“Nada más débil que la palabra…Es débil el hombre que la pronuncia cuando no dispone de riquezas que las recomienden, ejércitos que las respalden o tribunales que las sancionen. Es débil, porque que quien la debe oír puede cerrar los oídos o endurecer el corazón”.(Schokel y Sicre Díaz, Profetas, Vol I, 1987, p. 18)

Con un tono discursivo imperativo y de advertencia, los profetas Amós, Isaías, Miqueas y Joel comunicaron el mensaje de cambio radical de  Yahvé  a los gobernantes de Israel.  No cayeron en la tentación de dictar actos de habla alienantes, guardar silencio, ni danzar con los políticos; ni tampoco le  pidieron al pueblo que aguantara el golpe, como si no tuviera sentimientos. Al contrario, fueron donde los políticos de su tiempo, no a pedir lisonjas, sino a decirles el mensaje de Yahvé: hacer justicia a los más despreciados de la sociedad, denunciar  la acumulación de riquezas en unos pocos y dejar de adorar dioses paganos importados que descomponía el orden moral del pueblo. De no hacerles caso, el brazo  de hierro de Yhavé, juez severo y justiciero, se haría sentir con grandes consecuencias en  las autoridades, en el pueblo corrupto y en las potencias extranjeras, como lo fueron los imperios  asirio y neobabilonio.

Estos profetas, hombres comunes y sencillos, pero fieles a sus principios, elegidos por Yahvé fueron los protagonistas de una renovación espiritual. El pueblo la necesitaba,  pues estaba cansado de ver el derroche, la corrupción, la inequidad de sus autoridades y la proliferación de los falsos profetas.  Estos falsos profetas  eran  “seres réprobos, anunciantes de la paz, espíritus estáticos…” (Schokel y Sicre Díaz, p.54). El anuncio de la paz no tenía fundamentos, pues no tomaba en cuenta la mejoría material de las condiciones de vida de la gente pobre y la práctica de la justicia. Según la opinión de algunos historiadores, esa renovación abarcó los siglos VIII, VII a. C.(McNall Burns, Historia de las Civilizaciones,1947, Tomo I, p.94).   

El profeta Amós, de oficio granjero y ganadero  fue uno de  esos grandes hombres influyentes  que vivió en el siglo VIII, después del un largo período de crisis política, posterior a  la división del reino de Salomón. Este se había dividido en dos reinos: el del Norte y el del Sur.  Joás, rey del Sur, logró  progreso material con una vigorosa economía basada en la producción y el comercio. Pero ese progreso generó  descomposición social, moral,  aumento de la brecha entre ricos y pobres.

El profeta tenía una actitud escéptica  sobre el cambio  en el corazón de las personas  por sí mismas y consideraba que  aquello  no se podía remediar, porque la sociedad estaba podrida (Schokel y Mateo, Profetas II, 1980, p.951).  Por eso, profundamente acongojado y molesto, confiado en Yahvé, advirtió con una serie anafórica de ayes sentenciosos contra los que tenía el poder y quienes se hacían cómplices de los opresores,  en lugar de encomiarlos:

¡Ay de los que convierten la justicia en acíbar y arrastran por el suelo   al inocente, aceptan sobornos, atropellan a los pobres en el tribunal! Por eso se calla, entonces, el prudente, porque es un momento peligroso. En todas las calles hay duelo, en todas las calles gritan: ¡ay, ay! Los campesinos llaman para el duelo y el luto. Odien el mal, amen el bien e instalen en le tribunal  la justicia.(Am,5, 7-17)

El profeta Isaías siguió el estilo  discursivo y profético de Amós, pero fue más poético, enérgico y contundente.  Su misión profética se suele ubicar desde el 740 al 701 a. C.  Dijo a los reyes y a los responsables de hacer justicia, lo que Yahvé quería para el pueblo. El rey  Ezequías había solicitado ayuda al faraón egipcio, lo cual implicaba dar paso a una reforma política y religiosa interna que traicionaba el mensaje de Yahvé. El profeta reaccionó iracundo contra la idolatría,  la cual era apoyada por una élite  de Jerusalén. Comunicó a  Ezequías que Dios estaría con él, si garantizaba un reinado de justicia y de paz para el pueblo.  El profeta se opuso con energía a esas  pretensiones, utilizando el pronombre ustedes, culpándolos de los desastres:

“Ustedes dicen: Hemos firmado un pacto con la Muerte, una alianza con el abismo: cuando pase el azote arrollador, no nos alcanzará, porque tenemos la mentira por refugio y el engaño y por escondrijo”( (I. Is 28,15)

También anunció  la  sentencia de Yahvé  para el reino de Asiria  y para Ezequías con un acento poético y metafórico:

“Isaías, hijo de Amós, mandó a decir a Ezequías. Así dice el Señor, dios de Israel. He oído lo que pides hacer de Senaquerib, rey de Asiria. Esta es la sentencia que el Señor pronuncia contra él: Te desprecia y se burla de ti la doncella, la ciudad de Sión… “ (I. Is 37,21-22).

Diferente Amós, Isaías tenía  la esperanza  de que el sistema injusto podía cambiar.  Pero este cambio no sería posible si no era impulsado desde abajo: desde el pueblo y desde las autoridades de ejecutar los cambios. Por eso  dirigió sus discursos a los responsables de legisla  y hacer cumplir las leyes  con un tomo imperativo:

Ay de aquellos que hacen leyes injustas, de los notarios que registran vejaciones, que dejan sin defensa al desvalido y niegan sus derechos a los pobres de mi pueblo. ¿Qué harán el día del ajuste de cuentas, cuando el desastre venga de lejos?.(Is, I, 1-4)

En el siglo VII, el imperio asirio había dominado los pueblos vecinos confiado en su potente maquinaria militar y los métodos brutales para exterminar  a los opositores y prisioneros de la guerra.  Una sombra de terror y de miedo se ha había apoderado en los pueblos vecinos.  Se ganaron el primer  lugar  como  el  imperio  más odiado y más temido en toda la antigüedad.  Ese militarismo se cebaba con los repartos de las tierras y los bienes de los pueblos conquistados, lo cual les permitió innovar de manera asombrosa sus tecnologías aplicadas a la guerra. 

El rey  Senaquerib  (año 701 a. de C),  fuertemente armado con sus tropas, avasalló a la  ciudad de Jerusalén.  Orgulloso de su hazaña bélica,  expresó:

“Tres mil de sus tropas derribé con armas. A muchos de los que tomé prisioneros los quemé en el fuego de una hoguera. A muchos hice prisioneros vivos; a varios de ellos le corté las manos hasta los puños…Quemé a sus jóvenes y  las mujeres hasta morir”. (Spielvogel,  Civilizaciones de Oriente, VoI, I,)

En el reinado de Asurbanipal, el militarismo asirio  parecía invencible. Un rey engreído, como todos los déspotas,  pensó que estaba por encima de Yahvé. Su poderío fue “mas abrumador que aquellos que abatieron a la falange macedónica  en los años de 197 y 168 a. C., a las legiones romanas en el  53 antes de Cristo “.(Toynbe, Guerra y Civilización, 1976,p. 65). Pero  más rápido de lo que pensaba,  el  imperio empezó  a desintegrarse Una nación tras otra había conspirado  para derribar la arrogancia del imperio.  Vino la tragedia: una coalición de medos y caldeos calló  brutalmente sobre la ciudad de Nínive, capital del esplendoroso imperio. En agosto del 612, los guerreros asirios fueron masacrados con su rey. La ciudad  fue quemada junto con una envidiable biblioteca que había celosamente creado el rey Asurbanipal.

Nabucodonosor, el nuevo líder guerrero del imperio neobabilonio, con saña y orgulloso de su triunfo proclamó: 

“Aniquilé la zona de Subartu (Asiria), convertí las hostiles tierras en cascotes y ruinas. Los asirios que, desde días lejanos, han gobernado sobre todas las gentes con su pesado yugo, han llevado el dolor a todos los pueblos de la tierra, sus pies hice retroceder de Akkad, su yugo rechacé“. (Spielvogel, VoI, I,)

Posteriormente,  el profeta Isaías recordaba que fue Yahvé quien los sacó de Egipto y  ahora contemplaba  la caída del tirano asirio:

“!Como ha acabado el tirano, ha cesado su agitación! Ha quebrado el Señor el cetro de los malvados, la vara de los dominadores, al que golpeaba a los pueblos con golpes incesantes y oprimía iracundo a las naciones con opresión implacable”(I. Is 14,4-6)

El profeta Miqueas. Igual que los profetas contemporáneos, se mostró  indignado por las injusticias sociales,  la recurrencias a los cultos falsos y a  la corrupción imperante en el último tercio del siglo VIII, bajo  el reinado asirio de Tiglatpileier III,.

Le preocupaba al profeta, la amenaza extranjera y los problemas locales. Imperaba la corrupción por todas partes, los poderosos se adueñaban de los terrenos; se maltratan a las mujeres, se vendían a los niños como esclavos. Las autoridades, en lugar de defender al pueblo, no lo valoraban y lo trataban como carne de matadero. Los jueces, los profetas y sacerdotes habían perdido  credibilidad  y no denunciaban las injusticias. Al contrario, se vendía al mejor postor.

En sus denuncias,  el profeta enfrentó la hipocresía de los que hablaban de la palabra de Yahvé,  de los responsables de las leyes y de impartir justicia, los cuales en sus intimidades traman la maldad. Les interroga con autoridad:

“¡Ay de los que planean maldades y traman iniquidades en sus camas! Al amanecer las ejecutan porque tienen poder.(Miq,2,1-2)   No sermoneen, no se sermonea así, no llegará la afrenta(2,6). “Pero yo les digo: Escúchenme, jefes de Jacob, príncipes de Israel; ¿no les toca a ustedes ocuparse del derecho, ustedes que odian el bien y aman el mal?”.(3, 1-2)

El profeta Joel 03(s. V a. C). Se  describe como un hombre elegante y de grandes cualidades poéticas. Su anuncio profético abarcó un período muy crítico, en los últimos decisiones del reino de Judá(Schokel y Sicre Díaz, Profetas, Vol I, 1987, p. 926).  Le preocupaba el culto religioso, la falta de coherencia de quienes lo practicaban y por eso hizo un llamamiento litúrgico y penitencial. Como señales de los tiempos,  una catástrofe natural  había afectado la cultura agrícola:  la plaga de langosta (Jl, 1,2-13).   

Con un bloque de actos de habla imperativos y estilo directo, Joel recordó el dolor y el llanto vivido en los tiempos pasados,  al tiempo que advirtió sobre el peligro  de un enemigo externo. Apeló a los sentidos: “Oigan los jefes, escuche,… cuentéenselo a sus hijos(Jl, 1, 1-13). Advirtió: que de nada serviría que  las autoridades se rasgaran las vestiduras en las plazas públicas con rostros de hipocresía, hicieran sacrificios inútiles, sino se rasgaran los corazones dominados por el mal y el afán de dinero y poder (Jl,2:13).

En conclusión,   los profetas del antiguo Israel denunciaron las injusticias  sociales y atropellos de los gobernantes locales foráneos sobre el pueblo de Israel.  Fueron categóricos en comunicar el reino de justicia y paz que deseaba Yahvé con su ejemplo de vida y una profunda radicalidad espiritual. Igualmente, se opusieron a  las  pretensiones locales  de recurrir a dioses paganos importados, traicionando la alianza sellada con Moisés en los diez mandamientos.