Erradicar la explotación laboral infantil no es tarea sencilla ni de breve duración. No hay varita mágica para proteger del trabajo a destiempo que cercena el sano desarrollo y sacrifica el futuro de nuestros niños, niñas y adolescentes; precisamente por eso es tan apremiante intensificar los esfuerzos por combatir el trabajo que interfiere con los estudios, deteriora la salud y/o constriñe los impulsos lúdicos de los jóvenes, ocupando el tiempo recomendado para la recreación con sus compañeros.

Recordemos que en nuestra República Dominicana más de 320 mil niños con edades entre los cinco y los 17 años realizan labores prohibidas para su edad. La cifra es equivalente al 12.8 por ciento de toda la población entre esas edades, según datos del estudio ENHOGAR-MICS de 2014. Mientras que de acuerdo a la OIT, en América Latina y el Caribe unos 13 millones (8,8%) de niños trabajan en tareas prohibidas para su edad. El compromiso mundial es de eliminar este flagelo para 2025, y evidentemente es urgente acelerar el paso para alcanzar la meta a tiempo.

Trabajar es bueno, y los adolescentes pueden y deben trabajar como preparación para su transición a la adultez e introducción al mundo laboral. Pero una cosa es ayudar en tareas domésticas livianas o prestar servicios ocasionales en el vecindario, como se sigue haciendo hasta en las sociedades más desarrolladas. Lavar carros y repartir periódicos en bicicleta en el vecindario unas pocas horas a la semana son oficios juveniles que se practican tanto en Alemania como en Estados Unidos. Estos trabajos livianos no se consideran explotación infantil, pues no interfieren con los estudios ni provocan indebidos riesgos de salud a los jóvenes. Ningún parecido tienen esas ocasionales tareas a pasarse los días bajo el tetero del sol buceando en un vertedero, sembrando arroz en el fango o asperjando con químicos los huertos (y sin ninguna protección especial), en lugar de estudiar y hacer deportes en equipo como es preciso a su edad. Por solo unos chelitos además, pues utilizan niños precisamente para pagar menos del ya bajo jornal que prevalece en el campo.

Es verdad que venimos combatiendo las peores formas de explotación infantil en nuestro país desde hace unos años con aciertos y logros que no debemos despreciar. Pero aún persisten enclaves de la economía que esclavizan en el círculo vicioso de la pobreza a muchos miles de niños porque no permiten su pleno desarrollo humano, y en algunos casos como el del trabajo sexual, causan serios trastornos emocionales. La creación de empleos estables y de calidad para los adultos en la economía formal es una significativa contribución del sector productivo para reducir la presión de las familias a exigir aportes de ingresos a los niños. Hay que seguir generando empleos con salarios estables, elevando la productividad para pagar a los asalariados el justo valor de su trabajo.  Cuando son de calidad, los programas educativos de tanda extendida con su componente de alimentación escolar contribuyen a retener a los jóvenes en las escuelas hasta alcanzar la edad y las competencias suficientes para incorporarse efectivamente al mercado laboral. Las estancias infantiles reducen la presión de poner a las adolescentes a cuidar a los hermanitos y hacer las tareas domésticas en ausencia de las madres que trabajan. Estos importantes programas sociales deben ser focalizados en las comunidades que más necesitan estos servicios por el número de familias vulnerables, y no por la facilidad de implementarlos, y así contribuir a proteger a los jóvenes de la explotación laboral a destiempo. También faltan programas serios para evitar el embarazo en adolescentes y consecuentemente la proliferación de madres solteras que a su vez crían  hijos vulnerables a la explotación laboral infantil.

Afortunadamente tenemos oenegés que hacen una labor estupenda combatiendo el trabajo infantil en el campo de batalla, trabajando uno a uno con los niños trabajadores para ayudarlos a superar su situación, completar los estudios e insertarse en el mundo laboral de adultos. Su labor es invaluable en muchos de los barrios populares de la capital y nuestras principales ciudades, aunque quizás menos extendida en las zonas rurales donde trabajan muchos NNA. Para solo mencionar una que conocemos y admiramos por su trabajo en varios barrios de Santo Domingo Oeste, la Fundación La Merced no es de las más grandes y poderosas, pero en los pocos años que tiene ha acompañado a muchos beneficiarios de sus programas a adquirir las habilidades para la vida y encaminarlos a salir del círculo vicioso de la pobreza a través de los valores de la Congregación Mercedaria. http://www.fundacionlamerced.org.do/

A pesar de los tropezones, por lo menos vamos en la dirección correcta en cuanto a las políticas y programas. Debemos concentrarnos en mejorar la calidad de los servicios y disponibilidad para todos. Duele escuchar que en la Escuela Básica Ruben Dario de los Alcarrizos una madre dice que no puede inscribir a su hijo de siete años cumplidos porque no hay cupo (ella entiende se resuelve con un dinerito, que no tiene disponible). Tampoco el sistema educativo ayuda a matricular al niño en otra escuela cercana. No sabemos si la percepción de esta madre es correcta, y mucho menos si  este caso es una aberración anecdótica o esto ocurre con cierta frecuencia en las escuelas. Pero el hecho es que la realidad no siempre concuerda con las estadísticas, y el niño de siete años no va a la escuela y no es por culpa de la madre. Tampoco la hermanita de cinco años tiene asegurada una plaza para su escolarización y es obvio que el sistema actualmente no provee soluciones para las familias que se encuentran en estas situaciones. Los niños que no ingresan a la escuela a su debido tiempo arrastran lagunas, se frustran y luego fracasan, con frecuencia dejando los estudios temprano y convirtiéndose en candidatos para ser explotados laboralmente. Algunos dejan la escuela para trabajar compelidos por la necesidad, mientras que otros trabajan porque son expulsados por la escuela.  Son dos fuerzas que se intersecan cuando las políticas sociales fracasan, produciendo un gran número de niños trabajando a destiempo. Ese trabajo temprano sale muy costoso, pues merma la productividad del eventual adulto durante toda su vida al no desarrollar su pleno potencial humano. Pierde el individuo, pierde la familia y pierde la comunidad.

Es imperativo combatir la explotación laboral infantil, y no solo por razones éticas. La economía es adversamente impactada si se percibe tolerancia de la sociedad con la explotación laboral de los niños, pues no hay lacra más rechazada en el mundo de hoy: es comparable a la tortura y la corrupción. La marca país sufre, el valor de nuestros productos merma y el costo a la economía sube si no se aprecia que tenemos un serio compromiso y ejecutamos programas diseñados para eliminar las peores formas de trabajo infantil en nuestras comunidades. Cada día menos consumidores se muestran dispuestos a gastar su dinero en productos que consideran manchados- aunque sea indirectamente- por la explotación laboral infantil. El trabajo infantil a la larga empobrece a la nación en su conjunto.

Recordemos esta verdad todos los días y hagamos todo lo posible por combatir constantemente la explotación laboral infantil entre nosotros, y no solo cada 12 de junio cuando se conmemora oficialmente la cruzada internacional para desterrar esta lacra del planeta.