La sensación de independencia que acompaña la modernidad, la masificación de la información y los avances en las tecnologías de las comunicaciones nos hacen sentir más y más cómodos con la idea de que ya nada es sagrado, quiero decir, ninguna instancia está por encima de ser cuestionada, criticada e inclusive desfasada. Con más o menos conciencia nos movemos desde un modelo de sociedad donde mucho dependía de la calidad de nuestras relaciones interpersonales hacia uno en el que lo que vale es el valor de la transacción.

Algunos académicos, para ilustrar lo anterior, recurren al ejemplo de dos presos sentados en una celda acusados de tomar parte en un hecho criminal. Típicamente los presos tienen dos salidas, una es preservar "su amistad" tratando de lograr una mejor resolución para los dos. La otra es dividirse buscando cada uno el mejor resultado personal aun cuando esto implique que uno complique la situación del otro. Compartir la culpa pudiera salvar "la amistad", repartir la culpa, sin embargo, acabaría con la relación y los pondría a competir por el mejor resultado individual con todas sus consecuencias.

No se discute que en el contexto del sistema penal, siempre que no se imponga la habilidad de uno de los acusados por encima de la verdad, el que se rompa la relación de los acusados a favor de un arreglo con la autoridad sea precisamente lo deseable. No obstante, fuera del modelo penal, parece bastante claro que buscar el beneficio propio, maximizar nuestras ganancias en cada transacción de nuestras vidas hace peligrar el equilibrio social del cual finalmente dependemos.

A los fines del presente esfuerzo no es menester entrar en disquisiciones sobre tiempos pretéritos en donde supuestamente todo era mejor y más claro. La confianza en la razón, la resistencia de los hombres y mujeres a sentirse amarrados a tradiciones parece haber llegado para quedarse, al menos por un buen tiempo. En lo personal, me cuento entra las que piensa que nada de esto es malo, la historia de la humanidad involucra evolución, cambio, desecho y adaptación.  Ahora bien, lo que sería un genuino despropósito es olvidar la falibilidad comprobada de los poderes de nuestras razones. Nos equivocamos, lo hacemos con frecuencia y negarlo sí que sería un retroceso. Por algo dijo Bertrand Russel que jamás moriría por una de sus ideas, pues sabía que podía estar equivocado.

En fin, que las premuras de nuestros tiempos no nos hagan olvidar que si algo compartimos con toda la historia de la humanidad es precisamente el potencial de equivocarnos. Démonos siempre el chance de obrar previa reflexión, domar nuestra indignación, magnánimos al celebrar nuestras conquistas y humildes frente a nuestras debilidades.