Alberto, es un campesino de Oviedo metido a jardinero en la ciudad de Santo Domingo para poder sobrevivir, el cual, al recibir una llamada telefónica de un familiar informándole que su padre había muerto, decidió ir a su terruño natal para participar de este acontecimiento.

Convertido, con la biblia debajo del brazo, al llegar a su hogar encuentra que el padre había sido asesinado hace ocho días por Martínez, un teniente de la Policía Nacional, y que lo llamaron para que estuviera presente en el rezo, de acuerdo con la tradición.

Sus creencias religiosas rechazaban su participación en esta actividad considerada por las mismas como manifestaciones diabólicas, de brujería, propiciadas por el demonio, reiterada por una pastora de su iglesia en un culto donde Alberto estaba presente.

El rezo se transformó en rezos, por la creatividad y la imaginación de la permisión del cine y la creatividad de Nelson Carlos, director de la película, donde Alberto tiene que participar con sus familiares, sintiendo cada vez más la magia de la energía de la solidaridad de los amigos de Eusebio, su padre,

Paralelo a este proceso, los reclamos radicales de Patria y Karina, sus hermanas, ante la necesidad de la venganza y la actitud de Alberto por el perdón cristiano, entraban en contradicción radical.   Alberto, además, creía en el castigo de la justicia dominicana y se dirigió por esto al cuartel de su comunidad.  El policía de puesto le confeso los niveles de corrupción, de la podredumbre del Poder y de la misma policía, recomendándole paralizar todas las diligencias en contra del asesino de su padre, enquistado en esta institución..

Alberto quedo decepcionado, se irrita ante la desfachatez de la impunidad del teniente Martínez y lo desgarro la duda de que ante este crimen no actúa ni la justicia terrestre ni su Dios en el que el confiaba ciegamente.

El refugio es el rencuentro con sus raíces culturales, adjudicando de su ropaje cristiano de convertido, el cual termina haciendo justicia con sus propias manos. Al final de la película, Alberto regresa a su trabajo en la mansión de la familia donde trabaja en la ciudad de Santo Domingo para el cumpleaños de Marcelo, el Don, celebración de clase, que en su dimensión alienada es amenizada con danzón y la voz de Barbarito Diez, legendario cantor cubano, y aunque esa familia viene de Oviedo, adjudicando de su identidad campesina y dominicana, muestra a una clase social de la bonanzas y el confort, que es la contradicción del mundo que Alberto representa.

Estamos, ante una película irreverente, profanadora, cuestionadora contra el sistema social imperante, de rupturas con la producción cinematográfica dominicana, que deja atrás la apología de esta sociedad.  No es tampoco una producción de evasión gratuita de humor televisivo para estúpidos o un lagrimeo de poses de amores imposibles.

Es una película de experimentación, valiente, diferente y decidida, para la reflexión sobre la sociedad dominicana, la música popular, la religiosidad dominicana, el folklore y la identidad nacional.  Además, aborda objetivamente el debate sobre la relación entre comportamiento y pensamiento individual-colectivo con la visión e ideología de la cultura popular, presentada con respeto y honestidad profesional.

En la elaboración creativa de la película, juega un papel importante y sobresaliente la sobredimensión de la sonoridad donde este rompe silencios y sustituye muchas veces a la imagen, con una provocación para excitar la imaginación de los espectadores.  Lo mismo ocurre con la iluminación en un logro claro-oscuro, blanco y negro, con las imágenes de colores, resultado de una excelente fotografía.

Aunque la película tiene una identificación geográfica, (Oviedo-Pedernales), abre la propuesta para un espacio mágico idealizado para mostrar la riqueza y la diversidad funeraria de la religiosidad popular, esencia de identidad, y de la música folklórica dominicana, con Salve, Congo, Palo e muerto, canto de toro y Gagá.

Es una película con un código de simbolizaciones para las diversidad de interpretaciones y el descubrimiento subliminar de nuestra identidad, en la cruz decorada con papeles de vejiga multicolores para la celebración de la festividad de la Santísima Cruz en Mayo, la templanza de los panderos con fuego, herencia afro, la presencia casi imperceptible de los tiznaos con sus trajes ripiados de pencas de coco, propios del carnaval en febrero y la presencia de Viviana de la Rosa, diosa de Mana.

Cocote, logra la integración de representantes de los sectores populares y de actores profesionales exitosamente.  A nivel de actuación, hay un papel sobresaliente de Alberto y Martínez, una excelente actuación de Karina y de Patria, que culmina con la personalidad carismática y fascinante de La pastora cristiana, convincente y sin poses.

La película termina con una conclusión aparente, cuya contenido formal, choca con la conceptualización del mensaje subliminal real: Alberto nació y se crio con las creencias de la religiosidad popular, renuncio a ellas al convertirse al cristianismo no católico, donde esas creencias son diabólicas, expresiones vergonzosas de brujería.

Cuando Alberto comprueba que no existe justicia terrenal para los pobres y que prevalece la impunidad para los allegados al Poder; sufre una amarga decepción y queda desbastado cuando su Dios, se mostró indiferente ante el asesinato de su padre.  Alberto entonces venga a su padre, no por la vuelta a sus creencias originales, sino por la cosmovisión popular donde la venganza es un acto obligatorio de justicia y por el descubrimiento frustratorio de una sociedad corrompida.

Estamos frente a una película, pionera, valiente y provocadora, por suerte la dominicana más premiada a nivel internacional, para mí, la mejor lograda hasta ahora, que realmente marca el camino del “realismo mágico” en el nuevo cine dominicano