El autor de esta columna dominical es un inmigrante que saliendo de su lugar de nacimiento miró hacia la vieja Europa en busca de otros horizontes académicos. Hay quienes emigran por razones económicas y los hay que lo hace por razones políticas, pero somos muchos los que lo hicimos en su día por razones de estudio.

¿Terminados estos estudios, lo suyo es regresar al lugar de origen? La respuesta no es tan sencilla, como no lo es la vida misma. El hecho de conocer otros estilos de vida y sociedad, otras alternativas de ejercicio de la profesión – en este caso la arquitectura-  son motivos, más que de sobra, para intentar probar suerte en el lugar de acogida.

Con un poco de buen viento las cosas se pueden ser favorables para el nuevo ciudadano en su nueva ciudad. Santo Domingo es un pedazo del cielo enclavado en el mar Caribe, pero Madrid es –posiblemente- la mejor ciudad de Europa para vivir por su relación calidad de vida y coste de vida.

Dicho todo esto, con toda la que ha caído en los últimos 10  o 15 años en España, el ejercicio de las profesiones relacionadas a la construcción y los proyectos ha quedado tocado. Muchos son los profesionales de la arquitectura que desviaron su rumbo hacia otros oficios, a veces afines y otras veces distantes. Los que nos hemos mantenido en pie -incluso los arquitectos inmigrantes- lo hemos hecho gracias al talento (eso seguro), pero también gracias a tener un par de narices y gracias, también, a la mucha ayuda de nuestro entorno afectivo, es decir, familia y amigos.

En todos estos años de poscrisis, de un año de pandemia y de la pospandemia, los que nos hemos quedado haciendo el oficio no hemos dejado de pensar si volviendo a nuestro lar de origen hoy seríamos cabeza de ratón y no cola de león. ¿Con todas las herramientas adquiridas en el viejo mundo, quizás tendríamos un mejor desempeño profesional y económico, en una pequeña isla antillana o en algún lugar del cono sur de América? Eso no lo sabremos a menos que viremos para atrás como dicen en Cuba. Lo que si sabemos hoy es que el nivel de vida que se tiene en Europa, incluido el de los inmigrantes productivos, es sencillamente Premium, con bastante menos dinero del que haría falta para tenerlo en un país en vías de desarrollo.

Es posible que se pague un precio por ese nivel de vida y es que en una sociedad en la que ya todo está consolidado la probabilidad de convertirse en cola de león es mayor. Al día de hoy -y a modo de testimonio personal- la fórmula mágica está en ser cola de león y cabeza de ratón, alternativamente. Esto, a efectos prácticos, sería formar parte de lo grande en Europa, para poder compartirlo en ese lugar de origen más pequeño y ávido de nuevas cosas traídas del viejo mundo.

Con este artículo de hoy, queremos felicitar a todos los trabajadores inmigrantes que hacen que su patria sea más grande en suelo extranjero; hoy es un buen día para decirles gracias por eso y pa’ lante…

Hasta la próxima.