Dicen que cuando la princesa Diana murió en París, a finales de agosto de 1997, nadie podía encontrar al presidente Jacques Chirac. Tiempo después, se supo que mientras el auto en el que iba Lady Di se destrozaba sin remedio en el Pont de l´Alma, el mandatario “dormía” en los brazos de Claudia Cardinale. Ella siempre lo ha negado, aunque sin mucha enjundia, según la prensa del corazón, qué nombre tan horrible, por cierto.
La anécdota ha resurgido con la reciente muerte del político, pero a mí me interesa la actriz italiana. La diva de Fellini, Visconti, Leone y tantos otros, la que nació en Túnez cuando el país era un protectorado francés y que, por lo mismo, debía esconder sus orígenes sicilianos y por tanto, en la escuela la llamaban Claude.
Cuentan que su entrada en el cine fue gracias a un concurso al que sólo había ido a acompañar a su madre, pero al verla (a Claudia, no a la mamá) la subieron entre jalones y ruegos al escenario y terminaron nombrándola como la italiana más linda de Túnez. Más tarde, se la llevarían a Roma y ella sin hablar ni una pizca de italiano.
Goha, del director Jaques Baratier fue su primera película, donde actuó a lado de Omar Sharif, después vinieron otras, hasta alcanzar 150. En La Pantera Rosa, la vemos beber champaña junto a David Niven, ella está recostada sobre una piel de tigre y se queja de que por tanto alcohol no siente los labios. El galán se los roza con los suyos para tranquilizarla y, sobre todo, para despertar nuestra envidia.
Sin embargo, el camino hacia el Olimpo no fue sencillo, con apenas diecisiete años un tipo abusó de ella. Nueve meses después decidió no abortar, pero su hijo será su “hermano menor” durante muchos años.
El año pasado celebró sus 80 abriles en Nápoles y dijo no tener nostalgia del pasado y que no entiende a las mujeres que luchan contra el tiempo a puro botox. Yo también fui bella, le recordó hace mucho Rita Hayworth. Cuando se conocieron, la estrella de Gilda estaba derrotada por la bebida y cansada de su mala fortuna. Claudia no supo qué responder así que se puso a llorar disimuladamente…
Me encantaba el deporte, practicaba boxeo, atletismo, básquetbol, rememora, por eso interpretaba ella las escenas de peligro, sin necesidad de recurrir a los dobles. En una ocasión, cuando grabó con Brigitte Bardot Las petroleras (una parodia femenina de los westerns) la convenció de que pelearan sin figurantes. La escena es fascinante: dos rivales encantadoras, una exuberante y la otra delgada, quieren ganarse a puñetazo limpio un rancho repleto de petróleo…
En su libro “Mes étoiles” habla de todas las estrellas del cine que ha conocido. También se refiere a su alergia a los amores pasajeros, por eso no cedió a los coqueteos de Marlon Brando o de Robert de Niro. Ni siquiera las súplicas de su paisano Mastroianni que alegaba estar enamorado de ella, la hicieron cambiar de parecer. Sutilmente vayamos a una escena de Ocho y medio, cuando el propio Marcello le pregunta a Claudia con melancolía: que hay en tu sonrisa que nunca sé si estás me juzgando, si me absuelves o si sólo te burlas de mi…
Fue el mismo Niven el que le dijo mientras rodaban La Pantera Rosa que después del espagueti, ella era la mejor invención de los italianos. ¿Hoy ese piropo sería usado en un tribunal? Claro, muchos podríamos renunciar a la pasta pero jamás a Claudia Cardinale.