivo, necesariamente debemos trabajar en una distribución de las riquezas más digna. Formemos clúster de generación espontánea, entre familia, academia, empresa y sociedad. Convoquemos en casa, a universitarios con sensibilidad social y cultural, así como, deportistas inspiradores y centrados.

Mientras nuestras universidades descubren que es urgente una renovación de su rol en la estrategia nacional de desarrollo, brindemos a estos muchachos el hogar como núcleo para ese liderazgo renovado.

Después de todo, el amor del que nos habla Henríquez Ureña, nace en el hogar y de allí parte y crece al encuentro con sus sueños. Provoquemos sueños de inclusión, desarrollo científico, sensibilidad cultural y humanismo.