Como Caín, cuando Dios le miró de frente y aún no era Caín, así está el mar, desnudo, sin saber ni comprender su movimiento en eterno renacer. Desnudo corre, pisándose a sí mismo entre polvaredas de espumas.
A sus espaldas cruje el azul del horizonte, látigo de quieta fiereza tal una bestia echada en el nacimiento del ímpetu de las olas.
Esta Tierra parda, la mía, la de todos quizás, Tierra de pechos ásperos, Tierra de pelo verde, escupe el llanto de los cachorros blancos que la mar viene persiguiendo, desnudo como Caín.
Desnudo como Caín, con su misma mansedumbre de vísperas del crimen, desplegada a los cuatro vientos la cabellera espléndida, hinchazón de siglos, caos informado, angustia de tiempo en suspenso.