El proceso de juicio político (impeachment) que inició la Cámara de Representantes del Congreso federal estadounidense contra Trump tiene varias claves. En ese marco, proponemos partir de la siguiente pregunta para desarrollar el análisis: ¿qué es lo que está realmente en juego para los Demócratas?
Remontémonos a la primaria Demócrata de 2016. En aquella contienda Hillary Clinton venció a Bernie Sanders. La disputa Hillary vs Sanders no era el enfrentamiento típico que se da a lo interno del Partido Demócrata donde las tendencias centristas pro establishment definían los límites entre los que se movían los discursos, propuestas y adhesiones de los candidatos. Los lobbies financiadores de las campañas, así como el consenso mediático, conducían hacia esa normalidad. Sin embargo, algo comenzó a cambiar a partir de la presidencia de Obama lo cual vino dado por la respuesta que el Estados Unidos profundo dio a su mandato. Para una buena parte de los americanos blancos, de clase media y conservadores resultó inaceptable que un negro con apellido africano presidiera su país. Desde las entrañas de lo que llaman el bible belt (cinturón bíblico) que aglutina estados del sur, centro y medio oeste comenzaron a surgir un conjunto de discursos anti Obama, los cuales, a su vez, se fueron organizando entorno al movimiento Tea Party que asaltó (literalmente) el Congreso federal en 2010.
Un populismo sustentado en el nacionalismo blanco que, en una suerte de giro laclausiano, enunciaba diferentes demandas inscritas en lógicas locales, pero que encontró su significante, lo que las unía, en el ataque a la legitimidad de Obama para ser presidente. Donald Trump, un multimillonario racista y pintoresco, se erigió, silenciosamente, en líder de esos sectores blancos cuando abanderó el movimiento que estipulaba que Obama había nacido en África y no en Estados Unidos. En 2011, en una gala con periodistas que tradicionalmente encabezan los presidentes Obama, con Trump entre el público, respondió a esas acusaciones en tono de burla; minimizando aquello como una anécdota sin importancia. El público, mayoritariamente periodistas del consenso mediático pro establishment, desbordó en carcajadas. A la luz de lo que está pasando hoy en Estados Unidos, podemos concluir que aquel público y Obama, mirando las cosas desde las alturas del poder, no estaban entendiendo lo que se iba dando abajo. El giro profundo que, buena parte de la clase media blanca, estaba impulsando hacia el nacionalismo blanco y el populismo conservador. Trump, junto a sus asesores Steve Bannon y Roger Stone, sí lo entendió y por ello hoy es presidente.
A ese impulso del nacionalismo blanco le surgió, no obstante, una respuesta que vino del progresismo multicultural y multirracial del Estados Unidos de las grandes ciudades, jóvenes y trabajadores de clase media blanca que entendieron que la clave para mejorar sus vidas estaba en lo social y no en lo identitario. Bernie Sanders supo traducir en apoyos electorales ese otro Estados Unidos. Y en la primaria contra Hillary las élites Demócratas, todavía sin entender de qué iba la cuestión, le bloquearon por todos los medios. Incluyendo el fraude electoral como quedó documentado posteriormente. Entonces Hillary terminó ganando aquellas primarias. Y luego perdió por paliza en el Colegio Electoral contra Trump (no ganó ni uno de los estados claves).
Dicho lo anterior, lo que proponemos es que, para los Demócratas, el impeachment implica, en primer lugar, sanar heridas y lograr acercamiento entre el sector progresista anti-establishment de los Sanders, Alexandria Ocasio y Tulsi Gabbard y el bando centrista (que todavía es fuerte electoralmente y tiene de su lado sectores del llamado gobierno permanente) de los Obama, Biden y Pelosi. Los progresistas fueron los que, desde 2017, pedían iniciar la destitución; en tanto los moderados se negaban aduciendo que sería “contraproducente”. Lo cual decían, considero, desde una lectura centrista con la que todavía siguen sin entender que los términos cambiaron. Los progresistas rupturistas sí saben que los términos cambiaron, y que, por tanto, la disputa ya no está en el consenso centrista sino en polarizar desde los márgenes frente a una mayoría social que ha visto aumentar la desigualdad y los privilegios de las élites en detrimento de sus ingresos y perspectivas de futuro. Con Trump en Casa Blanca, un populista de derechas, evidentemente, los términos sí cambiaron. La izquierda Demócrata busca polarizar contra un presidente que “deben destituir” no por la narrativa de que está “moralmente incapacitado”, sino porque gobierna para el 1% más rico y porque su presidencia ha disparado la precarización al cortar recursos a programas sociales dirigidos a reducir brechas entre pobres, ricos y clases medias. Lo que persiguen es, pues, instaurar un sentido común centrado en el imaginario de lo colectivo y la lucha del 99% contra el 1%. Apuntan a un cambio cultural que mueva la sociedad estadounidense hacia posiciones progresistas y de ruptura con un sistema que, sostienen, no gobierna para las mayorías. Esto es, van por ganarle la disputa de sentido (cultural) al nacionalismo blanco.
Sin embargo, el sector moderado propone asimismo una estrategia de impeachment con otras aristas. La mayor de ellas, me parece, se puede entrever en una encuesta que sacó el grupo New York Times/Siena College la semana pasada. Según la cual, en seis estados claves que decidirán en gran medida la elección presidencial de 2020 (Michigan, Wisconsin, Arizona, Carolina del Norte, Pennsylvania y Florida), en promedio, 55% a 45% está de acuerdo con que se inquiera a Trump con el impeachment. Pero esa misma gente dice 53% a 43% que no está de acuerdo con que se le destituya con este proceso. Son datos que develan dos cosas: primero, que en esos estados de mayoritaria clase media blanca prefieren que se resuelva electoralmente la continuidad o no de Trump; y por otro lado, muestran una población con tendencia hacia posiciones moderadas. Y en ese contexto, cobraría mucho sentido electoral, de cara al 2020, la posición de los centristas Demócratas para quienes lo importante no es destituir a Trump sino utilizar el proceso de impeachment para desnudarlo con las declaraciones públicas de testigos de su propia administración. Y así, llegar a la contienda de 2020 con un presidente debilitado y acorralado con pocos apoyos entre el votante republicano e independiente moderado de estados claves. La fase que viene ahora del proceso, que será totalmente pública, tiene que ver con una estrategia más amplia por parte de la élite Demócrata en pos de desmantelar electoralmente a Trump.
Así las cosas, hay una diferencia de fondo entre los dos sectores Demócratas respecto al impeachment: los progresistas presentan el proceso en clave de disputa de élites contra pueblo, y los centristas del establishment interpelan el sentido común moralista del estadounidense moderado que ve el presidente como “líder moral” según su entendido del bien y el mal. Los primeros se dirigen hacia la ruptura para instaurar un gobierno de mayorías frente a élites; y los segundos fundamentalmente van hacia la permanencia del sistema al cual consideran “superior” desde lo moral y por tanto caracterizan a Trump como moralmente descalificado. Trump, a su vez, enfrentará a ambos sectores con su ejército electoral del nacionalismo blanco.