Le hablo al vigilante del edificio. Saca de su faltriquera una botella. Con la modernidad, mira los partidos de béisbol. En los ochentas, usaba un radio. Cuenta, en su defensa, que ni que le regalen una botella la tomaría. Se refiere a estas bebidas misteriosas. Al final, él no bebe mucho.
Su intención es pasar una noche cómoda, con la ilusión de que el efecto de la bebida lo haga soñar con otros territorios. Ha escuchado por ahí que ahora “andan” unas bebidas malas, que pueden llevarte como la Covid a la clínica con pocas posibilidades de recuperarte.
Ha escuchado de gente que ha tomado esa bebida. Se han salvado “en tablita”, dice sobre la gente que ha estado en la clínica por una intoxicación que algunas veces es letal. Como dicen las noticias, se han desmantelado fábricas de estas bebidas adulteradas.
Como le he dicho a otros, hay que tener cuidado con lo que se mueve, algo que al parecer tienen claro las autoridades. Aunque está claro que se han hecho crónicas sobre el asunto, no todo el mundo tiene la paciencia para leerlo todo. Para algunas personas, tenemos que esperar para terminar con estos negocios. Los próximos días serán importantes en esta misión de las autoridades.
En otros lugares, el haitiano de la construcción tiene claro que por poco estuvo a punto de meterse un montón de bebidas que no sabía de dónde venían. En esos submundos, sucede que se corre la voz. Y es cierto el asunto de los precios. Alguno dirá que los haitianos beben para recordar su país. Pero podemos decir que no beben todos los días de la semana.
En las últimas semanas, esas bebidas peligrosas han sido denunciadas por las autoridades, y se cuentan ya los muertos. Los números fueron dramáticos para el pasado mes. Las autoridades esperan el decrecimiento de esos números en las próximas semanas.
Muchos días después del primer intoxicado, uno intenta conocer cómo decirle al hombre del edificio –y al haitiano– que tengan cuidado con lo que beben. Podrían perder la vida en un santiamén. Sin embargo, es imposible andar diciéndole a todo el mundo cómo deben cuidarse de estas bebidas que caen en sus manos en cualquier noche caribeña.
Como puede verse en los medios, ya las implicaciones políticas de todo el asunto quedaron claras con la posición oficial. Alguien dirá que esto terminará como cualquier otra noticia. Solo hay que esperar unos cuantos meses.
Un ebanista cercano a un drink capitalino –donde se expenden bebidas y la noche pasa agitada entre músicas y exclamaciones–, tiene claro que no debe beber lo que le da su sobrino, y mucho menos lo que tiene en mente comprarle a los haitianos del barrio malo donde vive.
Digo barrio malo porque él mismo es el que lo caracteriza de esa manera. Aquí escuchas reggaetón y otra música dramática que invade todos los lugares de la zona. Es un submundo donde las bebidas son columna vertebral. Estos negocios de bebidas mueven mucho dinero. Es cierto que el toque de queda ha limitado su funcionamiento.
Entrevisté a este personaje y me dijo que, como una hidra de siete cabezas, la delincuencia se da aquí con mucho poder. Sin embargo, esto no sale en las películas. Me gustó esa frase: “no sale en las películas”. Fue cuando desenfundó: compadre, de eso yo no bebo. No sonríe cuando dice estas palabras.
Casi todo dominicano ha bebido ron alguna vez en su vida. Sería raro la persona que no haya bebido el ron nacional. Alguien me dijo que los sociólogos no han dicho lo que tienen que decir sobre el asunto. Algunos dicen que a algunos les han dicho que eso hace daño y como quiera se las han tomado.
Se han hecho desmantelamientos de los locales donde se preparaban, de modo que las autoridades no se han quedado con las manos cruzadas. Han actuado pero la gente pide que estas acciones sean más estratégicas. Las fábricas de las bebidas son manejadas por gente que ahora está apresada, se dice.
Por mi parte, las bebidas que compré en la línea fronteriza con Haití, mejor dicho en el mercado binacional, nunca se supo si eran malas, hace más de 10 años. A decir verdad, mi acompañante que era quien tenía la bebida, no resultó afectado como los cientos de dominicanos que cayeron enfermos producto de la ingesta de estas misteriosas bebidas. Nuestros hospitales conocen los casos. Las noticias han llegado a nuestros celulares con la intensidad de un reguero de pólvora.
Etanol bebido como si se tratara de una bebida isotónica, o como un vaso de agua. Es como beber petróleo. No es el mismo efecto de una Coca o la Pepsi. No hemos escuchado la perspectiva médica sobre el efecto de estas bebidas. Solo tenemos el número de los muertos.
Por ahora, a nadie se le ha antojado pedir una Margarita en el hotel en donde estoy. Es cierto por ende que hay un misterio que dice –y lo saben las casas licoreras cuyas ventas han disminuido–, que la gente bebe menos por el susto, algo que se augura que pase para que el sistema licorero nacional salga de esta, una mala propaganda para sus magníficos productos. Hoy el tema está en el debate nacional y la gente quiere hallar respuestas a sus preguntas.
Atento a las noticias, el hombre del edificio ya ha aprendido la lección. Sabe que no puede cogerle bebidas a nadie por más emocionante que parezca en el precio “al que puedan llegarle”. Total, el no bebe grandes cantidades antes del sueño. Tiene interés en que todo esto se arregle, ahora más cuando tiene que usar una mascarilla aun para dormir mientras vigila. Sus amigos lo espían, pero ya no llevan bebidas. Hay que esperar las noticias sobre el incremento o decrecimiento de los casos.
La noche comienza a las seis de la tarde en esta zona costera. Los gringos que pasan por aquí no tienen sospecha del peligro que se cierne sobre ellos. No tenemos las cifras de contagiados por la covid-19 en el pueblo, pero tampoco si se ha registrado algún intoxicado extranjero. Sería normal que ocurra.