Cuando Cap Cana comenzó, todos pensaban que seria el centro turístico más grande e importante del país y de todo el Caribe. Un proyecto de lujo de 120 millones de metros cuadrados, con una impresionante marina con capacidad para 130 embarcaciones, algunas superando los 150 metros de eslora.
Sus playas son las mejores del Este comenzando con Juanillo, un verdadero paraíso del Caribe.
La promoción inicial del proyecto fue brutal y se extendió a casi todos los rincones del mundo. En mis viajes al exterior veía anuncios de Cap Cana en casi todos los países. Obviamente, eso costó mucho dinero.
Por su gran tamaño y acelerado desarrollo, los Hazoury, como principales accionistas, buscaban desesperadamente financiamiento en bancos del exterior porque de eso dependía la sobrevivencia del proyecto.
Pero no pasó mucho tiempo sin que salieran a la luz los problemas de Cap Cana luego de la anunciada quiebra del banco estadounidense Lehman Brothers, a raíz de la crisis financiera del 2008-2009, en cuya entidad los promotores del proyecto estaban prestos a lograr un financiamiento de US$250 millones.
Esa crisis condujo a la casi paralización de Cap Cana, incluyendo el despido de miles de empleados, muchas obras dejadas a medio terminar y posteriormente varios litigios en cortes de Estados Unidos por demandas de accionistas, que incluían al actual presidente Donald Trump.
Mientras tanto, Punta Cana, con los ingresos generados por su aeropuerto, conseguían vadear la crisis y mantenerse a salvo del vendaval de quiebras que afectó a muchos resorts del Caribe.
Frank Rainieri con su mensaje de “sin prisa, pero sin pausa” le enviaba una advertencia a los Hazoury, principales dueños de Cap Cana, que comenzaron un gigantesco proyecto con el pie a fondo en el acelerador quemando el motor antes de alcanzar sus sueños de grandeza.
A pesar de todo, Cap Cana continuo su desarrollo con un bajo perfil, renegociando sus deudas con tierras, equipos y otros bienes de capital. Mientras tanto con su precario flujo de dinero y con su deuda congelada mantenía el proyecto en relativa buenas condiciones.
En su etapa de recuperación, se construyeron varios hoteles de lujo y por la caída estrepitosa de los precios de la tierra, las construcciones de Villas y apartamentos resurgieron gradualmente, poniendo nuevamente a Cap Cana en el mapa de centros turísticos de primer orden en el Caribe y compitiendo de nuevo con su vecino de Punta Cana.
Pero los Hazoury aprendieron una lección. Hay que tener un aeropuerto en la zona Bávaro-Punta Cana, para sobrevivir porque es ahí donde arriba el 60% de los turistas que llegan al país, generando millones de dólares de beneficios. Si no pregúntale a Frank Rainieri.
Y así dio inicio un nuevo proyecto para construir el Aeropuerto Internacional de Bávaro, en el municipio de Salvaleon, cerca de Higüey, provincia de La Altagracia. El presidente Medina aprobó dicha obra mediante decreto 270-20, de fecha 21 de julio del 2020.
La pregunta es ¿Se justifica otro aeropuerto a menos de 30 kilómetros del que existe en Punta Cana propiedad de los Rainieri? Obviamente que no pero cuando se trata de accionistas poderosos y una inversión de US$200 millones en medio de una crisis económica sin precedente, es difícil decir que no.
La zona este de Republica Dominicana, con un área de aproximadamente 13 mil kilómetros cuadrados contará muy pronto con 6 aeropuertos internacionales, más de los que tiene el resto del país.
La obra definitivamente será un importante colchón financiero para los Hazoury y su proyecto Cap Cana, pero también una fuente de discordia y sangrienta competencia entre esos dos gigantes del turismo oriental dominicano.
Conozco muy bien a Frank Rainieri y a Ricardo Hazoury y los aprecio mucho, aunque espero que la sangre no llegue al rio y que todo sea a favor del importante sector turístico dominicano.