Que la eliminación de la corrupción y la impunidad  que nuestros gobiernos nos imponen es una condición indispensable para nuestro desarrollo es evidente para la mayoría de los dominicanos.  Que la única manera de lograrla es la manifestación pública de las exigencias de los ciudadanos es, en cambio, evidente para una ínfima parte de nuestra sociedad. Muestra de esta lamentable divergencia es un comentario que uno de mis lectores hizo a uno de mis artículos que trataba sobre este tema. ‘Yomismo1’ opinó: “Todo eso suena ideal. Pero, ¿Cómo implementarlo, si a los que se trata de combatir, los corruptos, están hasta el tuétano enquistados dirigiendo el poder, económico , militar y legal?…” En las líneas que siguen desarrollo las acciones que a mi juicio deben llevarse a cabo para destruir el caos moral con el que gobiernos corruptos flagelan a los dominicanos, un pueblo que, contrariamente a ellos, es fundamentalmente bueno.

El primer paso de este necesario proceso es deshacerse de varios prejuicios.

Primer prejuicio: “Lo único que podemos hacer es votar para cambiar de gobierno”. Falso. Más de medio siglo de vida más o menos democrática demuestran de sobre de que una vez que los candidatos ganadores toman el poder se olvidan de todo – promesas y votantes – salvo de sus intereses, naturalmente. Aun si los candidatos emergentes parecen romper con esta reprochable tradición, el medio más seguro de lograr nuestros objetivos es reclamarlos. Es la única manera de combatir una democracia que no se acuerda de nosotros: un poder judicial que solo imparte injusticias, unos representantes en el congreso que no nos representan; un poder ejecutivo que ejecuta nuestras esperanzas; y un cuarto poder recluido contra plata en un cómplice cuarto frio.

Segundo prejuicio: Es el peor de todos. Adopta diversas formas: “No somos capaces”, “No somos suizos”, “No podemos”, “Es imposible”, “Es idealista”… Evidentemente, es el primer prejuicio del que debemos deshacernos. Con tales pensamientos no llegaremos a ningún lado. El doctor Christian Barnard lo resume en un magnífico poema, del cual extraigo los versos que me parecen los más relevantes: “Si piensas que estás vencido, lo estás. Si piensas que perderás, ya has perdido. El éxito comienza con el pensamiento del hombre. Muchas carreras se han perdido antes de haberse corrido. Tarde o temprano, el hombre que gana es el que cree poder hacerlo”. Muchas veces me han acusado de ser un idealista por creer que podemos. Siempre respondo recordando que fuimos capaces de hacer huir a los remanentes de la dictadura trujillista, sin tirar un tiro. Siempre respondo que idealista – o iluso – es el que crea que las cosas van a cambiar sin que luchemos por ello.

El segundo paso es pasar a la acción.

Tenemos que hacer lo que está haciendo la coalición cívica Poder Ciudadano, a los cuales felicito. Tenemos que hacer lo que hicieron los “apandillados”: prendiendo velitas despojaron a Leonel Fernández de la inmerecida reputación de estadista de que gozaba, obligándolo a buscar, muerto de miedo, el apoyo de reguetoneros y vividores.

Podemos tumbarle el pulso a Danilo (y a los que lo sucedan): obligarlo a eliminar la OISE, a dar la orden al procurador de apelar el caso de Félix Bautista (es posible cuando escribo estas líneas, aunque poco probable), a defender el interés común, es decir, a cumplir cabalmente con sus obligaciones. Pero para ello hacen falta varias condiciones.

La primera es la constancia. La lucha contra la corrupción y la impunidad es una carrera de fondo, una guerra de trincheras: ganará el que más aguante. Unas mañas enquistadas durante décadas en las carnes del estado no se dejarán arrancar en algunas semanas o meses.

La segunda, una alta participación de la sociedad. Mientras mayor sea la cantidad de ciudadanos que participe en las acciones de protesta, mayor será la presión que sientan los gobernantes y mayor la probabilidad que corrijan sus entuertos.

La tercera condición es imprescindible para la segunda: hay que educar, educar, educar. No basta con convocar a través de medios de comunicación y de redes sociales. Hay que explicar a los ciudadanos, cara a cara, que las manifestaciones públicas y pacíficas son la única manera de hacerse escuchar por los gobiernos. Que son su derecho. Y su deber. Hay que educar a doctores y a pulperos, a motoconchistas y a estudiantes, a operarias de zona franca y a militares. Sí, incluso a los militares armados que envían a controlar manifestaciones pacíficas, a colaborar con el descalabro de la sociedad por un pobre sueldo cebolla, a ellos también hay que educarlos, para que entiendan que a ellos también les conviene el fin de la corrupción para que sus sueldos dejen de hacerlos llorar. A ellos hay que decirles, con las palabras de Guillén: “Me duele que a veces tú te olvides de quién soy yo; caramba, si yo soy tú, lo mismo que tú eres yo”. A ellos hay que regalarle flores, como en la revolución portuguesa. A ellos hay que explicarle que protestamos también por ellos.

En esta labor, sin dudas patriótica, los miembros de Poder Ciudadano y de todos los manifestantes deben lanzarse a una verdadera campaña de proselitismo. En esta labor, sin dudas patriótica, deben imitar, precisamente, a los fundadores de la patria, utilizar la técnica de reclutamiento usada por la Trinitaria, de manera que un manifestante se convierta en tres, en nueve, en veintisiete, en ochenta y uno,  en doscientos cuarenta y tres, en setecientos veintinueve, en dos mil ciento ochenta y siete…Así, exponencialmente, el fermento del empoderamiento ciudadano alcanzará la masa crítica necesaria para obligar a los gobernantes a ceder a nuestras exigencias.

Una última condición es la creatividad. Nuestros reclamos pueden adoptar mil y una formas: Lograr que el tag #Felixeresculpableparami dure tres meses como trend en Twitter; enviar al presidente una petición en la que veinte mil ciudadanos exijan el desmantelamiento de la OISE; inundar el email del procurador, amenazándolo con abstenernos de votar por él – si algún día la manada de lobos entre la que se mueve lo dejan ser candidato – si no apela en el caso de Bautista. Cuando seamos muchos, podremos recurrir a métodos extremos, a métodos franceses: Descargar tres volteos de boñiga de vaca frente a la Suprema Corte de Justicia. Nada nos harán si somos muchos. Cuando seamos muchos, no tendremos que temer. Serán ellos los que se morirán de miedo.

Dijo Etienne de la Boetie: “Si nuestros gobernantes nos parecen gigantes, es porque vivimos de rodillas”.

Debemos ponernos de pie. Eso, estimado “Yomismo1”, es lo que tenemos que hacer.