Con frecuencia deseo volver a ese lugar al que siempre voy cuando intento escapar de preconcepciones y vacíos. Es uno al que voy sólo cuando necesito de él, lo que hace al regreso, por seguido que sea, un placer incontaminado.
Hoy he regresado. Busco un bálsamo para mi herida, y ese lugar, con sus ruinas confusas, y sus construcciones descalabradas, siempre absorbe mi aflicción, como si la repartiera entre otras almas.
Escucho mis pasos resonando en el eco, y el quejoso crujir de las puertas cuando giran con dificultad sobre sus goznes para permitirme la entrada. Atravieso un resonante corredor y llego al pie de una escalera devastada. Inhalo aire en un intento de respirar, y empiezo a subir. De los bordes de los escalones surgen matas de Celidonia, yerba de las golondrinas, doradas y mortíferas. Cuando llegué a la cima de la escalera, que en un gesto de lealtad al tiempo a quedado en pie, la oscuridad era tan gruesa que había quedado ciega. Qué siniestra casualidad -me dije-, pero me deshice de lamentaciones e improperios contra mi infortunio y continué mi camino con extraordinario vigor.
Me encontraba en un laberinto. Sabía perfectamente qué debía hacer para salir de él… Verán, se trata de un ejercicio mental, la única instrucción es pensar.
Al principio, como es usual, mis pensamientos son fríos, pero luego se van presentando las evidencias. A medida que voy interpretándolas, mis pensamientos van abandonando su palidez, y su sabor a descafeinado. Ese trayecto es el bálsamo que busco. Es también lo que me permite escapar de preconcepciones y vacíos.
Un laberinto, un estado, un proceso analítico y crítico por el que debe atravesar toda persona que desee producir un cambio ideológico que no venga con fecha de expiración. Resulta fácil evidenciar cuando un cambio ideológico no es auténtico… Se carece de la amplid mental necesaria para adoptar la nueva ideología en toda su intensidad, y se recurre a la pretensión de apropiársela, y para conseguirlo, se reduce las dimensiones de esa ideología en una proporción análoga a las facultades que la juzgan, y se empequeñece hasta que entra en la medida común. Algo así como una imitación.
Me niego a creer que nuestras opiniones sinceras son tan volátiles y manipulables. Que las impresiones del ser humano no son más que un arenal invertido, que deja escapar poco a poco su contenido. ¿Cuál es el objetivo, y cuál es la naturaleza, de eso que aspira a sojuzgar un porvenir, una dirección correcta, un camino a seguir, pero que es tan violento en su embriaguez, tan rápido en su duración, que se desvanece igual que se desvanece cualquier moda?
Hoy mismo, palpitantes con deseo de lucha, con indignación, con esperanza… ¡Y mañana!… Nada. Se extravían las razones, la efervescencia. Todo porque no fueron fundamentadas sobre una base sostenible.
Ya siento la salida del laberinto aproximarse. Lo sé, porque empiezo a ver mejor, hay más claridad. Puede que cuando salga, siga ciega… Sólo que al contrario del inicio, ahora me cegaría el resplandor de la luz, que es igual de malo. Significa que me he apresurado. Un cambio de ideología es algo progresivo, bien justificado, y personal. Sólo de esa forma se logrará efectivamente romper el mundo conjetural en el que se está acostumbrado a vivir, y desarrollar esa mirada universal, como de águila, que le permita mirar frente a frente al Sol, y a la vez divisar al insecto oculto bajo la hierba.