Cuando el 21 de octubre del 2010 se confirmaron los primeros casos de Cólera en Haití, habían transcurrido más de 100 años sin casos confirmados en nuestra isla compartida, no obstante que tan solo en 2009 la OMS había reportado 221,226 casos y 4,946 fallecimientos a nivel mundial, y que entre 1991 y 2000 una gran epidemia afectó 21 países de nuestro continente. Nuestra condición de isla sin duda contribuyó a protegernos, a pesar de la alta vulnerabilidad de nuestras poblaciones, hasta que fue introducido, casi con seguridad, por personal militar de MINUSTHA. Hoy sabemos que se trata de una cepa muy agresiva y con alta capacidad epidémica y de producir casos severos.
Prontamente la epidemia se extendió a casi todo el territorio nacional haitiano y sus principales ciudades. Según su Ministerio de Salud, hasta el 10 de mayo, iban 302,401 casos confirmados, 162,651 internados, y 5,234 fallecidos. Estas cifras superan las registradas a nivel mundial durante 2009. Nadie podría pretender ni lograría ocultar una situación de epidemia generalizada de Cólera, en ningún país del mundo.
En nuestro país, como era inevitable, fuimos alcanzados y cerramos el 2010 con 192 casos confirmados sin fallecimientos. El sistema de salud tuvo oportunidad de prepararse para atender mejor los casos, y el sistema de vigilancia epidemiológica, uno de los mejores del continente, pudo dar seguimiento, caracterizando los patrones de comportamiento y se definieron protocolos de intervención tanto de salud colectiva como clínicos, y gran parte de la población pudo ser edificada sobre cómo reducir los riesgos de transmisión, aun viviendo en condiciones de alta vulnerabilidad, sobre los signos y síntomas de alerta y la importancia de obtener atención médica lo más inmediato posible.
Ya para marzo 2011 era claro que la enfermedad se haría endémica y que teníamos tres patrones de brotes epidemiológicos, todos de carácter localizado: Los brotes de fuente común (Ejemplo la famosa boda en La Romana), los de carácter familiar y los de tipo comunitario frecuentemente relacionados con la contaminación de ríos y otras aguas superficiales. Hasta el 27 de mayo) se registran 1392 casos confirmados por laboratorio, incluidos 23 fallecimientos. Los comportamientos epidemiológicos no parecen haber cambiado en las últimas semanas, lo nuevo es que hemos tenido brotes comunitarios en la población vulnerable de las principales ciudades. Lógicamente se produce mayor alarma y se eleva el número de casos porque la población vulnerable expuesta es mucho mayor. Hasta ahora no tenemos una epidemia generalizada como lamentablemente ocurre en Haití, y eso ha sido un mérito de la sociedad y del sistema de salud.
Conviene aclarar que el manejo medico de los casos sospechosos no depende del resultado de laboratorio sino del cuadro clínico del paciente. La confirmación por laboratorio tiene utilidad exclusivamente epidemiológica. Además, solo una pequeña proporción de quienes se infecten harán manifestaciones severas y serán internados y estudiados a profundidad. No es necesario ni recomendable intentar que todos los casos sean confirmados. Es prácticamente imposible y no aporta nada útil. Por lo tanto debatir públicamente si los casos confirmados representan o no la totalidad de los casos es intrascendente; pero sus consecuencias pueden ser muy dañinas si se erosiona la confianza en la capacidad técnica de las autoridades y del personal de salud para conducir las medidas de control de la epidemia y de atención de los enfermos.
Podemos esperar que continúe elevándose el número de casos en las próximas semanas, debido a la elevación de las temperaturas y la temporada de lluvias. Ciertamente tenemos limitaciones, es necesario afinar la información epidemiológica que en grandes ciudades es más difícil, necesitamos garantizar que el personal de salud aplique rigurosamente los protocolos clínicos y epidemiológicos, lo que es más difícil en grandes hospitales, nuestra población urbana tiene limitaciones de acceso oportuno a servicios de salud, pero tenemos que construir sobre nuestras fortalezas. Entre ellas, la capacidad de nuestro sistema de vigilancia epidemiológica, la experiencia y capacidad acumulada de nuestro personal médico y de salud colectiva, la capacidad organizativa y disposición a participar de nuestras poblaciones, la disponibilidad de recursos terapéuticos, la cooperación internacional y otras.
Sabemos que el Cólera llegó para quedarse. No será un problema pasajero. No hay vacunas eficaces. Tenemos que aprender a convivir con él como con muchas otras diarreas infecciosas. Tendremos un nivel endémico, con elevaciones estacionales, con brotes periódicos, de vez en cuando más grandes, pero podemos mantener las muertes al mínimo y aun reducir los riesgos en circunstancias de alta vulnerabilidad. No hay balas mágicas, solo la elevación de la calidad de vida de las poblaciones y de las condiciones higiénico sanitarias reducirán progresivamente nuestra vulnerabilidad.
Pero mientras logramos cambiar el modelo de desarrollo y transformar las condiciones de vida cotidiana, necesitamos unificar los esfuerzos de las autoridades y de la sociedad, de las organizaciones comunitarias y todo quien tenga posibilidades de aportar para la orientación y educación de la población más vulnerable, con discursos y prácticas comunes, adecuadas a los protocolos y mejores prácticas nacionales e internacionales.