El brutal homicidio racial de George Floyd en Saint Paul, Minneapolis, desató una intensa oleada de desagravios populares contra símbolos de la discriminación racial en los Estados Unidos. Entre los imputados Cristóbal Colón, cuyas estatuas fueron derribadas en ciudades como Minnesota, Massachusetts, Florida y Virginia, actividad que alcanzó mayor relieve con el no menos merecido derribo de las estatuas de los jefes confederados o esclavistas del Sur. En otras latitudes de América se ha extendido el repudio a la exaltación en bronce, hierro o piedra de los antihéroes.
¿Se corresponde aplicar la teoría del domino para el desplome de todas las estatuas del polémico almirante? Sería un absurdo recurrir a un estilo de clise para justificar este procedimiento. No hay referencias que ubiquen al almirante recorriendo los bosques y caminos antiguos de Minnesota, Massachusetts, Florida y Virginia, sino que por sus odiosos ejemplos los demás conquistadores españoles e ingleses persistieron en prácticas discriminatorias hacia los indígenas y luego hasta los esclavos africanos, convirtiendo al nombrado Colón en reo ante la historia por crímenes de lesa humanidad con graves acentuaciones raciales. Estas últimas todavía tienen repercusiones en la gran nación del Norte, como lo refleja el salvaje homicidio de George Floyd.
En nuestro caso, este atrevido navegante convivió en esta parte de la isla de Santo Domingo y personalmente encabezó múltiples tropelías contra sus antiguos habitantes y los propios españoles que le acompañaban en la aventura americana. Su estatua ocupa el parque homónimo desde hace 134 años, por lo menos en un lugar equivocado.
El sesudo historiador Alcides García Lluberes, apuntó que en 1882 durante la egida del bando Azul se inició una colecta pública para la erección de la estatua: “El entusiasta Ayuntamiento encabezó la suscripción con quinientos pesos fuertes; el Estado ofreció su ayuda y el 27 de julio de 1884 el Congreso Nacional la materializó votando la suma de $2,000; se celebraron veladas, etc., etc., y la base económica fue al fin suficiente para asegurar el logro de la obra artística”. Apuntó García Lluberes que se hizo un concurso con escultores franceses para hacer la obra y se escogió la propuesta de Ernesto Guilbert.
Ramón Emeterio Betances, Padre de la patria de Puerto Rico y representante honorífico del país en Francia, coordinó la confección de la estatua, que estaba en el país para julio de 1886, su inauguración se postergó por los acontecimientos de la Revolución de Moya, fue develada el 27 de febrero de 1887. Es decir, fue el fruto de un consenso entre los dominicanos de la época, contrario a la estatua de Heureaux y las de Trujillo gestionadas por ellos mismos para satisfacer sus desbordados egos.
Hoy pocos ponen en duda los atropellos de Colón a las comunidades indígenas. ¿Se borrarían las arbitrariedades y aventuras de Colón con destruir su estatua? Contrario a las ciudades norteamericanas Colón es parte de la historia de esta isla, entonces tendríamos que demoler el Alcázar de su hijo Diego, quien aupó las injusticias de los encomenderos contra los indígenas, provocando las justas protestas de los padre Dominicos con los sermones de Adviento. No obstante, el Alcázar es el más elegante monumento histórico criollo, magnífico atractivo para nacionales y extranjeros, en un país que depende del turismo, entre ellos el histórico. ¿Procede destruir estos símbolos de nuestra historia colonial? Esto nos recuerda al comisario de cultura bolchevique Anatoli Lunacharski, que tras el triunfo de la revolución renunció cuando las masas enardecidas asaltaban los palacios de los zares, entonces Lenin ordenó la protección de esos palacios, que eran patrimonio del pueblo soviético.
Colón con estatua y sin estatua es parte de la historia dominicana, entendemos que lo pertinente es reordenar la geografía histórica de la zona colonial, retirando su estatua del parque que lleva su nombre y trasladarla a la plaza España adyacente al Alcázar de su hijo Diego Colon, y próxima a la entrada del puerto y la desaparecida Ceiba de Colón, donde el navegante y otros grandes marinos amarraron sus embarcaciones y deambularon por estos lugares. Explicando con una placa o través de los guías turísticos que Colón fue degradado del centro de la zona colonial por sus actividades represivas, pero que no lo podemos extirpar de la historia de la isla. Como sentenció la historiadora urbanística Françoise Choay: “Todo objeto del pasado puede ser convertido en testimonio histórico sin haber tenido, originalmente, un destino conmemorativo”.
Con esos traslados de modo simultáneo se podría hacer otra justicia histórica, designar la antigua «Plaza de Armas» o «Paseo de la Catedral» ahora «parque Colón», con el nombre de «Plaza de los Trinitarios», porque en ese lugar fue el bautismo de fuego de los Trinitarios en la llamada revolución de La Reforma contra el Gobierno tiránico de Boyer en 1843, cuando Duarte y sus compañeros llegaron a la mentada plaza con una movilización antigubernamental y se enfrentaron a las tropas boyeristas dirigidas por el gobernador Alexi Carrie y murió en el combate el oficial haitiano Cucen, y el dominicano Toribio el pescador. Además frente a la plaza funcionó el Teatro de los Trinitarios, en la antigua Cárcel vieja al lado del Palacio de Borguella. Una zona crucial para el nacimiento formal de la República Dominicana.
Con esta modificación se podría realizar otro desagravio histórico y es reponer el nombre de «Plaza de héroes y mártires de Abril» a la llamada «Plazoleta La Trinitaria» en la cabeza del puente Duarte (esa era la antigua zona de Galindo, donde los Trinitarios no desarrollaron ninguna actividad porque era un bosque) cuyo nombre fue desplazado ex profeso por el balaguerato para complacer sus jefes militares Enrique Pérez y Pérez y Osiris Perdomo, quienes previamente dirigieron la aflictiva “operación limpieza” en la Guerra de Abril. Recurrieron al nombre de «plazoleta La Trinitaria» porque sabían que ese título no sería impugnado y así podrían contribuir a tratar de sepultar el recuerdo del martirologio de cientos de dominicanos que cayeron en ese lugar reclamando la vuelta a la constitucionalidad durante la gloriosa Insurrección de Abril. Desde hace 25 años se alternan en el Gobierno tres partidos históricamente vinculados íntimamente al movimiento constitucionalistas, y todos han soslayado esa necesaria reparación. Que asuman su responsabilidad derribando la indiferencia y a tono con la actual coyuntura encabecen una verdadera justicia histórica.