Desde niños muchos sufrimos la tortura, que venía primero de los profesores y que se transportaba al hogar con el boletín de notas. La congoja que producía esa comparación con el más sobresaliente del curso, que luego se extendía a algún primo o al hijo de fulano. Pero había un nivel impenetrable en la comparación y era en la época que despertaba el espíritu rebelde, con tono burlón y voz atiborrada de “frases célebres” que solo se sontenían hasta el momento en que papá o mamá decían: ¡No te compares conmigo!
Sobre el ejercicio de la crítica de arte se han abierto innumerables debates: acerca de su función, lo que aporta y su importancia, aunque para muchos creadores artistas, este sea otro tipo de tortura. Los críticos -en su buena voluntad y competencia- además de proponer una contextualización que permita un punto de partida para el deleite del espectador ante ciertos valores estéticos, muchas veces dejan una brecha para “castigarlos”, o más bien compararlos con otros históricos y reconocidos creadores de arte.
El pasado siempre será una referencia para cualquier camino que se tome, no importa el ámbito, pero la posibilidad de evaluación debe partir de una argumentación del presente, del entorno y la realidad del mismo artista, de su contemporaneidad. En el mismo mar flotan botellas con diferentes mensajes, y seguro invitan a nuevas reflexiones… A nadie le gusta que lo comparen.