La única gran victoria contra el virus implacable Covid 19  la está obteniendo con denuedo la Republica socialista de Vietnam. Pese al crecimiento económico experimentado durante los últimos decenios, es un país en vía de desarrollo, exento de reservas financieras para afrontar una crisis sanitaria en creciente aumento. Los dirigentes vietnamitas no podían enzarzarse en tergiversaciones sobre medicamentos y pruebas y descubrir, como los países avanzados,  la absurda inexistencia de mascarillas en sus territorios. Son los primeros en comprender que si no se actúa con premura y agudeza preventiva, el gran salto cualitativo agro-industrial y tecnológico de los últimos decenios, sucumbiría en varias semanas.  Mientras en el Occidente rico asistimos al desliz en polémicas ociosas que frisan lo grotesco, escenificadas por los presidentes Bolosnaro (Brasil) y   Trump (Estados unidos), los vietnamitas, al estallar la crisis durante el mes de enero, en la ciudad de Wuhan en China, donde trabajan también sus nacionales, reaccionan sin demorarse. Era la víspera de la fiesta del Tet (ano nuevo vietnamita, fin de enero), los festejos podían transformarse en una bomba de contagios. Sobreviene el primer caso de Coronavirus. No había tiempo para disquisiciones, en un país habitado por más de 97 millones de habitantes y cuya densidad poblacional es de 295 habitantes por kilómetros cuadrados. El 16 de enero  fue prontamente sellada la frontera de mil cuatrocientos kilómetros con China, y se declaró la cesación de los  vuelos aéreos.

Los dirigentes vietnamitas sin esperar centenas de infectados y muertos, intiman a las fábricas textiles de producir mascarillas médicas y al Instituto Pasteur de sus dos grandes ciudades a producir kits de pruebas con bioproductos de alta calidad.

El punto nodal de la victoria fulgurante contra la expansión del virus residió en una administración concisa del tiempo, principio metodológico clave de la medicina preventiva.

Se formó de inmediato un  “Comité gestor de la crisis  política y sanitaria” órgano de decisión donde confluyen  dirigentes políticos y médicos.  Mientras  en otros países  se toma con escandalosa ligereza este virus implacable y  se tergiversa sobre la necesidad de hacer pruebas masivas y portar mascarillas,  la dirección del partido comunista, con larga experiencia de movilización, opta por una política más pragmática y menos onerosa. Ven en  los trabajadores que regresan de China, y en los estudiantes los estudiantes que regresan de Estados unidos y Europa, focos probables de infección. Al regresar, muchos de ellos dan positivo. Son aislados. Cuando se declararon algunos casos en una fábrica de alta tecnología de Samsung, fue cerrada de inmediato, y 105 empleados aislados. Son Low, al norte de Hanoi, después de varios casos declarados, es puesta en cuarentena durante 21 días con sus 10 mil habitantes. La técnica del triunfo sobre la pandemia es simple pero rigurosa: investigar el entorno de los infectados luego de una entrevista minuciosa, hacer un rastreo territorial en base a casos precisos.  Efectúan 122 mil test en algunas semanas, pero  la urgencia les impide correr tras  una población de más de 90 millones de habitantes en busca del Covid 19. Los confinados son atendidos en el hospital militar, y los enfermos son trasladados al hospital de enfermedades tropicales de las grandes urbes, Hanoi u Ho chi Mihn. Descartaron la cuarentena integral y el toque de queda, pero cerraron las universidades, escuelas y mercados e instaron  a la población a preferir sus casas al trasiego callejero.

Una propaganda sanitaria omnipresente y el profundo sentido cívico de la población fungen como factores que coadyuvan a  adoptar serenamente  las medidas profilácticas.  Quince fábricas son transformadas en productoras a gran escala de mascarillas. El país asiático posee así la capacidad de  producir 7 millones de mascarillas al día. Para el Vietnam que defendió su independencia contra franceses y norteamericanos, durante guerras costosísimas en vidas humanas, esta es una guerra más, pero hay que ganarla rápido. Es una oportunidad para exhibir sus competencias en medicina social. El resultado no se hace esperar: hasta el 1ro de mayo tienen 271 infectados, de los cuales 232 sanearon, 30 en tratamiento y 0 muerto. Hace unos doce días que no hay contagio.

Se dan el lujo de movilizar ampliamente sus industrias. En ningún momento se  hace sentir escasez de artefactos médicos como en casi todos los países ricos o pobres afectados. Al contrario los vietnamitas están en condiciones de ejecutar, risueños, una política de solidaridad activa con naciones más ricas y otras pobres. Hacen donación de 450 mil máscaras a la Unión  Europea, de 200 mil a los Estados Unidos, a quién además venden 450 mil vestimentas protectoras contra el contagio. El presidente Trump en el mes de abril felicita a “nuestros amigos vietnamitas”. Se agregan 200 mil máscaras donadas a Rusia, 390 mil a Cambodia, a Laos y otros más, agregando kits de pruebas. Mientras los Estados Unidos  retiran su contribución la Organización mundial de la salud, Vietnam dona un cheque “simbólico’’ de 50 mil dólares al organismo. ¿Vietnam una gran potencia de material contra el coronavirus? Es evidente. Abre sus aeropuertos para vuelos interiores, millones de escolares comienzan a asistir a las escuelas, y los centros comerciales abren  con medidas estrictas.