Es obvio que, como toda actividad humana, el carnaval por su complejidad, estructura y masificación, ha de estar mínimamente organizado en su logística, trazados, rutas, normativas de participación, criterios de selección y conveniencias respecto al orden y seguridad que ha de normarlo. Por tanto, este tema podría parecer innecesario abordarlo en este ciclo sobre el carnaval. No obstante, La planificación, las normativas, los criterios y reglamentos bien conducidos, ayudan, no entorpecen.
Ahora bien, el tema de la organización del carnaval tiene que ver con otras dificultades: atomización de instituciones, duplicidad de funciones de las instituciones, instituciones distanciadas de la naturaleza de la convocatoria como la Gobernación, la supremacía de otras instituciones que sobreexponen su papel como los Ayuntamientos, ausencia de los protagonistas (portadores) del carnaval en las estructuras de organización, competencias de estas instituciones en su protagonismo, exceso de autoridad y dominio sin fuero, del Comité Organizador, entre otros.
Todo lo anterior obliga a una discusión que sopese y equilibre la constitución, función y alcances de estos Comités de Organización de los carnavales. Un reglamento contribuiría a delimitar funciones, detener sobrepoderes, especializar funciones de las instituciones participantes, evitar la centralización de una institución en un Comité y otros causantes negativos.
Qué pasa en estos momentos?, que los Comités Organizadores del carnaval toman decisiones sin tener en cuenta a los carnavaleros que son los protagonistas de la manifestación cultural? Se cambian, Los miembros del Comité Organizador, la ruta del desfile, disponen criterios exclusivos de participación, deciden muchas veces sobre la comercialización, disponen de los recursos provenientes del proceso de comercialización dejando migajas a los carnavaleros, opacan a los organizadores y otros agentes del carnaval como los propios jurados, todo ello a favor de una sobre dimensión de los medios de comunicación en la realización de la festividad, se relacionan con las empresas comerciales patrocinadoras directamente, se produce en la estructuración de las actividades previas y posteriores del carnaval y el manejo de los fondos para el montaje del carnaval, además de una lucha sin importancia entre sociedad civil e instituciones públicas en la gestión del carnaval, pugilato que desgasta y dispersa las fuerzas que deben unirse para logar buenos resultados.
Quizás sea la ausencia de una permanencia constante del Comité Organizador del carnaval es la que más daño causa, pues dos meses antes del carnaval, nos ponemos en carnaval, un mes después, abandonamos al carnaval hasta el año siguiente, y así no se construye ni mística, ni asiduidad y mucho menos, institucionalización del carnaval, y eso sí es verdaderamente preocupante para poder consolidar esta festiva convocatoria.
La no continuidad del Comité Organizador supone que no es institucional, su discontinuidad es expresión de dejadez, que traduce una falta de visión de la importancia que el país debe poner en esta expresión cultural de gran pasión nacional, de una presencia extendida, de una adhesión identitaria incuestionable y de una significación como industria cultural potencialmente multiplicadora.
Estudiar a través de investigaciones, apoyar una propuesta académica de estudio, conferencias, talleres, encuentros y congresos, serían formas y responsabilidades de los Comités Organizadores del Carnaval, que vaya más allá del inmediatismo de febrero, para fortalecer, mejorar, elevar y consolidar el carnaval y pensarlo como potencial industria cultural que sea capaz de crear una economía familiar, sostenible, con un mercado permanente que funcione todo el año, que aprendamos a salir del carnaval sin desconectarnos de él.
Podría pensarse que es ésta, una tarea de un Comité Nacional del Carnaval, y no nos oponemos. Sin embargo, en el caso de nuestro país existen regionalizaciones, parcelas y localismos en el carnaval, que de existir un Comité nacional tendría entre sus tareas, regular, coordinador y normar el funcionamiento de los demás Comités locales del carnaval. Esta fragmentación, diversidad, desterritorialidad del carnaval, ciertamente dificulta su gestión desde un órgano nacional, aunque la idea no es imposible.
Simplemente le daríamos funciones que haga posible, un salto en la organización estratégica del carnaval, es hora ya de pasar de una visión inmediatista y coyuntural, a otra de proyección estratégica, que rompa con la improvisación, y genera necesidad de crear una instancia de regulación que permita dar continuidad todo el año a las actividades del carnaval, que programe un plan de trabajo que tenga como propósito final, la conversión del carnaval en una verdadera industria creativa.
Si queremos que nuestro carnaval produzca un salto cualitativo en calidad, innovación, creatividad y madurez, es de rigor crear un organismo nacional gestor que a la vez que se articule a los comités locales del carnaval, produzca un programa continuo de trabajo y tareas derivadas sobre el carnaval, que dé continuidad todo el año a los trabajos del mismo. Tal vez una de las tareas que debe asumir este organismo o Comité Nacional de Carnaval es la creación de una Escuela Nacional del Carnaval que existe en otros países como Brasil, que eleva la calidad y oferta de nuestro carnaval. Ojalá podamos dar ese salto como una de las responsabilidades del Comité Nacional del Carnaval.