Las ideas de los líderes populistas demagogos, la ciudadanía o las rechaza o las acepta, completamente. El contexto económico, social, político y estructural determina la elección de uno de estos extremos. La vulnerabilidad institucional, las crisis y los problemas económicos, la inestabilidad política y los desastres naturales son, entre otros, caldo de cultivo para este tipo de populismo.
La historia está llena de estos líderes que teniendo medios para producir cambios favorables han corrompido su función en el poder. Esto porque en esencia no dicen la verdad, por lo que no son tan reales sus intenciones de resolver los problemas.
Este populismo se alimenta de las excepcionalidades, de luchas monumentales y de lo confuso y culmina en una crisis política, por no poder sostener lo prometido, una vez desenmascarado. Todo porque padece de megalotimia -deseo de ser reconocido como superior, iluminado-, que es una característica fundamental de este tipo de liderazgos.
Los todo lo puedo y todo lo sé, escogen causas de tal magnitud, como la defensa de la Constitución y el terror dictatorial, escondiendo detrás de ellas sus reales propósitos, como la reelección eterna –consecutiva o alterna, para gobernar hasta el 2044-, con el consiguiente abatimiento de los liderazgos emergentes y en capacidad de emprender con nuevas visiones la causa de la democracia y el desarrollo.
Solo una ciudadanía preocupada, atenta, educada, con recursos suficientes y mecanismos institucionales eficientes puede evitar que el país se vea siempre gobernado por falsos mesías, aún después de gobernar durante varios períodos.
Más aún, se pueden adoptar estrategias individuales, para prevenir que este mal llegue a influenciar en la población. La manera de hacerlo es que cada uno asuma la responsabilidad de entender, asimilar y desnudar la verdad que está detrás de las defensas institucionales y constitucionales y salvaciones aparentes propuestas por estos precandidatos populistas.
Quizás la fórmula Nietzsche ayude, pues, se deber ir al corazón de lo que se estudia sin intentar repeler nada, dejarlo que te contamine completamente, aceptarlo todo para desenmascararlo con la razón última. Es solo de esa manera que se desarrolla el conocimiento real de las cosas y se camina hacia una democracia más sana.