Esta semana ha fallecido Harold Bloom, uno de los críticos literarios más importantes del siglo XX.
Autor de una vasta obra de análisis literario, donde destaca El canon occidental: la escuela y los libros de todas las épocas (1994), Bloom estableció un conjunto de autores como modelos literarios universales. Entre estos referentes se encuentran autores como William Shakespeare, Miguel de Cervantes, Franz Kafka, Marcel Proust o James Joyce.
Este canon, conformado por escritores de incuestionable influencia en la historia de la cultura occidental, generaron controversia en el contexto de una época donde se ha desarrollado una sensibilidad hacia los problemas del multiculturalismo, los estudios de género, los estudios afroamericanos, entre otros programas de investigación y reflexión dirigidos a realizar un arreglo de cuentas con las perspectivas etnocentristas, elitistas y excluyentes.
Así que no es de extrañar las críticas que recayeron sobre Bloom por promover un canon cultural (el del hombre blanco occidental) como modelo estético universal.
Es verdad que la formación de Bloom responde a los criterios de una época carente de la sensibilidad social antes referida. También es verdad que la crítica literaria y filosófica occidentales se han construido desde una mirada muy localista, la del hombre blanco occidental, obviando otras miradas que expresan formas distintas de ver y sentir el mundo.
Pero debemos conservar la admiración y entrega académica de Bloom a una tradición que abordó con singular maestría interrogantes que trascienden un espacio geográfico. Una tradición que lidió con el miedo, la ira, el resentimiento, el temor a la muerte, entre otras emociones que nos condicionan y forman. Esto debe ser subrayado en una época donde existe una peligrosa tendencia a menospreciar los modelos referenciales de la tradición occidental,.
No hay ninguna actitud "progreʺ en la actitud ignorante de menospreciar o excluir a los autores clásicos. La verdadera actitud progresista debe ser estudiarlos, analizarlos en su contexto y comprender las raíces sociales y culturales que pudieron influir en lo que pensaron, tratando de no reproducir sus miserias.
Que Platón y Aristóteles hayan sido esclavistas, la obra de Shakespeare exprese racismo y xenofobia, o gran parte de la historia del arte esté cargada de sexismo y misoginia no debe llevarnos al otro extremo de la balanza, construir otro canon donde estos referentes culturales queden excluidos en función de otros que expresen perspectivas más acordes con la sensibilidad social de nuestra era.
Los autores clásicos deben ser estudiados en su contexto, sin justificar sus posturas deplorables, pero comprendiéndolos con un sentido de ʺpiedad hermenéuticaʺ, la misma que pediríamos para nosotros mismos si nuestras posturas fuesen evaluadas desde otros contextos con miradas más avanzadas que la de nuestro entorno social e histórico.