Este dicho tan popular contiene el resumen de una característica muy peculiar de la cultura del dominicano promedio que todos la hemos visto o padecido en numerosas ocasiones y que la inmensa mayoría la llevamos detrás de la oreja, o mejor dicho y puntualizando mejor para no tener connotaciones racistas, dentro del estómago. Esta ¨ culturita ¨ como ahora decimos de modo tan alegre a tantas cosas en las que incurrimos una y otra vez hasta hacerse casi una dudosa costumbre, consiste en  llegar a  una reunión social, una rueda de prensa, una invitación oficial, un lanzamiento comercial, una fiesta, un banquete, un cóctel o donde sea que haya algo o mucho de comer,  y después de arrasar literalmente con los platos, las bandejas, las ollas o cualquier recipiente que contenga alimentos, desaparecer de la escena a la velocidad del rayo.

Es increíble lo hondo que tenemos arraigado esa especie de sentimiento de saqueo culinario como si lleváramos sobre nuestra psique conductual siglos y siglos de falta de cuchara atrasada.

Vemos en numerosísimos eventos de todas las categorías como los invitados nada más servir la picadera le caen como a la conga,  parecen pirañas lanzándose sobre presas heridas. Y también señoras de vestidos largos y cortos, introduciendo en sus grandes bolsos o carteras los bizcochos, croquetas, empanadillas, pastelitos, e inclusive platos bien llenos de aperitivos o canapés, eso sí, tapados decentemente con un par de servilletas para no manchar ¡Y con la naturalidad que esto sucede!

Nos contaba un buen amigo la anécdota de como en un acto académico privado, donde unos profesores universitarios pensaban exponer frente a otros colegas suyos unos proyectos, pero tuvieron el desacierto de servir la comida antes de las charlas, consistente nada menos que en un suculento sancocho de esos cocinados como Dios manda, platos repletos de buenas y variadas carnes, sabrosos víveres, sazones en su punto, hasta el aguacate correspondiente.

Pues bien, una vez finalizado el festín, en apenas un par de minutos mal contados, salieron  todos los invitados con una u otra excusa, o sin ninguna, con una barriga más prominente que lo habitual, cara de plena satisfacción gastronómica y se quedaron los organizadores de la reunión más solos que un camello en el desierto, sin poder mostrar sus planes.

Otro caso real fue cuando dimos una charla sobre el branding de marcas en una importante biblioteca pública. Se veía con claridad que una parte de los asistentes  no correspondía por su aspecto con el tema a tratar, lucían peinados y barbas desaliñadas, camisetas agujereadas, ojos vidriosos, narices coloradas, otros somnolientos… después comprobamos de manera personal lo que presentíamos, eran los paracaidistas profesionales e itinerantes de muchos actos oficiales que cambian su asistencia por la recompensa de unos buenos tragos y algo que llevarse el estómago como cena.

Es por esa costumbre de comer y marcharse de inmediato, que en las fiestas dominicanas primero aparecen de manera generosa los tragos, y mucho más tarde, cuando los invitados ya tienen ciertos síntomas etílicos, se sirve el  buffet, si los anfitriones entienden que ya es hora de finalizar el asunto. ¿Por qué el dominicano no puede disfrutar de la sobremesa durante un hora u hora y media de unas amenas charlas después de la comida? Tal vez sea por algún mandato de un oportunismo de mesa, atávico e incontrolable. Por  eso lo de Blas…ya comiste, ya te vas.