Dice Bataille que en la medida en que es espíritu, para el hombre es una desgracia tener el cuerpo de un animal y ser por lo tanto como una cosa; pero sin embargo, es la gloria del cuerpo humano ser el substrato de un espíritu. Así, ese cuerpo, que ha sido prisión para el alma, forma de expresión y libertad, fábrica que alimenta a la vida, es también instrumento narrador de las epopeyas de la geografía del existir: el amor, los sueños y por supuesto, la maldad. Pensar el cuerpo, ya se ha dicho, es pensar el mundo y revelarle, como lo hace la obra de Iris Pérez Romero. Abrir el cofre del alma para encontrar sin alucinaciones, la límpida anatomía de nuestro Ser.
Capitaleña, egresada de la Escuela Nacional de Bellas Artes y la UASD, docente, escultora, ceramista y otras tantas cosas definen a esta importante artista quien armada de la pasión en el quehacer creativo, en sus propias palabras “fluye como el viento, germina como las semillas, pare como las madres, en abundancia y amor” con trabajos que merecen la atención de quienes observan el transcurrir de la plástica dominicana contemporánea. Sesenta obras expuestas en el sótano de la Galería de Arte Moderno de la Plaza de la Cultura en una muestra que la artista ha titulado “Anatomía del ser”, así lo confirman.
Cuestionada sobre la fuente de sus musas la autora se confiesa: “Trabajo con la energía vital y las leyes espirituales para volver a la naturaleza, canalizar la luz, reconocer las gracias que habitan nuestro entorno y dentro de nosotros”. El óleo Conexión vital (2017) ilustra tal disciplina con sus leves trazos de colores sobre el blanco y negro; entre ellos aparece una figura humana erguida, a todas luces surgida desde las entrañas de la misma tierra que ha parido un árbol sobre el cual su cabeza se sostiene. Este es un árbol complejo, de ramas reveladoras del tormentoso existir universal primigenio y que claramente está demarcado sobre el lienzo por un ojo central. Esotérico, místico o filosofal, ese ojo es hilo conector con aquella cabeza humana pensadora y curiosa que se busca a sí misma desde sus orígenes.
“Anatomía del ser” reúne piezas pertenecientes a varias series trabajadas durante el último cuatrienio entre ellas “Energía vital”, “Expuestos” y “Los caminos del ser”, muchas de las cuales muestran otra vertiente del cuerpo: la desnudez. La desnudez del ser despojado y frágil ante la realidad que le rodea y que muchas veces no le favorece. La artista admite cómo sus personajes en ocasiones están carentes, desprotegidos; expuestos por sus propios actos trasgresores de seres vivientes portadores de las tribulaciones del alma y del espíritu, ambas, piezas esenciales de la constitución del Ser. El alma que “como esa mano que del cuerpo tendido se eleva y quiere solamente acariciar las luces, la sonrisa doliente, la noche aterciopelada y muda” en voz de Aleixandre, ha dibujado la silueta del Ser dándole voz.
Los predios desde donde Iris Pérez Romero explora nuestros confines no sólo son el óleo sobre lienzo o la formica, también la cerámica, el barro, la instalación, el grafito y el dibujo van de su mano en ese delicado, sobrio, lúdico y artesanal tránsito que significa crear, cosa que logra en cada uno de ellos con similar destreza. Ha sido justamente en ese tránsito de explorar diversos materiales que Iris ha encontrado una de sus más importantes fuentes espirituales e inspiradoras: la única y pionera, la “mística, amiga de Tagore y heredera de Salomé Ureña”, nuestra Delia Weber. “Surgió hace aproximadamente cinco años cuando realizaba un dibujo en un mueble inspirado en su obra que se presentaría para una Feria Internacional del libro; aunque conocía sobre su paso en la Tierra, es desde aquel momento que la comienzo a sentir latir cerca… y descubrí una creadora con valores únicos, con una sensibilidad no terrenal, un ser que hasta ahora se mantiene como una llama encendida”. ¿Es acaso aquí desde donde parte la búsqueda de la poesía y el poema en el trabajo pictórico de Iris Pérez?
La ensayista mexicana Carmen Villoro ya ha establecido lúcidamente la relación existente entre poesía y cuerpo en el acto de su creación; al fin y al cabo la diferencia de otras expresiones literarias con este género es que la poesía se produce a partir registros corporales, es decir: la percepción sensorial que provoca el pensamiento poético, sea ésta visual, táctil o auditiva, sólo dispone del cuerpo para elaborarla y convertirla en experiencia espiritual. Emocional para ser más justos. Un día en una de naturaleza erótica, en otro de carácter místico. La comunicación del poema es también dependiente y ejecutada por ese cuerpo hablante, escribiente, lector u oyente; y en el caso de la pintura, ello ocurre en el trazado del artista que hace al poema una gesta visual.
Iris Pérez Romero explora esa conjunción poema-pintura más allá de lo metafórico en varias de las obras expuestas en el MAM en una suerte de saga interminable que busca la naturaleza del encuentro entre ambas expresiones y más que nada sus consecuencias ante el observador. Trozos de palabras y textos, suyas y ajenos, incrustados en el gráfico nos hablan a los ojos desde las voces de escritores apellidados Aquino, Benjamín, Hernández, Morrison, Pérez, Ricardo… Poemas que provocan y son provocados por lienzos que como páginas abiertas, les reescriben a través de la ondulación de un trazo.
Indagando sobre la visión que en torno a dicha saga posee la artista que nos ocupa, provoqué en ella la siguiente respuesta: “A los hacedores históricamente nos han perseguido los mismos fantasmas que pienso se reinventan para seguir renaciendo con el paso del tiempo. Es como si, sin importar género o tiempo, al momento de buscar, intuitivamente terminamos navegando en las mismas fuentes. Dibujantes, poetas, dramaturgos… etc. Imagínate al Guernica sin sus personajes, a Gregorio Samsa sin esa transformación o deshumanización tan radical, o los círculos de Dante sin esos personajes navegando entre el cielo y el infierno, o ese cuerpo esperando el disparo final, ya anhelado, en El milagro secreto de Borges o más cerca, en las fuentes que bebí: esa barca amarilla en un mar de plata, en mi Viaje Cósmico, sin sus nueve navegantes. El cuerpo: drama, pasión, horror, felicidad, humor, humanidad, campo de conexión, ha servido para que nos observemos en un espejo y nos encontremos como realmente somos. Y muchas veces lo real está en lo observado”.
Rafael Alberti afirmaba que antes de escribir sus poemas tenía que verlos dibujados, y en las estrofas de “A la pintura” lo dejó anunciado para la eternidad: Diérame ahora la locura / que en aquel tiempo me temía, / para pintar la Poesía / con el pincel de la Pintura. A través de su experimentación gráfica con las palabras, Iris Pérez, tal vez sin saberlo, ha entrado a aquel complejo territorio de la abstracción poética albertiana que traspasa el proceso creativo mismo; y en su persecución de los confines del Ser a través del lienzo ha iniciado la conformación de una metapoética pictórica muy particular a la cual damos la bienvenida.