Absorbo algunos aires de tranquilidad en este día y prefiero pensar que las autoridades encargadas de combatir el tráfico ilícito de drogas, han encontrado la forma de controlar en lo absoluto el trasiego internacional y que, los dueños de los puntos de distribución al menudeo de toda la isla, laboran para los ayuntamientos recogiendo los residuos putrefactos de las vidas que se han perdido por motivo del consumo del polvo blanco, ya que hace un tiempo que no escucho grandes obras de la autoridad, aunque sí más de lo mismo: los pendejos descalzos en las camionetas y las mulas “sin patrocinio” en los aeropuertos.

Aunque a mi modo de ver las cosas, en el país no estamos cerca del 1900 norteamericano, cuando se podía comprar la cocaína sin receta médica en las boticas de Estados Unidos, para muchos en varias zonas, puedes hacerlo sin receta o persecución de la autoridad, lo que indica claramente que en forma alguna existe una voluntad política decente que permita combatir el tráfico y prevenir el consumo del polvo blanco, y nunca se ha hecho conciencia del alcance del daño en los seres humanos.

En el año 2005, tuve contacto con un artículo escrito por Stanton Peele y Richard DeGrandpre, publicado en Addiction Research 6, 1998, y verdaderamente me conmovió, y en este momento lo vuelve a lograr no obstante encontrarnos en el año 2013, ya que vincula la adicción a la cocaína y heroína al entorno del individuo y no a este último de forma directa, lo cual continua abriendo un espectro de responsabilidad a cargo de las políticas estatales y por ello cito un fragmento de este en la forma siguiente: “El modelo actual de la adicción, tanto para la cocaína como para la heroína, modelo ampliamente propagado por los medios de comunicación, reduce los esquemas de consumos de drogas a las propiedades de estas y a las características biológicas del consumidor en cuestión. Pero, al crearse este modelo, los debates científicos, clínicos y públicos se basan en los resultados supuestamente típicos e inevitablemente adictivos del consumo repetido de cocaína. Por el contrario, tanto el consumo humano de la droga como el suministro de ésta a animales en el laboratorio demuestran que el consumo de cualquier droga depende del entorno del consumidor. Así, incluso los casos más graves de consumo compulsivo de drogas pueden curarse cuando se modifican elementos fundamentales del entorno”.

Algunos “ciber pesimistas” con abuelos, pero, “sin familias” dirán: “como puedes pretender hablar de bibliotecas en los barrios, el fomento de los centros juveniles, el rescate de los boys scout y conquistadores adventistas o las escuelas de música y teatro, si a los jóvenes de estos tiempos no les puedes hablar en ese idioma, ya que estamos en una nueva era de la información y la música”. Entonces me pregunto: acaso la naturaleza y su impacto en el ser humano ha dejado de existir?. La música no sensibiliza el alma? El teatro no es cultura? No se construyen perfiles sanos en los centros juveniles?  Creo que la clave está la labor que realicen las familias sanas hacia sus miembros, en el mensaje de la voluntad política que se inscriba en el tuétano de la población y en la eliminación del maridaje entre la autoridad y el polvo que sale de sus narices y se mete en sus bolsillos.

Hoy, la cocaína nos va ganando el terrero en materia de consumo y no vemos al final del túnel una verdadera política estatal en materia de prevención, mientras las narco novelas se venden como modelos de emprendedurismo, y en Méjico, a propósito del control de los carteles, se habla de manera formal de una posible legalización de las drogas. ¡Dios, tú tienes el control!