Recientemente el crítico Diógenes Céspedes publicó una reseña del último poemario de Rosa Silverio: Invención de la locura (Huerga&Fierro, 2019). La reseña lleva por título: «Rosa Silverio: ¿A quién pertenece ese yo de tu poemario Invención de la locura [sic.]?». Apareció en dos partes tanto en el periódico Acento como en el periódico Hoy (en su versión digital y en el suplemento cultural impreso Areíto). Las versiones publicadas en cada uno de los periódicos son casi idénticas. Sin embargo, tienen ligeras variaciones en su redacción y extensión. Por lo que se refiere a su publicación, el texto está distribuido de forma diferente según se trate de un periódico o de otro.

El artículo ha provocado un rechazo casi unánime. Muchos se han pronunciado en su contra, tanto por las ideas que allí se expresan como por el modo de expresarlas. En un juicioso artículo, la escritora Farah Hallal resaltó las virtudes del más reciente poemario de Rosa Silverio al mismo tiempo que impugnó los desatinos fundamentales planteados por Céspedes en su reseña.

Una lectura detenida del artículo de Céspedes me llevó a descubrir en él una gran cantidad de desaciertos y errores además de los desatinos que ya mencionó Hallal. Por esto he estimado oportuno escribir un artículo que responda a cada una de esas cuestiones. Igualmente, haré valoraciones de carácter general sobre la reseña de Céspedes. Por otro lado, también me ha movido a escribir estas líneas la indignación de que un artículo tan desafortunado y grotesco haya gozado de tanta difusión.

Para el análisis de la reseña, he utilizado la versión publicada por el periódico Acento, por ser la más extensa. Mi modo de proceder en lo adelante será ir resumiendo el artículo de Céspedes y, a la vez, ir mostrando mi valoración sobre su texto y sus ideas. Dejaré para el final algunas consideraciones de carácter general.

Céspedes comienza afirmando que Rosa Silverio pretende decir algo nuevo sobre la locura. Sin embargo, ella no puede decir nada nuevo porque, según Céspedes, para que un discurso sobre la locura pueda decir algo novedoso hay que ser psicólogo o psicoanalista, o bien, estar loco.

En esta primera parte del artículo aparece un error formal: Diógenes cita el título del poemario de Rosa, pero no lo hace adecuadamente: le añade el artículo determinado «la» al inicio. Al mismo tiempo, sitúa entre paréntesis, al lado del nombre de la autora, los datos que deberían estar al lado del título del libro y viceversa.

Seguidamente, Céspedes responde al título que le da nombre a su artículo con la tesis que le permite construir todo su discurso: el yo del poemario pertenece al yo biográfico de Rosa Silverio. Esta tesis se basa en una prueba que es de risa: «Porque solo ella y nadie más está tomando los tres medicamentos que [sic.] citados». Y puesto que el poemario de Rosa Silverio habla solo del yo biográfico, no es posible que otras mujeres logren identificarse con el yo literario, ni tampoco que los poemas logren un adecuado nivel de simbolización, concluye Céspedes.

Esta identificación que hace Céspedes entre el yo biográfico y el yo literario le permite trasladar todas las afirmaciones que deberían haber sido hechas sobre el yo literario al yo personal de Rosa Silverio. A partir de este momento, Céspedes se desplaza desde la crítica literaria a la crítica personal.

Basándose en un verso del primer poema que aparece en el libro, donde Rosa habla de «crear una estética desde el caos» (p. 15), Diógenes afirma que la teoría del lenguaje de Silverio «es la misma que la de su historia personal: una historia del caos del yo biográfico», un yo al que a nadie le interesa, según Céspedes. Afirmación por lo menos interesante de alguien que hasta se atreve a afirmar que conoce la medicación de la autora.

Para Céspedes esta estética es una «antigualla ideológica» que no tiene dentro de sí la potencialidad de crear poemas plurisemánticos. Por este motivo, según Céspedes, no vale la pena preocuparse por el sentido de los poemas, pues estos se refieren al yo personal de Rosa Silverio.

En el poema «Hematomas» encuentra Céspedes síntomas de lo que para él es el yo catastrófico de la autora. Y se sirve de este poema para afirmar algo que, de no haber estado escrito, no se hubiera creído que forma parte de una crítica literaria. Afirma Diógenes: «Queda implícito que el padre quería un machito que fuera su espejo y su heredero. Ese es el pecado de Rosa: haber nacido niña Y no se ha sentido nunca amada por el padre ni por la madre sumisa que se sumó al odio del padre de su hija. De ahí la rebeldía de la hija que solo busca amor y reconocimiento paterno. Cualquier otra criatura nacida en esas condiciones asumiría la misma rebeldía». Sobra cualquier comentario sobre este fragmento.

A partir de aquí la reseña de Diógenes pierde toda condición de artículo literario para convertirse en mera expresión de una rabieta mal escrita. Y empieza Diógenes a dar recetas: «La cura socioanalítica no le vendrá a la autora con estas descripciones sintomáticas…»; «de nada vale, pues, maldecir»; entre otras. Recomendaciones de este tipo aparecen constantemente. Esto dota al artículo de una carga moralizante que se encuentra a años luz de lo que es una crítica literaria.

Señala que Rosa se contradice al afirmar que no le importa la metafísica y, a la vez, decir en otro verso: «Yo soy la sombra de la que habló Platón» (p. 15). En palabras del autor: «He ahí al yo biográfico de Rosa Silverio víctima de su propio juego. Dice que la metafísica no le importa, pero se cobija a la sombra de Platón». Y añade: «Rosa Silverio no vigiló su discurso». Queda claro que quien no vigiló no ya el discurso, sino ni siquiera la lectura, fue Diógenes, pues Rosa no se «cobija» a la sombra de Platón. Ella «es» la sombra que mencionó Platón. Un análisis simple de esta afirmación en el contexto del poema pondría en evidencia que Rosa está identificando al yo literario con lo que para Platón era el conocimiento aparencial. Silverio, al decir que es sombra, esto es, que es solo apariencia, refuerza la idea de que el yo del que habla su poemario no encuentra asidero en ninguna «filosofía», y por tanto, se encuentra en total desamparo y desgarramiento.

Asevera Céspedes que hay «ripios poéticos en todos los poemas», y deja la posibilidad de que quizás el único que se salve sea el poema «Las gatas no saltan por la ventana», pero, al final, ni siquiera este logra salir indemne, pues está «plagado por la falta de dominio del idioma». Y esto, afirma Céspedes, lo comparte Rosa con «los escritores del mundo entero», los cuales, según Céspedes, cometen el siguiente error: «Al sustantivo poseedor en singular o plural no siempre corresponde lo poseído en plural». Y, aplicando esta «regla» realiza la siguiente cita de los versos de Silverio: «“Por eso las gatas no deben arrojarse por las ventanas / aunque sean muy listas y ágiles / Lo más conveniente es que maúllen desde dentro de sus casas” (p. 31) y este verso sencillo: “Los enfermos atados a sus camas” (p. 67, cursivas de DC)». Y, después, pregunta retóricamente: «¿Cuántas casas tienen colectivamente las gatas de este poema y cuántas camas posee cada enfermo?: una sola».

Después de un análisis semejante no sabemos si reír o llorar. Reír porque esto es de chiste o llorar porque esto ha sido publicado como crítica literaria. ¿Acaso es importante para la comprensión del poema saber si las gatas forman parte de alguna comuna, o bien, viven en casas individuales, y lo mismo por lo que se refiere a los enfermos? Por lo demás, es posible hablar de lo que se posee tanto en plural como en singular. Esto es criterio en exclusiva del autor.

Luego tenemos unas afirmaciones tan arbitrarias como ridículas. Asevera Céspedes: «Silverio emplea mal los gerundios antepuestos o pospuestos sin guardar la obligatoria concordancia de los tiempos verbales». Y, para sostener su afirmación, cita los siguientes versos: «Los cubriré con el manto de la virgen […] / acortando la falda, enseñando los tobillos / besando al mendigo que me pide unos centavos» (p. 28), «que no me perdonará nadie / pero es que sigo cargando las mismas piedras / caminando en renglones totalmente torcidos / y ahogando la palabra con la lengua» (p. 30); «y me iré caminando hacia el río / a dormir mi último sueño» (p. 61); y «se ha ido corriendo de este criadero de moscas» (p. 69). Seguidamente, refuerza su tesis con esta afirmación: «El gerundio es un presente que exige como concordancia verbal otro tiempo presente, pero en los casos de marras Rosa Silverio ha usado dos futuros y un pretérito perfecto de indicativo: se ha ido» (cursivas de Céspedes). 

En primer lugar, en los versos citados Silverio no ha utilizado «dos futuros», sino tres: «cubriré», «perdonará», e «iré». Y, además del pretérito perfecto de indicativo («se ha ido»), ha utilizado un presente: «sigo». En segundo lugar, ¿de dónde ha salido esa regla sobre los gerundios? ¿Quién, con un conocimiento mínimo sobre las reglas del idioma, puede afirmar, por ejemplo, que las construcciones «llegó corriendo» y «lo dirá gritando» son incorrectas? En tercer lugar, y por último, el gerundio no es un tiempo presente. El gerundio guarda simultaneidad con el verbo del cual depende independientemente del tiempo verbal.

En seguida pasa Céspedes a cometer otra impertinencia. Refiriéndose a la poesía de Rosa Silverio, dice: «La producción de disparates semánticos y léxicos, así como el uso abundante de verbos comodines y ripios poéticos son la consecuencia directa de esta ignorancia —se refiere a que, según él, Rosa ignora lo relativo a las reglas que rigen el idioma—. ¿Qué me importa el uso de galicismos, si así lo escribí y me suena bien?: “Y es que aquí todos estamos muertos” (p. 68). ¿No es más poético decir “y aquí todos estamos muertos”? Inconsciencia».

Sin entrar en la discusión de que el origen de la expresión «y es que» sea francesa, cosa que Céspedes no demuestra, esta expresión está totalmente integrada en la lengua española. Además, el escritor no tiene la obligación de ser austero en el uso de la lengua, ni tampoco debe atenerse a provincialismos ni a una determinada idea de lo que es castizo o no en el idioma. Céspedes no ha tomado en cuenta un concepto en lingüística denominado «explectivo», según el cual ciertas palabras tienen la función de hacer más armoniosa la frase, aunque no añadan algo al significado. Por ejemplo, si decimos «no me voy hasta que no me llamen», el último «no» de esta oración tiene un valor únicamente explectivo. Lo mismo sucede en la oración «¿Pues por qué no comes?», donde la partícula «pues» no añade nada al significado, pero dota de otro matiz a la frase. Por último, si se trata de eliminar las expresiones y las palabras provenientes de otro idioma, como parece pretender Céspedes, nos quedaríamos con un español paupérrimo y anquilosado.

Vuelve a insistir Céspedes en que Rosa no es capaz de producir nada nuevo y aprovecha la ocasión para soltar otro insulto: «Nada nuevo crearía la poeta, incluso si escribiera que su padre la violó, la sodomizó, la abusó». Dice que esto sería la ideología de Charles Sainte-Beuve, para quien era definitorio en la crítica literaria conocer la vida del autor y sus intenciones. Aunque Céspedes lo critica, lo cierto es que asume de manera radical su proyecto, pues, para Diógenes, en el poemario de Rosa el yo biográfico y el yo literario se identifican.

Después de realizar una interpretación de los poemas VI y V pasa a analizar el léxico. Diógenes juzga como inadecuado que Rosa utilice expresiones de uso en España como son «vuelta cascos» y  «chabola», ya que estas se encuentran «sin curso en Santo Domingo». Al leer esto uno no puede más que soltar otra carcajada. Tenemos el caso de un crítico que le exige a una escritora que tiene más de diez años viviendo en España —y que es originaria de Santiago en República Dominicana— a que únicamente se atenga en su léxico a expresiones que estén en curso en Santo Domingo. Parece inverosímil que alguien esté pidiendo esto. Y afirma con arrogancia: «La larga estancia en Madrid paga el precio entre las dos variantes de español».

Y continúa con su estrambótico análisis. Critica el uso que hace Rosa del plural «baobabs», que es el que sugiere la RAE, para exigir que Silverio utilice el plural que él propone, «baobás», pues aquel es «barbarismo ilógico». Juzga como incorrecto que Rosa utilice «medicación» en vez de «medicamentos»; y «la gente muere de cólera» en vez de «muere del cólera», cuando en los dos casos ambas formas son válidas.

Igualmente, exige que Silverio utilice unos equivalentes propuestos por él a algunos extranjerismos que aparecen en el poemario. Para «búnker» propone la palabra «sótano» y para «borderline» la palabra «límite», como si Rosa no pudiera utilizar las palabras que a ella le apetezcan. Además, la palabra «límite» no tendría ningún sentido en el contexto en el que la utiliza Rosa, pues el equivalente en español de «borderline» no es «límite», sino «trastorno límite de la personalidad (TLP)».

Asimismo, sostiene que estamos «obligados de» [sic.] encontrar un sustituto de la palabra «burka», y propone «velo». Aquí comete el error de señalar que la palabra «burka» es un «vocablo árabe» cuando en realidad se trata de un préstamo del inglés burka que tiene su origen en el árabe burqa‘. De igual modo, no utiliza la cursiva para los términos que proceden de otra lengua —procedimiento recomendado por la RAE— como es el caso de burqa‘ que él cita en letra redonda junto al idioma «urdu», que es una lengua hablada mayoritariamente en Pakistán y en la India, pero que no tiene nada que ver con un «velo» o alguna cosa semejante. Ahora sí podemos decir: Céspedes no vigiló su escritura. Aunque en este caso sería: no vigiló su escritura al copiar y pegar desde la Wikipedia, pues si buscamos «burka» en la Wikipedia nos damos cuenta de cómo aparece al lado del término «urdu», aunque separado por una coma.

Califica como «verbos comodines» los verbos «se hace sombra» (p. 62) y «se hace de noche» (p. 44) y expresa que él los «poetizaría» con «se ensombrece» y «anochece». En esta parte comete tres errores: refiere mal la página de uno de los verbos (cita la página 52 cuando es la 62), no cierra el paréntesis y no cita la página de donde ha extraído la expresión «se hace de noche».

Cita el poema «La caída» y lo relaciona con las obras del Albert Camus, para desprestigiar el poema de Silverio, por supuesto. Nuevamente vuelve a citar mal la página: el poema «La caída» no se encuentra en la página 74 sino en la página 22. Y multiplica su error al utilizar dos veces «ibíd.».  Concluye su reseña con un último ataque y amonestación a Rosa Silverio.  

He aquí un artículo que, disfrazado de crítica literaria, esconde una gran cantidad de afirmaciones gratuitas e insultantes, se mantiene dando órdenes médicas y morales a la autora, y especula innecesariamente y con mala fe sobre su vida personal. Así mismo, el texto está atestado de errores. Otros más, además de los ya mencionados, son: no separa las barras (/) con espacios al citar los versos; no mantiene la coherencia en la utilización de la abreviatura de página (p.), pues en algunos casos la escribe en mayúscula cuando debería ir siempre en minúscula; y escribe con minúscula la reproducción de las palabras textuales del poemario después de dos puntos cuando debería hacerlo con mayúscula. Además, para ser un artículo tan breve, incurre en numerosos errores de puntuación y de sintaxis.

Si he señalado estos errores nimios, es porque tenemos aquí el caso de alguien que es sumamente exigente con un escritor, pero que no guarda para sí la exigencia mínima que le exige su trabajo como crítico literario, que es escribir correctamente. Ante esta incoherencia, yo podría empezar a especular sobre los motivos, las intenciones y la historia personal de Diógenes Céspedes, como lo ha hecho él con Rosa Silverio, pero esto sobra en cualquier crítica, además de que su vida personal no me interesa.

Lo que ha hecho Céspedes es un ejemplo perfecto de cómo no hacer una crítica literaria. Su «crítica» solo puede ser comprendida desde la mala fe de su autor, pues, en su opinión, el poemario de Rosa Silverio no tiene ningún valor ideológico ni tampoco literario. Céspedes no ha tenido la voluntad de comprender el texto y se ha centrado en buscar el mínimo posible fallo gramatical u ortográfico con el fin de desprestigiar el trabajo de la autora. Me pregunto qué diría Céspedes de las obras de Juan Ramón Jiménez, Tristan Tzara, Vicente Huidobro y, las menos conocidas pero no por eso menos transgresoras, Diane Di Prima, Marge Piercy y Denis Levertov. Todos estos poetas hicieron con su poesía simplemente lo que les vino en gana.

Una crítica correcta del libro de Rosa Silverio revelaría que estamos ante un poemario valiente por el contenido y audaz por la forma. De hecho, así lo ha mostrado Farah Hallal en su reseña. Silverio ha abordado un tema que sigue siendo tabú en nuestras sociedades, más aún en la sociedad dominicana. En este sentido, es un poemario sumamente oportuno y necesario.

Para terminar, no me resisto a citar un fragmento del prólogo del libro escrito por la espléndida poeta Raquel Lanseros: «Rosa Silverio, en su transparencia, denomina metafóricamente locura lo que es lucidez descarnada […]. Con precisión clarividente, la esencia misma de las cosas se revela en su palabra, bajo un juego simbólico de pensamiento y emoción que solamente tiene cabida en la poesía verdadera». Esto no fue capaz de verlo Diógenes Céspedes. Una pena.