“Si el hombre pudiera ser cruzado con un gato, mejoraría el hombre, pero deterioraría el gato”-Mark Twain.

Aurelio Zen, aquel policía trashumante, gris y analítico, creado por el maestro de la llamada novela negra Michael Dibdin, fallecido a destiempo en Seattle, no hubiera tenido la capacidad de asombrarse ante las revelaciones actuales de actos de corrupción, burocracia estatal descompuesta y política venal de los dos últimos gobiernos que entusiastamente elegimos en 2012 y 2016. De verdad creemos que ese imaginario comisario veneciano debería correr en ayuda de la Pepca.

Seguramente cuando Zen llegue a sus oficinas y se enfrente con montones de intrincados expedientes criminales abiertos, semiabiertos y cerrados, decida correr en ayuda de Sherlock Holmes y de su genial estilo de razonamiento deductivista. Si bien German, Camacho y Berenice, junto a un equipo de investigadores y abogados que nadie conoce, siguen haciendo bien su trabajo, creemos que estos dos especiales detectives resultarían de gran ayuda.

Sobre todo, cuando estamos seguros de que, como aguerridas turcomanas, además de seguir luchando contra los despiadados bogatures y noyanes mongoles del período 2012-2020, tendrán que lidiar también, más temprano que tarde, con los desvíos morales del imperio bizantino que comienza a sacar cabeza en el presente período de gobierno. En este, siempre con la gran cruz del cambio a cuestas, ya surgen funcionarios con una muy definida vocación por el saqueo del tesoro público. Tanto, como los jenízaros de élite de Mehmed II Fatih en las puertas de Constantinopla. 

A quienes fungieron como técnicos en esas dos administraciones peledeístas, no deja de avergonzarles tanta ambición, descaro, osadía, complicidades criminales, ambición desmedida, doblez, amoralidad y actuaciones hipócritas. Supuestos discípulos de Bosch dueños absolutos del reino de ilicitudes ingeniosas.

La cadena de operaciones que descubren inteligentes asociaciones de malhechores, multimillonarias estafas contra el Estado, sobornos de las más diversas cuantías, coalición de funcionarios, falsedad de documentos públicos, robo de identidad, delitos electrónicos y lavado de activos nos preocupan más que la interminable pandemia y sus toques de queda. Estas investigaciones reclaman una remoción radical de los valores, conductas, aptitudes y actitudes que predominan en el mundillo político dominicano.

Los hechos investigados por la Pepca demandan de los ciudadanos el entendimiento cabal de la naturaleza lobuna de nuestros supuestos guías políticos. Auténticos bandidos de marca mayor y maestros en el arte de aparentar, robar nuestros dineros, concertar alianzas pecaminosas, servir eficientemente a intereses ocultos y escabullirse en el tiempo aferrándose siempre al olvido de los gobernados que ellos en definitiva consideran idiotas desmemoriados.

 Si el equipo de la Pepca sigue como hasta ahora en su meritorio empeño, si mira a todos lados y voltea firme hacia allí donde aparezcan evidencias incontestables de malversación e inconductas, no importa que se trate de los que siguen llevando el estandarte del cambio imposible, seguramente que los nombres de los animales del mar serían insuficientes para nombrar las futuras operaciones de develamiento del cohecho y falta de escrúpulos.

¿Dónde estaba el primer mandatario de entonces? ¿Qué información ofrecían sobre estos desmanes y desbordes mayúsculos de ambición sus servicios de seguridad? ¿Por qué miembros cercanos de su familia hicieron grandes fortunas y no se daba por enterado? ¿Por qué no pudo ir más allá de la retórica y de su silencio proverbial cuando gran parte de su séquito estaba disfrutando de las orgías de Tiberio en Capri? ¿Podría ser cierto que él no tenía conocimiento de todos estos ilícitos y que ellos se detenían, como decía en tono burlón el doctor Balaguer, en la puerta de su despacho? ¿Es que no hubo en realidad ningún tipo de aprobación expresa que no fuera una gesticulación de confirmación malvada sin palabras? ¿Por qué se refugia inmediatamente en la entelequia de Parlacen? ¿Cómo compara ahora los elocuentes párrafos sobre corrupción administrativa de sus discursos inaugurales con los hechos bochornosos que emanan de sus dos gestiones consecutivas? Con palabras vacuas como “reforma estructural” del partido con los mismos personajes, incluido él como presidente forzado y líder sin carisma alguno, maestro del silencio cómplice y perfeccionador final del Estado como un bazar en el que el presupuesto nacional es el principal gran objeto de todo tipo de transacciones delictivas.

¡Qué vergüenza sentimos los que militamos en ese partido!

Somos de la firme convicción de que el mejor discurso que pudiera pronunciar Danilo Medina en su vida, con todo y sus consabidas limitaciones oratorias, sería aquel en el que fijara posición frente a las graves acusaciones de corrupción a sus familiares y altos funcionarios de sus gobiernos que hoy se ventilan en los tribunales de la República Dominicana.