Tengo manía persecutoria, siento un temor constante e insoportable, pero hay momentos en que me domina la sed de vivir y entonces tengo miedo de perder la razón”. – Antón Chéjov- para Leonel Fernández

En momentos en que el líder de la revolución cubana Fidel Alejandro Castro Ruz, se encontraba sometido a prisión por el régimen dictatorial de Fulgencio Batista en la hermana República de Cuba, a consecuencia del histórico asalto al cuartel Moncada, le sobraron agallas para expresar con contundencia y osadía una frase que le postergaría adjunto a su legado. Con ella tal vez conquistó luego, gran parte de los que arriesgaron sus vidas por la utopía de entonces y obtuvo espacios que pocos hombres en las Américas han ocupado. Esa consigna que, a nuestro juicio jamás podrá usar el timorato que alguna vez fuera “líder, maestro y guía” de la galaxia morada, todavía hoy resuena en los rincones de la vieja Cuba: “La historia me absorberá”.

Tres acontecimientos posteriores dieron lugar a lo que hoy conocemos como democracia en este pedacito de tierra a la que algunos sacando filo político, llaman patria: el asesinato de Octavio de la Masa, en 1957, la expedición del 14 de junio de 1959 y el posterior ajusticiamiento del tirano Rafael Leónidas Trujillo Molina el 30 de mayo de 1961. En todos esos eventos, primó el sagrado sacrifico de entregar todo lo que fuere necesario, incluso la vida a cambio del bien más importante con que cuenta un hombre, para que todos los hijos de Duarte y Luperón hoy viviéramos en aparente libertad.

Los tiempos fueron cambiando y los liderazgos también. Y en medio de ese interregno se extrapoló el fusil al discurso y las trincheras a los partidos, dando cabida entonces al líder tribuno y carismático, ese hombre de enigmas indescifrables capaz de conquistar las masas sin la necesidad de emplear otra cosa que no sea el buen uso de la oratoria. Esos procesos dieron como resultado a Juan Bosch, Joaquín Balaguer y, el más grande entre los grandes, José Francisco Peña Gómez. Ellos nos enseñaron desde el cénit de sus idearios filosóficos, la importancia que repercute en democracia, la conquista del espacio de poder por vía de los discursos.

La política, como ciencia perfecta al servicio de la gente, fue la fuente de donde emanaron otros líderes de igual o menor trascendencia, pero todos altamente comprometidos con la Historia y el papel que les tocó jugar en ella. Lo supo el propio Bosch en 1973, cuando ya no era posible construir su sueño dentro del PRD. Majluta en el 1986, a causa de sus diferencias con Peña. Álvarez Bogaert cuando vio amenazado su desarrollo político en las filas reformistas. Y el más reciente de todos, Rafael Hipólito Mejía Domínguez, quien creó a base de su liderazgo las condiciones para que iniciara el éxodo masivo del antiguo PRD a la nueva casa, el más importante instrumento de oposición en la actualidad, Partido Revolucionario Moderno.

La historia, en ese sentido, se ha encargado de juzgar como lo dijo Castro a los protagonistas de los hechos más trascendentales de las recientes epopeyas criollas. Ha colocado en su lugar las cosas y ha demostrado que al tiempo, por más que lo posterguemos, siempre le llegará su moméntum. Por esa razón, me atrevo a juzgar antes que ella, los actos deshonestos que en perjuicio de un colectivo que le es afín, ha realizado un cobarde impenitente, oriundo de Villa Juana que algunos llaman el León.

Leonel Fernández ha dado suficientes evidencias que lo hacen poco merecedor de los apoyos que la gente le entrega, a sabiendas de que ha sido el causante de las peores desgracias que al día de hoy atraviesa la clase más desposeída de este pueblo lleno de incautos. No ha sido capaz de descifrar, ni advertir un solo elemento sociopolítico de esos en los que el hombre de visión ha montado un relato, catapultando una idea que por demás está siempre ligada al interés del grupo que lo aúpa.

Las muestras están ahí, por eso quizá ha menguado tanto el liderazgo que exhibía a sus acólitos con la arrogancia de los dioses. Ha perdido la magia encantadora que lo unió a la ilusión de muchos. Y ahora sucumbe como perro hambriento ante las migajas de su rival interno con un montón de excusas que no justifican su falta de coraje. No lo tuvo después del 25 de mayo del 2015, no lo tuvo en la reunión del Comité Central y no lo tendrá jamás. Porque ha sido constante en la huida, así lo recordarán las futuras generaciones, como un medroso que después de ser líder, se convirtió sin aparente razón en la marioneta de un pichón de dictador llamado Danilo Medina.