“El hombre que está muy ocupado rara vez cambia de opinión.”-Nietsche

Por lo general durante toda la vida sufrimos esclavizados por las opiniones heredadas o adquiridas en la temprana juventud sin lograr liberarnos, por H o por B. Por eso aplaudimos a las personas que justificadamente cambian de opinión, sin ser cambiachaquetas.

Para muchas personas el proceso mental más difícil es cambiar de opinión, requiriendo concentración absoluta. No nos referimos a modificar la creencia de otra persona, que ya sabemos lo difícil que suele ser ese ejercicio, aun armados de argumentos sólidos. Ni siquiera se trata de ser tolerantes de las opiniones de los demás, que puede ser un primer paso hacia la meta. Se trata de dejarnos persuadir nosotros mismos por el razonamiento de un interlocutor inteligente y elocuente.

En primer lugar, somos seres gregarios que solemos congregarnos con nuestros semejantes, porque compartimos vivencias, amistades e intereses. Eso significa que no nos exponemos ex profeso a la compañía de personas que difieren de nuestras creencias aunque sean vecinos o compañeros de trabajo. Vamos a la sinagoga, la mezquita, el templo o la iglesia de los que comulgan con nosotros, no de los que piensan diferente. De hecho, vemos con sospecha lo que ocurre al interior de esas otras comunidades, desconfiando de sus ritos y enseñanzas precisamente porque los desconocemos y tememos. Generalmente no nos exponemos a comprender sus creencias, ¿quizás por temor a ser convertidos? En todo caso no fomentamos oportunidades para cambiar de opinión: los galleros van a la gallera y los defensores de los animales también tienen su juntadera. Siempre estamos demasiado ocupados para imaginarnos en el lugar del otro, y es preciso dedicar tiempo para cambiar de opinión. 

Algo parecido pasa con nuestras fuentes de información. Nuestro algoritmo mental nos programa para acudir con mayor frecuencia a las fuentes que confirman y refuerzan nuestra cosmovisión, raras veces consultando voces disonantes, aunque sabemos bien donde escucharlas. Y cuando abordamos esos medios contradictorios de nuestra opinión, pocas veces lo hacemos en la buena disposición de ser persuadidos por un sólido argumento, pues solo buscamos  municiones para robustecer nuestra convicción previa. Y con tal disposición es natural que nuestro deseo se cumpla, pues nos atrincheramos en nuestra posición original, fingiendo que estamos abiertos a considerar opciones.

En cambio, el quehacer científico es un excelente paradigma para ejercer el derecho y cumplir con la obligación de cambiar de opinión cada vez que los hechos lo ameritan. El científico no se puede dar el lujo de ignorar o menospreciar el trabajo de los demás, pues se expone al ridículo por desfasado. Los conocimientos científicos están en constante evolución, y por tanto los científicos deben mantenerse al tanto de los cambios que se dan en su especialidad, o se lo lleva la corriente. Por eso desarrollan la capacidad y los medios para dejar atrás sus ideas de ayer y aceptar de buena gana las de hoy, para así poder contribuir al conocimiento de mañana. Publican sus hallazgos científicos en revistas especializadas después de ser criticados y aceptados por sus pares del comité editorial, y luego reciben la retroalimentación de todas las personas en capacidad de contribuir con la ciencia. Igualmente aceptan que sus conclusiones sean validadas por nuevas investigaciones como que sean modificadas por nueva data. Su interés es avanzar el conocimiento, y para ello no pueden aferrarse a ideas estáticas, sino renovarse continuamente. Reconocen que solamente dialogando y colaborando con los que no piensan igual, se puede avanzar en la ciencia.

Si bien es una necesidad del científico exitoso permanecer abierto a nuevas ideas en su profesión, en su vida cotidiana no todos los científicos logran desarrollar una actitud siempre abierta al cambio. Con más razón a los neófitos nos es preciso hacer un esfuerzo consciente para zafarnos de las cadenas que nos atan a nuestras opiniones tradicionales en el quehacer diario y ocupación profesional. Pero por suerte no hay que ser doctor en física para  aplicar el método científico en procura de ser más abierto a cambiar de opinión, sin pérdida de coherencia ni de identidad. Este es otro poderoso argumento más para insistir en la necesidad de mejorar la enseñanza de la ciencia en nuestras instituciones educativas desde los primeros niveles,  demostrando cómo el método científico puede repercutir en nuestras vidas.

Lecturas:

Manual de instrucciones para cambiar de opinión | Artículos | EL PAÍS http://verne.elpais.com/verne/2014/11/17/articulo/1416205830_000028.html

https://www.xatakaciencia.com/otros/es-malo-cambiar-de-opinion

https://lamenteesmaravillosa.com/cuesta-cambiar-de-opinion/

http://www.newyorker.com/magazine/2017/02/27/why-facts-dont-change-our-minds?mbid=nl_TNY%20Template%20-%20With%20Photo%20(139)&CNDID=48191370&spMailingID=10502668&spUserID=MTc1MDk0OTEwOTEwS0&spJobID=1101981301&spReportId=MTEwMTk4MTMwMQS2

https://www.theatlantic.com/science/archive/2017/03/this-article-wont-change-your-mind/519093/

http://www.dartmouth.edu/~nyhan/nyhan-reifler.pdf