Caminando hacia la Rinconada Caribeña, en el Aeropuerto Las Américas, comentaba en voz baja a mi cuñado los detalles de la experiencia de coincidir con la presentadora, en el ascensor, a la salida del gimnasio. Por eso al “Buenos Días, ¿Qué desean?”, que me sorprendió en una pausa, respondí en automático, frente al variado menú de platos criollos, si tenían “conflé”. Ajenas al origen de la extraña petición, las jóvenes la tomaron en serio: un cliente más al que hay que complacer y buscarle la vuelta. Escanearon el área, preguntaron si había en el tramo cerca de la caja, una buscó en la cartera para ver si del Nestlé trajo uno para compartir y, finalmente, la oferta de hacerme, en sustitución, el sándwich de mi preferencia. Con esta sobredosis de atención, la familia no se pudo zafar de un rollo liberal al despedir de viaje a Doña Liberata.
Activar los sensores de protección máxima al consumidor en negocios cercados por la competencia, siempre es una experiencia gratificante. Aunque no era la intención en este caso, sería recomendable incorporar a su rutina diaria episodios en que sea tratado como un soberano. Escenarios, afortunadamente, todavía sobran para probar y aumentar su convicción de las mutuas ventajas que sólo se derivan del intercambio voluntario. Bancos, telefónicas, restaurantes, colmados, loterías, hoteles, bares, moteles, supermercados, salones, corredores de seguros, bienes raíces, negocios de venta de vehículos, colegios, fondas o vendedores ambulantes, entre otros, no tienen poder para imponerle los términos de su oferta de bienes o servicios. Tampoco para mantenerlo contra su voluntad en acuerdos que dejan de ser rentables, una vez descuenta las penalidades establecidas en los contratos, o darse el lujo de ignorar su valoración de la calidad del bien o servicio. Nada de tratarlo como si le brindaran gratis lenteja, pasión de una sola noche sin lazos vinculantes o función de debut y despedida. Si fuera así, ¿cuál es el afán de querer fidelizar, recordar en mensajito cumpleaños y abrumar con ofertas para que aquí le rinda su peso más que en la competencia de al lado?
De los sectores mencionados es cierto que en algunos todavía hay una desconcertante similitud en la estructura de precios, márgenes y condiciones de los contratos. Esto no debe desanimarlo. En el otro extremo de monopolio público o un oligopolio privado, creados y amparados por una legislación especial, tendrá bienes y servicios de inferior calidad, mayores precios y ningún poder para inducir cambios. Sus opciones son abstenerse de comprar o asumir el riesgo de adquirir la oferta ilegal en el “mercado negro”. Con las sospechas de contubernio de cártel en actividades con pocos concurrentes privados, donde no hay barreras de entrada legales o una fuente identificable de obstrucción legal o amenaza de agresión, es imposible armar un caso convincente. Por ejemplo, tomar un préstamo o sacar una línea de celular es una osadía equipararla a movilizar un furgón con mercancía importada, desde el muelle, o incursionar en el transporte público de pasajeros.
En todo caso, la competencia es un proceso eterno donde el consumidor tiene el poder de decidir el éxito o fracaso de los negocios. No tiene ningún gen o mecanismo interno de autodestrucción. Solo la detiene regulación gubernamental para favorecer a grupos particulares, con la excusa, en ocasiones, de evitar el "capitalismo salvaje". La frase, a propósito, es un insulto al consumidor. Los salvajes somos nosotros, por sólo tomar en cuenta la utilidad que nos reporta el bien o servicio y buscar lograr la máxima satisfacción de cada peso gastado. Somos unos bárbaros que ignoramos las tantas horas de dedicación, esfuerzo y sacrificio que sintetizan las ofertas que presentan los empresarios. La competencia nos otorga la fuerza para que las utilidades no sean seguras, ni permanentes, de ahí el desprecio natural de los mercantilistas y su afán de destruirla.
En el desarrollo de esa idea, Lucilita me mandó a buscar café. Por un segundo, pensé que lo hacía para cambiar de tema. Descarté eso y aproveché la invitación para anunciar que haría una segunda prueba a la Rinconada. “Voy a pedir el café como dice Tres Patines que le gusta: frío, amargo y claro. Ya verán que me complacen.” Efectivamente. Me dijeron que tenían uno colado de hace unos minutos, que ya estaba frío, amargo es que lo cuelan para que uno ponga dulce al gusto, pero que no estaba claro. “Tenemos una greca pequeña, le ponemos café molido por la mitad y le avisamos tan pronto este frío.” En homenaje a su eficiencia y servicio al cliente, coloqué la orden del negrito a “La Tremenda Corte”, sin revelar el origen como hice al preferir cereal. Me devolví a contarlo con la adrenalina a mil, pero encontré la mesa vacía. Mi auditorio nuclear se dispersó en el segundo piso, entre tiendas de camiseta con inscripciones jocosas, reportajes de Lolita San Miguel, dulces con precios amargos y la consulta de la ciudadanía por viudez al oficial de Migración. Como los traje en mi corral, decidí terminar el cuento después del peaje, y seguir disfrutando la alfombra roja en otros establecimientos del aeropuerto. "¿Por qué de afuera quitaron el anuncio de Levi…?"
Aviso: Están ya completos los textos de la concordancia del Código Procesal Penal con otras legislaciones, preparados con la Tabla de Concordancia de Trajano Vidal Potentini y la base legal que desarrollé en Access 2010. Vidal Potentini también desarrollo concordancia de artículos entre las constituciones del 2010 y 2002, de la cual Robert Cruz y Nicole Torres preparon los textos con el módulo para hacer comparaciones de la base de datos. Encuentra los documentos gratis en: http://www.scribd.com/collections/4197785/Base-Legal-RD