"La única cultura que existe es la cultura superior, la que despierta la mente no la que narcotiza…." A. D.

Existen pocos estímulos a la complejidad y a la excelencia en el cine dominicano. No obstante, como en todos lados, hay quienes la escudriñan, la persiguen y a veces la rozan. Éste puede que sea el caso del más reciente filme de Nelson Carlo de los Santos titulado “Cocote”.

Una historia de introspección a nuestro país, un viaje a observar el mazacote cultural que compartimos en la isla: a sus esperanzas, a sus miserias, a la impotencia de padecerlo y a las distintas clases que lo habitan, que se ignoran y que, por momentos, se intersecan.

Quienes estén acostumbrados a la sobre-estimulación de la mayoría de filmes o series actuales, pueden encontrar momentos de pesadez en el película, pero se trata de un viaje en el cual comprometerse con el resultado no dejará al espectador intacto.

El filme presenta el viaje del héroe. Un héroe humilde llamado “Alberto” interpretado por Vicente Santos, que labora como jardinero en una casa de una familia adinerada, en una comodidad prestada y que recurre a la iglesia evangélica como alimento espiritual y forma de autocontrol.  

Esta vida de Alberto se ve interrumpida cuando se le aviene la crisis: Su padre ha sido asesinado por una deuda en su pueblo de origen. Y ahí empieza su odisea. El filme está cargado de una hermosa continuidad de imágenes que bien sitúan la naturaleza, la religiosidad y las paradojas sociales del país, en ocasiones pareciendo una pieza de contenido documental.

Una vez llega al pueblo, Alberto se enfrenta a la noticia que le han mentido, su padre ha sido enterrado y él ha llegado para formar parte de los rezos, no del entierro, lo que supone la profundización de la crisis interior del personaje por contradicciones espirituales. Y la cual se agrava con la idea familiar de hacer justicia a la muerte de su padre.

El relato patriarcal está presente en toda la película. Al ser el único hombre, Alberto es conminado al rol de vengador. Él se resiste intentando buscar las vías de la justicia ordinaria, el perdón o hasta de culpabilizar al padre por su propia muerte. Sin embargo, el camino de la justicia está cerrado. La corrupción permea el pueblo. No hay autoridad más que la del dinero, como bien se lo explica un policía que le da clases de sociología en un intercambio ligero. Le explica que siendo el asesino de su padre el más fuerte económicamente, sólo un poder como el de quizás la familia rica para la que trabaja puede hacerle justicia a su padre, pero Alberto no lo entiende posible.

Por otro lado, las hermanas le impiden elegir otro camino que no sea el de la justicia propia e inmediata, increpándole su falta de emoción y amor ante la muerte de su padre, asesinado como un perro. Y a pesar de que los roles femeninos en la familia de Alberto resultan más aguerridos y desafiantes que el protagonista, las mismas son incapaces de vengar al padre, dejando ese proyecto en manos de la figura masculina. Este patriarcado, que tanta presión conlleva para un renuente Alberto, es mejor reflejado en una de las escenas del filme en que su hermana Karina, interpretada por Judith Rodríguez, se enfrenta al asesino del padre vociferándole cosas, y éste a quien le responde es a Alberto diciéndole que la controle para evitar una tragedia.

Ver a Vicente Santos desarrollar el papel que tiene que sufrir el choque de identidades, de las presiones sociales propias del hombre en la narrativa, de transformar su ideal sumiso hasta asumir el de vengador redentor, de romper con el ser dócil y convertirse en el hombre responsable que arriesga su vida por su familia, es una joya. Como de igual forma, dan gusto las actuaciones de sus hermanas representadas por Judith y Yuberbi de la Rosa, catalizadoras en esa transformación de Alberto. 

Una vez transcurrida la epopeya queda reconocer que el jardinero que regresa a la mansión ya no es el mismo del inicio, ha reconocido sus raíces y se ha transformado en ente maduro, ¿cómo se adecuará al antiguo universo? ésa sería otra película aparte.

Hace unas semanas dije que películas como “Cocote” le hacen daño al país porque sirven de escudo para no enfrentar y corregir los problemas actuales de la ley de cine, porque se suman sus premios internacionales y limitado presupuesto y se dividen entre los resultados de todas las películas realizadas, de manera interesada como excusa para generalizar un supuesto avance. Pero también vale decir que películas como "Cocote" fomentan la idea de que un cine de identidad, responsable, y artístico es posible y que éste no resulta de la improvisación ni el azar.

Porque sí, "Cocote" es producto de la Ley de Cine, pero también es receptor del único criterio de calidad llamado a filtrar algunas películas en la ley, FONPROCINE, un capítulo de la Ley que permite hacer concursos con un jurado experto para que sea desarrollada y financiada la mejor propuesta posible de nuestros artistas, a diferencia de lo que sucede con casi la totalidad de las otras películas dominicanas que se hacen; y FONPROCINE, limitado como es en la actualidad, debería ser el camino donde el cine dominicano debe dirigirse, ya que el dinero que se invierte en esta ley es de todos y no tiene por qué estar en manos de un grupo de empresarios privados, sin conocimiento artístico, decidir cuáles películas dominicanas se hacen con él y cuáles no, según sus intereses.