Resulta que no he tenido la inspiración a mi favor los últimos meses. Las letras vienen y se van como un fuin fuan y no las logro acuartelar. Llegan en grupitos de 140 caracteres y algunas veces con un símbolo de número.

Recuerdo cuando empezó la fiebre del twitter. Que tonto me parecía aquello de escribir mis ideas en tan solo 140 caracteres. Estaba acostumbrada a explayarme en mínimo 500 palabras (2,800 caracteres) cada vez que mi unicornio azul se posaba en mis dedos huesudos y ahora más robóticos que nunca. 140 caracteres me parecía una camisa de fuerza hecha de hilos de acero. Pasó el tiempo y me enganché tanto que hasta escribí un artículo para usuarios principiantes de twitter.

Luego salió el uber social, que nos permitió escribir más de la cuenta y lo sentí como una limosna que desvirtuaba la red social más poderosa del momento. Ahora, después de unos años, una hoja 8 ½ x 11 me parece un océano; quizás exagero, pero la sensación es similar, lo aseguro. Me aterra la idea de perder la concentración del lector luego del primer párrafo; pero ahora es así: la información es compacta: precisa, directa al punto y sin análisis. Profundizar parece de tontos y aburridos hoy en día. Que curioso.

Pasaron los meses y envuelta en el día a día, en las complejidades de las supuestas transformaciones de la administración pública y la sociedad en general, dejé para último lo que más disfruto: escribir. Es un vicio saludable que me permite dejar escapar cortocircuitos cerebrales que si no, se revierten en mi contra. Escribir es mi antídoto contra la indiferencia y el reposo de mis pensamientos alborotados.

Sí, me dieron ganas de escribir al final del año 2013; un año con tantos acontecimientos que comentar, que opinar y sobre todo que reflexionar. Pensamientos, indignación, ideas sobre la xenofobia, la homofobia, la politicofobia, la barrilitofobia, Barrickfobia, la felixbautistafobia, la legalidadfobia, y otras fobias que padece la sociedad dominicana, vinieron a mi cabeza sin intención de parquearse en mis escritos. Resulta que cada vez que me disponía a escribir, empezaba a ver la reacción de las redes y me di cuenta que ahora estamos hablando y opinando más de la cuenta, pero NO estamos actuando.

Ya tenemos los espacios para opinar y muchos de los profesionales, activistas, estudiantes que se pronuncian sobre esas ‘fobias’ muchas veces lo hacen de manera responsable y con propiedad. Sin embargo estamos pasando de ser una sociedad actuante, a una sociedad ‘likeante’ y ‘retweetante’. No vamos a cambiar algo que está mal o es indignante, con un solo click. Aquellos que controlan los espacios de toma de decisión conquistan los rincones del país con prácticas de acercamiento a comunidades vulnerables, y superan con creces un click (buenas o malas, resultan más efectivas). Si vamos a dar click que sea para evitar la dispersión de la información en las redes y motivar a nuestros seguidores y amigos a dar click y actuar. Una combinación de dos mundos que aún son paralelos en la actualidad, pero que debemos diferenciar.

En el 2014 pensemos (y me incluyo) más allá de los muros de nuestros Facebook, de nuestros usuarios de twitter, de nuestras fantásticas fotos de Instagram, que aunque divertidas, deberían también ser eco de mensajes de conciencia y cultura ciudadana. Salgamos un rato fuera del perímetro de nuestros teclados y palpemos realidades.