En días recientes, el abogado chileno John Charney presentó el dilema que actualmente atraviesa el movimiento Revolución Democrática en su país: la disyuntiva entre la “ética de la convicción” y la vocación de poder típica de los partidos políticos. De forma implícita, el dilema planteado discute una de las grandes preguntas de la política, que por demás, guarda mucha relevancia en República Dominicana: ¿cómo se hace oposición?

La oposición política consiste de grupos e individuos inconformes con la forma en que se administra un Estado y que consecuentemente buscan hacer gobierno para incidir directamente en la elaboración de las políticas públicas. De ahí sostengo que existen dos elementos centrales a la definición de oposición política. El primero está relacionado con la ética de la convicción; es decir, está relacionado con los valores y principios que definen al grupo de oposición. El segundo tiene que ver con la política electoral y la necesidad de ver el deseo de cambio hecho una realidad. Este artículo discutirá ambos elementos en el contexto local.

La ética de la convicción se refiere a la legitimidad que emana del apego a principios y valores particulares. Está asociada a la ideología que identifica a la organización política; se refiere a la responsabilidad que asumen los actores políticos frente a los valores que ellos dicen representar. En el contexto de un sistema político sin oposición, la ética de la convicción supone lo siguiente:

Adoptar una postura ideológica que defina un posible plan de gobierno y la visión que le acompañaría en torno a los distintos sectores y temas de importancia a debatirse en un proceso electoral. Por ejemplo, no es lo mismo un plan de gobierno cuyas políticas sociales estén definidas por la modalidad de la focalización vis-à-vis la universalización de los servicios públicos. Ambas filosofías suponen cargas financieras distintas, así como implicaciones distintas en torno a los niveles de desigualdad que pudiesen generar. De definir una postura ideológica, la oposición estaría diferenciándose de los partidos tradicionales (PLD, PRD y PRSC), quienes hasta el momento han promovido una política totalmente desideologizada. La ausencia de ideologías, producto entre otras cosas de los niveles de corrupción rampantes, constituye la principal diferencia entre la política de ideas y la política que aquí conocemos.

Ante todo, la oposición debe buscar fortalecer el proceso democrático. Esto implicaría unirse a la lucha por la regulación del proceso electoral. Implicaría trabajar por la aprobación de una ley de partidos políticos que busque regular el financiamiento de las campañas, el uso de recursos estatales, así como el acceso a los medios de comunicación durante el certamen. Esto sería una demostración a favor de las instituciones políticas y de la legislación electoral. Sería un paso firme  en pos de la democratización del acceso al poder político.

Quienes intenten consolidarse como oposición política no pueden perderse en el discurso del PRD dividido. Si bien el PRD ha cumplido un rol democrático histórico con la interrupción de los primeros doce años de Joaquín Balaguer, la institución partidaria en su versión moderna no ha sido capaz de organizarse. Por eso, quienes intenten construir oposición no pueden seguir buscando cobija en el PRD. Si queremos construir una verdadera oposición que practique una política nueva y visionaria, el PRD no puede seguir ocupando el centro de atención de las discusiones políticas.

Por último, la oposición debe centrar su discurso alrededor de temas estructurales que demuestren un compromiso con República Dominicana en el largo plazo. Esto equivale a decir que una oposición fuerte debe centrar el debate en torno a los grandes problemas políticos: la falta de institucionalidad y la fragilidad de nuestro sistema democrático.

Más allá  de la ética de la convicción, la oposición que quiera hacer gobierno debe pensar en candidaturas políticas. No obstante todo político necesita del respaldo de un equipo técnico, son los políticos los que llegan y saben llegar al poder. Por esto, sólo la oposición con vocación de poder pasa de oposición a gobierno. La política se construye alrededor de los partidos políticos; dada esa aseveración, nos corresponde a nosotros asegurarnos de trabajar para sanearla.

Los tiempos que vivimos demuestran ser difíciles. Pero en la crisis nacen oportunidades para efectuar los cambios necesarios. Debemos apostar a la receptividad de la población de acoger a nuevas figuras dentro de nuevos partidos. Y con esto no sólo me refiero a la posición presidencial. La obsesión con la figura presidencial, resultado de una cultura de protagonismos, encarna uno de los grandes errores cometido por los partidos alternativos. No solo necesitaremos de una nueva figura presidencial, necesitaremos también nuevos diputados, senadores, alcaldes y regidores.

Hay quienes sostienen la hipótesis de que los únicos políticos de oposición que tiene la República Dominicana son miembros actuales del PRD. De ser cierto esto, sólo nos queda dar por un hecho que tenemos que acelerar el proceso de comenzar a producir nuevos y mejores políticos.

No obstante la necesidad imperiosa de construir candidaturas, quiero finalizar este escrito recalcando la importancia de la ética de la convicción. Un partido en el poder sin oposición no es saludable si realmente buscamos fortalecer nuestra democracia. Precisamente por no tener partido opositor y otros mecanismos de contrapeso institucionalizados, somos sujetos a continuos episodios autoritarios, una corrupción estatal fuera de control y una justicia que favorece a quienes la desnaturalizan. Entonces pregunto una nueva vez: ¿cómo se hace oposición política? Una respuesta a la Charney: comencemos por no transar principios y negociar convicciones en el afán de avanzar electoralmente. La oposición avanzará en la medida en que se consolide como tal y en la medida en que practique una política distinta a la que practican los partidos tradicionales. Pase lo que pase, la candidatura de una oposición dependerá sobre todo de su identidad política; dependerá de la ética de la convicción.