Todo cambia decía la canción de Mercedes Sosa, esa gran intérprete y folklorista argentina representante de los pueblos originarios del extremo sur de Argentina. La ciencia lo convierte como axioma y aplicable a todo lo existente: el universo, la galaxia, el sistema solar nuestro, la tierra, la naturaleza, los seres vivos, el individuo y por supuesto, la sociedad.

Si partimos de ese principio científico convertido en una especie de verdad absoluta, quizás los fenómenos de procedencia social son los más complejos por su fragilidad, inmaterialidad, y por tanto el control y las tendencias de sus cambios son muy volubles, inestables y como factor dialéctico, cambia a veces rápido y otras a ritmo lento, pero inevitable.

Las sociedades compuestas por individuos, grupos y estructuras sociales creadas por el ser humano, definidas por ellos, pero no necesariamente controladas de forma estricta y como si fueran vegetativas y estatizadas en el tiempo. Ellas son al mismo tiempo el reflejo de los ciudadanos a quienes les sirven, llegando a un momento en que precisamente dejan de responder a las expectativas de la gente, y cuando eso pasa, entonces nos encontramos ante un conflicto entre cambio y obsolescencia.

Si bien los grupos y sus mentalidades crean instituciones, leyes, teorías sociales, ideologías, no menos cierto es que llega un momento que estas no responden a las exigencias sociales que, con el tiempo van originando nuevas esperanzas, nuevas concepciones sociales y enfoques que responden a nuevas miradas y paradigmas que cambian como todo en la vida. Es cuando nos encontramos con el hecho incontrovertible de que las ideas también mueren, cambian y que el pensamiento se reestructura, pues las ideas son construcciones sociales que reflejan una visión del mundo, de la sociedad y por no ser absolutas dichas verdades, se ven sujetas a cambios.

Hoy quien no se actualiza, la historia y los procesos sociales los pondrán en su lugar posiblemente como reliquia

Son los líderes y sus sectores sociales representativos de intereses, grupos e ideas que encarnan esas aspiraciones colectivas, de lo que se trata ahora es saber qué encarna y a quién representan en un momento determinado esos lideratos. Por eso los grupos, instituciones y líderes deben actualizar sus fundamentaciones, sus instituciones y sus discursos para responder al conjunto social, evitar la segregación y la muerte social.

Si todo cambia, las sociedades, sus ideas e instituciones deben hacerlo, quien no se percate de esos cambios, los margina la rueda de la historia. No podemos defender procesos, prácticas, ideas, e instituciones divorciadas de la dinámica social, pues dejan de ser sus portadores e intermediarios. De ahí la necesidad, no solo de actualizar el discurso y sus ideas, sino los mecanismos representativos y dialógicos con la sociedad.

La clase política dominicana debe entender que la sociedad ha cambiado, pues al ignorarlo, como volcán, se van acumulando las insatisfacciones sociales que solo esperan un estallido para hacerse realidad.

El 16 de febrero del 2020 fue el estallido de un volcán social no violento, pero puntualmente impactante que nos permitió ver la otra sociedad que existe al margen de los discursos formales, los líderes petrificados en el pasado, las instituciones vetustas en sus leyes, reglamentos, accionar social y de justicia.

También nuevas miradas, sujetos sociales invisibilizados por la propaganda, el discurso oficial, la partidocracia que no mira de forma horizontal a los ciudadanos, a pesar de representarnos por voto de delegación. La verticalidad es negación de la democracia, las estructuras se conforman para responder a necesidades sociales no grupales e individuales, y ese modelo existente desde la formación de la república comienza a colapsar.

El caudillismo, acompañado del mesianismo y el providencialismo, ha sido el principal cáncer social, el clientelismo es una de sus metástasis, el corporativismos como medio de enriquecimiento estatal de los grupos partidarios, es otro malestar social, la instrumentalización de la gente para solo votar y nunca más consultarlo, un fallo estructural de nuestra intención democratizadora y el apañamiento de los grupos de poder con un modelo social excluyente, compromisario con lo socialmente inadecuado y la complicidad de los poderes fácticos, ya no puede seguir porque la sociedad ha despertado.

Las revoluciones son expresiones de nuevas mentalidades, nuevos ciudadanos, agotamiento de los proyectos societales que deben obligar a la clase política a sintonizar su función social, pues son ellos quienes han de encarnar las aspiraciones sociales, no al revés, que sean los grupos sociales quienes les complazcan.

Hoy quien no se actualiza, la historia y los procesos sociales los pondrán en su lugar posiblemente como reliquia. La manipulación tampoco es aconsejable, pues a veces produce peores resultados una vez los pueblos toman una decisión. El dilema es ajustarse a los cambios o desaparecer como diría la teoría evolucionista de Charles Darwin.

Lo mismo sucede con los medios de comunicación que deforman la realidad y los comunicadores que aún creen que sólo con la radio, la televisión y la pobre prensa escrita, se crea opinión pública hoy, pues a diferencia de los años 50 y 60 del siglo pasado en que estos medios dominaban la comunicación y contacto con el pueblo, las redes sociales y la libertad de información que ella posee, ha derrotado esa manipulación mediática y la gente está más informada que los propios comunicadores de opinión que muestran una pobreza formativa e informativa que ya no convencen a nadie, a veces los jóvenes, usuarios por excelencia de estos medios tecnológicos, están más informados y con mayor propiedad formativa, que los llamados comunicadores.

Esto nos reta a un compromiso de cambiar o ser barridos por los procesos sociales y las nuevas generaciones, que ya no se dejan instrumentalizar como borregos por quienes solo quieren ser funcionarios para usufructuar los beneficios que brinda el puesto y no para servirle con profesionalidad, decencia y honestidad a la ciudadanía. Esto comenzó a quebrarse desde la marcha verde y se ratificó con las movilizaciones de la Plaza de la Bandera a propósito de la macondiana suspensión de las elecciones del domingo 16 de febrero del 2020, que trajo nuevos liderazgos sociales, nuevos actores y una nueva generación de ciudadanos que exige de su clase política, un cambio de ruta, de mentalidad, de liderazgo y de compromiso social con la  democracia.-