A finales del siglo XIX, el científico holandés Eugéne Dubois encontró en la isla de Java fósiles muy parecidos a restos humanos, que dentro de la búsqueda entonces del eslabón perdido los definió como huesos pertenecientes al primer hombre mono erguido al que llamó Pithecanthropus erectus. Siglo y cuarto después en el ámbito del partidarismo dominicano no resultaría difícil encontrar fósiles que muy bien servirían para ilustrar a nivel nacional una imaginaria actividad política un millón y medio de años atrás, con antepasados del hombre actual.

Es la situación que suele darse cuando los dirigentes de partidos negocian por conveniencia personal  posiciones electorales que no podrían conseguir por sus propios medios, impidiendo el crecimiento de su dinámica interna, a lejana distancia de las elecciones sin mediar ninguna competencia entre aspirantes. El hecho de que en esas circunstancias brillen personas inclinadas a favorecer esa salida a la crisis interna que mantiene congelada la oposición política es prueba más que suficiente para medir el grado de envilecimiento a que se ha llegado en partidos que bien podrían trabajar en procura de un historial  democrático digno de mejor futuro.

El que grupos partidarios se ilusionen con la posibilidad de que una candidatura  a cualquier nivel de elección pueda ser alcanzada por esa vía hace pensar que la mentalidad del Homo erectus sobrevive en la política dominicana, catorce décadas después de los hallazgos del doctor Dubois. A muchos partidos que han seguido ese camino les costará muchos años superar el trauma de dirigencias que a todas luces representan en la política nacional una nueva generación de Pithecanthropus erectus. Especialmente ahora que los plazos y las limitaciones impuestas por las nuevas leyes despojan de atractivos las alianzas electorales.